Las agencias espaciales cada vez tienen más ojos en órbita para detectar lo que pasa más allá de los límites de la Tierra. Sus instrumentos son capaces de observar galaxias, lunas, cometas y estrellas, que nos permiten aprender sobre el universo y sus orígenes. Pero, ¿cómo son y cómo funcionan telescopios como Hubble?
Como sabrás, hay multitud de observatorios que miran al espacio desde la Tierra. Entonces, ¿para qué queremos telescopios en órbita? Aunque hay regiones de nuestro planeta que permiten avistar el cosmos con una oscuridad de casi el cien por cien, como lo es el Roque de Los Muchachos, en La Palma, la atmósfera terrestre bloquea por completo ciertas longitudes de onda de luz, además de difuminar las imágenes que captan los telescopios sobre el suelo, puesto que está formada por bolsas de aire cambiantes.
Es por esto que, para explorar los secretos más lejanos del espacio, los astrónomos requieren de un telescopio en órbita. Estos funcionan utilizando espejos curvos para captar y enfocar la luz, explican desde la NASA.
Desde la Tierra, cuanto más grandes son los espejos, más luz puede captar el telescopio. Hubble, por ejemplo, tiene un tamaño inmenso, comparable al de un autobús escolar, sin embargo su espejo no necesita ser tan grande porque desde su posición ya obtiene una claridad increíble. A medida que el telescopio orbita la Tierra, su espejo recoge luz del cosmos y recopila imágenes y datos. Para algunas de las imágenes más profundas del Hubble, el telescopio ha mirado el mismo punto en el cielo durante días, tratando de capturar la mayor cantidad posible del tenue resplandor del universo lejano.
Es fundamenta, eso sí, que los espejos estén en perfecto estado, sin manchas ni raspaduras que enturbien el reflejo.
En el caso del gran telescopio Hubble, el más conocido y uno de los que más tiempo lleva en órbita, este usa una cámara digital. Toma fotografías como un teléfono celular de lo que ve sus espejo. Luego, usa ondas de radio para enviar las imágenes a través del aire de regreso a la Tierra.
Desde que fue lanzado en 1940, el telescopio de la NASA ha vito estrellas nacer, estrellas morir, ha descubierto galaxias y enormes agujeros negros, y nos ha dado una cifra más o menos exacta de la edad del universo: aproximadamente 13,8 mil millones de años.
Los nuevos telescopios, eso sí, irán un paso más allá cada vez. El siguiente, probablemente el más prometedor desde que se lanzó el octogenario Hubble, será el telescopio espacial extremadamente sensible James Webb, que podrá detectar niveles de luz muy bajos.
Gracias a la nueva tecnología que incorpora, Webb podrá observar quásares brillantes, distantes y supermasivos. Estos quásares son agujeros negros inmensos -con hasta miles de millones de veces la masa del Sol- que suelen estar ubicados en el centro de las galaxias.