OpenAI reincorpora a Sam Altman: por qué el destino de esta empresa afecta al futuro de la humanidad

OpenAI, creadora del popular ChatGPT, ha tenido que ceder a la presión de su plantilla. El 97% de los trabajadores habían dado un ultimátum a la junta directiva: o regresaba Sam Altman, el anterior presidente ejecutivo, o abandonarían la compañía. La inmensa mayoría de la plantilla de OpenAI, la empresa responsable de ChatGPT, amenazó con renunciar y unirse a Microsoft si el consejo de administración no reculaba.

"Hemos llegado a un principio de acuerdo para que Sam Altman regrese a OpenAI como consejero delegado con una nueva junta inicial formada por Bret Taylor (presidente), Larry Summers y Adam D'Angelo", ha anunciado OpenAI. Por su parte, Altman ha expresado su satisfacción y su voluntad de volver a dirigir la compañía con el apoyo de Microsoft.

"Me encanta OpenAI y todo lo que he hecho en los últimos días ha sido para mantener unido a este equipo y su misión", ha afirmado en su perfil en la red social X (Twitter). En este sentido, ha asegurado que cuando decidió incorporarse a Microsoft el pasado domingo "estaba claro que ese era el mejor camino para mí y el equipo". "Con el apoyo de la nueva junta directiva y de Satya (Nadella, CEO de Microsoft), espero volver a OpenAI y aprovechar nuestra sólida asociación con msft (Microsoft)", ha añadido.

Además del retorno de Altman, también regresará a la empresa Greg Brockman otro de los confundadores de la 'startup' y presidente de la misma hasta la semana pasada. "Regresando a OpenAI y volviendo a codificar esta noche", ha anunciado.

Satya Nadella, presidente y consejero delegado de Microsoft, no pone pegas al retorno de Altman a la startup que ayudó a fundar en 2015. El CEO de la compañía madre de Windows afirmó ayer en entrevista con la 'CNBC' que estaba abierto tanto a la llegada de Altman a Microsoft como a su permanencia en OpenAI. Hoy, en una publicación en X, el ejecutivo se ha mostrado satisfecho con el desenlace.

"Nos alientan los cambios en el tablero de OpenAI. Creemos que este es un primer paso esencial en el camino hacia una gobernanza más estable, mejor informada y eficaz", ha apuntado Nadella. "Esperamos aprovechar nuestra sólida asociación y ofrecer el valor de esta próxima generación de IA a nuestros clientes y socios", ha zanjado.

Emmet Shear, quien en su perfil en la red social X se presenta como "ex consejero delegado interino de OpenAI", ha mostrado su satisfacción con el resultado, "después de 72 horas de trabajo muy intensas". "Al ingresar a OpenAI, no estaba seguro de cuál sería el camino correcto. Este fue el camino que maximizó la seguridad además de hacer lo correcto por parte de todas las partes interesadas involucradas. Me alegro de haber sido parte de la solución", ha indicado.

Asimismo, Joshua Kushner, fundador de Thrive Capital, firma de capital riesgo con intereses en OpenAI, ha afirmado que "este es el mejor resultado para la empresa, sus empleados, quienes desarrollan sus tecnologías y el mundo en general".

"No podríamos estar más emocionados de que regresen a la empresa que fundaron y ayudaron a convertir en lo que es hoy", ha asegurado el inversor, añadiendo que OpenAI tiene el potencial de ser una de las empresas más importantes en la historia de la informática y Sam Altman y Greg Brockman poseen un profundo compromiso con la integridad de la empresa y una capacidad incomparable para inspirar y liderar.

Sam Altman hizo sus primeros pinitos con la tecnología con solo 8 años, cuando tuvo acceso a su primer ordenador. Con 20 años decidió dejar sus estudios en Informática en la Universidad de Stanford porque creyó que era una formación demasiado académica, algo común en otros genios tecnológicos. Se convirtió años después en el padre de ChatGPT tras varios fracasos en el camino.

