Cuando un médico te dice que tu sangre puede salvar vidas, el terror que tienes a los pinchazos desaparece de forma instantánea, y más cuando esas vidas que se pueden salvar son las de muchas personas que o conoces o has conocido, algunas que has visto por la calle hace un mes y ahora te enteras de que el coronavirus se las ha llevado.
Uno de los avances más importantes a la hora de luchar contra la covid es la donación de plasma, y el plasma hiperinmune, como es mi caso, puede salvar vidas (dos por cada donación), así que merecía la pena intentarlo, sobre todo porque uno de los médicos con los que he hablado en estos días sobre el tema me ha dicho que “la vacuna, de momento, es una entelequia, y el plasma se está mostrando eficaz en muchos casos”.
Pero para llegar a la donación de plasma hiperinmune hay que dar muchos pasos, y en muchos casos es a ciegas, ya que no existe un protocolo claro que indique a los posibles donantes qué tienen que hacer, aunque hay que partir de la base de que pasar la covid puede hacer que la sangre genere anticuerpos, y a partir de ahí se trata de saber su fuerza.
En mi caso, cuando el médico me dijo el 9 de septiembre que recuperase mi vida tras dos semanas recluido por un positivo, me negué, porque quería una PCR que lo dijese, que finalmente me tuve que pagar, y 120 euros después mi médica de familia me gestionó una prueba de sangre, para determinar el por qué mi recurrente positivo, descubriendo que tenía el ansiado anticuerpo que puede ayudar a salvar vidas.
“Tienes el anticuerpo que todos quisieran, deberías donar sangre cuanto antes”, me dijo la enfermera que me hizo el test, y una llamada telefónica más tarde ya estaba en contacto con el Centro Regional de Transfusión Sanguínea de Sevilla, donde dos semanas después el doctor Rafael Lebreros tenía ante sí a un hombre con sangre inmune pero un terror innato a las agujas.
Su afirmación “de cada bote que te saquemos, se pueden salvar dos personas” me puso los pies en la tierra, pero no haber donado sangre anteriormente ralentiza el proceso, porque antes que nada había que hacer un análisis que descarte, por ejemplo, hepatitis B y C, VIH y sífilis, y conocer con exactitud el grupo sanguíneo, y, salvado el trámite, llega el momento de la donación en sí misma.
El proceso en sí, por explicarlo sencillamente, se realiza en media hora, en la que la sangre se extrae a una máquina que la “centrifuga”, dejando aparte el plasma y devolviendo el fluido rojo al donante, que en 48 horas, con una dieta adecuada, recupera lo donado sin problemas.
A partir de ahí, las bolsas se llevan al centro de coordinación que hay en Granada, y en ese momento se ponen a disposición de cualquier persona que las pueda necesitar, para intentar que la ciencia ayuda activamente a que los ingresos hospitalarios se vayan reduciendo.
Por ahora, las donaciones son escasas, y que en una Comunidad como la andaluza, con ocho millones de habitantes, solo un millar de donaciones de hiperplasma se encuentran guardadas para ser usadas, y se necesitaría al menos una dotación de 8.000 para dormir tranquilos en ese sentido.
El proceso de donación choca con el ruido provocado por el coronavirus, por la escasez de mensajes que llegan a la población, o por la desidia de algunas personas, yo incluida, de meterse en una consulta médica sin motivo, pero muchas personas que han pasado la covid llevan oro en la sangre, y un simple pinchazo en el dedo lo puede descubrir.
Este verano, la Unión Europea liberó 40 millones de euros al programa de hiperinmunes, de los que España gestiona cinco, y se confía en que la promoción de casos particulares termine haciendo que la gente se acerque a los centros de donación, y las reservas de plasma aumenten, para que las camas de hospital se vayan vaciando