Los mejores indicadores de cambio climático son los polos. O mejor dicho, el hielo de los polos. Tanto en el Ártico como en la Antártida, el calor lleva años haciendo estragos, hasta el punto de que le dan fecha de expiración. Si hace poco supimos que en 2019 se batió un récord de deshielo en el continente austral, esta semana hemos sabido que, además, se acaba de registrar la primera ola de calor en su parte oriental.
Hace poco más de un mes la Antártida fue noticia durante el verano austral pro el récord de temperatura alcanzado en la base argentina Esperanza, donde se superaron los 18ºC. Aunque esto podría ser más o menos frecuente tirando a preocupante en la Península Antártica de su parte occidental, es mucho más alarmante a la otra punta del continente helado, en la estación de investigación Casey del Territorio Antártico Australiano.
La temperatura máxima (la diurna) que suele registrarse en la base australiana de Casey, de media en todo enero, es de 2,3ºC, según el informe del grupo de científicos de la División Antártica Australiana (AAD), y las universidades de Wollongong (UOW), Tasmania y la de Santiago de Chile, publicado en 'Global Change Biology'.
Este enero, no obstante, el día 24 se registraron 9,2°C de máxima (6,9°C más de lo normal de día) y, al caer la noche, también la mínima superó esta marca, con 2,5°C.
Y lo más alarmante no son estas cifras en sí, sino el hecho de que, durante tres días seguidos, entre el 23 y el 26 de enero de 2020, el termómetro registró temperaturas extremas. Lo que esto provoca, sumado a un verano austral que en conjunto ha sido muy cálido, es un derretimiento del hielo y exposición de nuevas áreas libres de hielo, además de influir en los procesos atmosféricos.
Hasta ahora, la Antártida Oriental era la región que menos preocupaba, ya que a diferencia de su parte occidental –donde se encuentra la Península Antártida, esa lengua de tierra que sobresale en la zona más cercana a Sudamérica–, se había librado del rápido calentamiento. Esto sucedía en parte gracias "al agotamiento del ozono", enuncia el estudio, "que enfría ligeramente las temperaturas en la superficie y mejora la fuerza de los chorros de viento del oeste que protegen la Antártida del aire que se calienta más al norte".
"La experiencia nos dice", concluye el documento, "que podemos esperar una gran cantidad de impactos biológicos en los próximos años, ilustrando cómo el cambio climático está afectando incluso las áreas más remotas del planeta".
Entre otras cosas, establece que un deshielo temprano en verano podría conllevar una sequía durante el resto de la estación. Además, dado que los musgos y líquenes en la Antártida son en general de color oscuro, que quedasen al descubierto significaría una mayor absorción de la radiación solar, dando lugar a microclimas cálidos.