Altman ayudó a fundar OpenAI en 2015, inicialmente como una organización sin fines de lucro con una donación de 1.000 millones de dólares de patrocinadores de alto perfil, incluidos Elon Musk, Peter Thiel y el cofundador de LinkedIn, Reid Hoffman. Estaba destinada a promover la investigación segura y ética en inteligencia artificial pero en los últimos años, y también bajo la batuta de Altman, se ha transformado en una empresa convencional, recibiendo por el camino una inversión multimillonaria -nada menos que 13.000 millones de dólares- por parte de Microsoft que es el proveedor exclusivo de la costosa tecnología que necesitan sus herramientas para funcionar. Musk se bajó del proyecto y arreciaron las críticas.

Doomer contra boomers

Pero la pregunta es: en qué afecta a tu vida el destino de esta empresa y por qué puede cambiar tu vida. La situación de OpenAI, según apunta The Economist, es la división que vive hoy Silicon Valley entre los doomers, catastrofistas convencidos de que la IA sin control supone un riesgo existencial para la humanidad y que abogan por una regulación más estricta. Frente a ellos están los boomers, -que no creen en un apocalipsis cercano provocado por la IA y subrayan su potencial para acelerar el progreso. Son muchos expertos los que consideran que lo que está en juego con la IA es el futuro de la humanidad como tal- y los doomers, un movimiento preocupado por la posibilidad de que la IA acabe con toda la humanidad se encuentra Dario Amodei, que dejó OpenAI para fundar la startup Anthropic, que hoy es el principal competidor de OpenAI, vale una fortuna y es apoyada por Amazon, según destaca El Mundo.

Al frente de los boomers se encuentra Marc Andreessen, cofundador de Andreessen Horowitz, una empresa de capital riesgo. Andreessen, cofundador del navegador Netscape, cree que regular la IA es una amenaza para la humanidad.

En una comparecencia realizada en mayo ante el Congreso estadounidense, el propio Altman expresó temores de que el sector pudiera "causar un daño significativo al mundo" e instó a los responsables políticos a promulgar normas específicas para la IA. Ese mismo mes, un grupo de 350 científicos y ejecutivos de empresas del sector (OpenAI, Anthropic y Google, entre otras) firmaron una declaración de una frase en la que advertían de un "riesgo de extinción" planteado por la IA equiparable a la guerra nuclear y las pandemias. De hecho a Altman muchos le llaman ya el Oppenheimer de este siglo. No es casual compararle con el cerebro de la bomba atómica, hoy popular por el filme de Nolan.

Y ahí tenemos una de las claves. Es crucial desarrollar nuevos marcos jurídicos y normativos para abordar los problemas específicos que plantean las tecnologías de IA, como la responsabilidad y los derechos de propiedad intelectual. Los sistemas jurídicos están obligados a evolucionar para seguir el ritmo de los avances tecnológicos y proteger los derechos de todos.

De hecho, este verano, el presidente Joe Biden ya dio un toque a las empresas líderes, entre ellas Microsoft, Meta, OpenAI y Google, para que asumieran compromisos voluntarios para que sus productos de IA sean sometidos a inspección antes de salir al mercado. Y a través de una orden ejecutiva, el Gobierno de EEUU va a obligarlas a que notifiquen el desarrollo de modelos de IA.

Pero, pese a todos los dilemas, la batalla por el control de la IA sigue en marcha. Hay mucho dinero en juego. Microsoft ha invertido ya 13.000 millones de dólares en OpenAI. Amazon tiene previsto invertir hasta 4.000 millones de dólares en Anthropic. Google apuesta por Bard y no duda en gastar millones para lograr que avance. Apple la mayor empresa tecnológica del mundo guarda silencio en torno a la IA. 

OpenAI es la creadora del chat GPT, que se ha convertido en una herramienta que ha llegado a las aulas y a las empresas con más de 100 millones de usuarios.

Y lo que vemos en el camino es que lo que antes parecía imposible, ya no lo es tanto. Crear nuestras propias canciones, manipular vídeos con las caras y voces de personas famosas -a través de la herramienta Deepfake- ya es una realidad...y sus efectos nocivos entre los menores con acosos de ciberbullying y fakenwes ya los estamos sufriendo.

