Las islas de Hawái son una olla que en cualquier momento puede entrar en ebullición. De los cinco volcanes que las forman, dos están entre los más activos del mundo: el Mauna Loa y el Kilauea. Después de que la erupción del segundo desatase una evacuación masiva el pasado 20 de diciembre, un respiradero del gigantesco cráter Halemaʻumaʻu ha seguido liberando lava. Como resultado, un lago de color rojo ardiente se ha formado con un volumen de unos 21 millones de m3 y al menos 177 metros de profundidad.
Los primeros tres días tras la erupción, ha informado el Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS), la cumbre del volcán emitía unas 40.000 toneladas de dióxido de azufre al día. Ahora esa cifra se ha reducido a unas 5.500 toneladas diarias, por tanto la alerta naranja se mantiene mientras que la roja (riesgo extremo para la población) se ha retirado.
La mayor preocupación es, por ahora, el cráter de enormes dimensiones Halemaʻumaʻu, donde se ha formado el lago de lava. Un puñado de cámaras apunta directamente a la zona las 24 horas del día para no perder de vista posibles cambios y lanzar las alertas necesarias con la mayor antelación posible.
En el último día, dice el último informe de USGS, el lago ha cambiado poco. Sigue midiendo aproximadamente 177 metros de profundidad y aproximadamente 408 metros por debajo del borde sur de Halemaʻumaʻu. El volumen del lago es de alrededor de 21,5 millones de metros cúbicos, con unas dimensiones de 790 por 520 metros para un área total de 29 hectáreas. En los últimos dos días, la superficie del lago se habría reducido ligeramente.
En su interior, como se aprecia en las imágenes de la cámara térmica, se ha formado una isla de lava solidificada más fría que flota en el lago de lava. Esta isla de lava fría se desplaza muy lentamente y mide aproximadamente 225 metros de largo y 110 metro de ancho, calcula el USGS.
“Los altos niveles de gas volcánico, desprendimientos de rocas, explosiones y partículas de vidrio volcánico son los principales peligros de preocupación con respecto a esta nueva actividad en la cumbre de Kilauea”, dice el informe del USGS. “Grandes cantidades de gas volcánico, principalmente vapor de agua (H2O), dióxido de carbono (CO2) y dióxido de azufre (SO2), se liberan continuamente durante las erupciones del volcán. A medida que se libera SO2 desde la cumbre durante esta nueva erupción, reaccionará en la atmósfera con el oxígeno, la luz solar, la humedad y otros gases y partículas, y en cuestión de horas o días, se convertirá en partículas finas. Las partículas dispersan la luz solar y causan la neblina visible que se ha observado a sotavento de Kilauea, conocida como vog (smog volcánico)”.
Entre los peligros para la salud de este ‘vog’, el servicio geológico destaca en su web el estrechamiento de las vías respiratorias y el aumento de frecuencia en la respiración, especialmente en “grupos sensibles”, que son los asmáticos o personas con afecciones respiratorias, las personas que padecen una enfermedad cardiovascular, mayores, bebés y niños, y embarazadas. Aunque a corto plazo puede afectar con tos, irritación de ojos, nariz y piel, opresión en el pecho, fatiga o mareos.
También causa daños en cultivos agrícolas y en la ganadería.
Asimismo, existe el riesgo de desprendimientos de rocas y explosiones menores, “como las que ocurrieron durante la erupción del lago de lava de 2008-2018 en la cima del Kilauea”, apunta. “Esto subraya la naturaleza extremadamente peligrosa del borde de la caldera Kilauea que rodea el cráter Halemaʻumaʻu, un área que ha estado cerrada al público desde finales de 2007”.
Se está instando a los residentes a minimizar la exposición a las partículas volcánicas que los vientos se están encargando de repartir.