Bill Gates tiene fe en que la IA ayudará a hacer más eficientes temas de salud y educación, por lo que, a su juicio, "cambiará nuestro mundo". El estadounidense subraya que se trata de uno de los inventos más importantes de los últimos años. Y sí, él está detrás de OpenAI.

La AGI tiene el potencial de cambiar toda la forma en que hacemos las cosas. Empleos, dinero, educación… Es, o será, un fenómeno increíblemente poderoso. Y da miedo.

Forbes dedicaba un extenso artículo a explicar el debate que hoy inunda OpenAI y que afecta al mundo entero. Las ventajas y los riesgos de la IA. Entre los riesgos presentaba la falta de transparencia en las investigaciones de aprendizaje profundo y ell hecho de que los prejuicios sociales se extiendan debido a los diseños algorítmicos que deberían ser imparciales. No es menor el miedo a perder la privacidad. En este sentido no es menos importante el hecho de que a los sistemas de IA se les deba inculcar valores éticos y morales. ¿Quién lo hará y cómo?

Pero vamos más allá. A medida que las tecnologías de IA se vuelven cada vez más sofisticadas, también aumentan los riesgos de seguridad asociados a su uso y el potencial de uso indebido. Los piratas informáticos pueden aprovechar el poder de la IA para desarrollar ciberataques más avanzados. La posible pérdida de control humano en los procesos críticos de toma de decisiones es un riesgo al que muchos tienen pavor, especialmente los Estados.

En la batalla que se vive en OpenIA también hay una concentración de poder, de dinero. Y un riesgo notable para un ser humano que se puede entregar a la IA: la pérdida de creatividad, capacidad de pensamiento crítico e intuición humana. Porque nuestra capacidad cognitiva puede cambiar. Si ya lo ha logrado el móvil da miedo pensar lo que puede lograr la IA. La disminución de la empatía, las habilidades sociales y las conexiones humanas da pavor.

La automatización impulsada por la IA puede provocar también la pérdida de puestos de trabajo, aunque gente como Bill Gates considere que habrá solo una transformación laboral y social. Pero la lógica indica que trabajadores poco cualificados serán los damnificados y que la desigualdad y la brecha salarial podría aumentar sin freno, provocando más ira social y enfrentamientos. El temor es que beneficie más a las personas ricas y la movilidad social se vea frenada. El riesgo de que los países se enzarcen en una carrera armamentística de la IA también preocupa a las grandes potencias.

Stanford da la voz de alarma

No solo eso. La posverdad ha llegado para quedarse, y la IA será clave en ello. Un estudio de la Universidad de Stanford sobre los peligros más acuciantes de la IA, afirmaba que esta podría convertirse en una "amenaza para la democracia y en una herramienta para el fascismo. La tecnología puede verse apropiada por criminales, estados deshonestos, extremistas ideológicos o simplemente grupos de intereses especiales, con el fin de manipular a las personas para obtener ganancias económicas o ventajas políticas", señalaban.

Los riesgos de la capacidad de control sobre la IA y la posibilidad incluso de que esta supere a la inteligencia humana y ponga en cuestión nuestra existencia están ahí.

Las ventajas de la IA

Entre las ventajas, que desgrana Inesdi Business Techschool, encontramos ya la automatización de procesos, de manera que los robots pueden ejecutar tareas repetitivas y optimizar procesos sin intervención humana, lo que provoca una liberación del tiempo para el hombre y el desarrollo creativo. Asimismo, los resultados de la IA son más precisos y con ella se reducen errores con lo que mejoran los productos y los costes. No solo eso, su capacidad de analizar datos y mejorar el mantenimiento industrial es clave por ejemplo en industrias como la aviación.

La IA permite que la toma de decisiones sea mucho más rápida y eficiente, ya que cuenta con más información y mejor organizada. En sectores como en el de la automoción, los sistemas de IA supervisan las líneas de producción y pueden introducir cambios que reduzcan los errores y maximicen la calidad.

La inteligencia artificial permite además llevar a cabo tareas complejas o trabajos inviables para los humanos, como la exploración de fondos oceánicos.

El dilema está ahí y el futuro de Sam Altman tiene mucho que ver con ello. Aunque no lo creamos, su destino tiene que ver mucho con el nuestro.

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