Las eyecciones de masa coronal (CME) son grandes expulsiones de plasma y campo magnético del Sol. A veces, como ocurrirá este 23 de febrero, estas CME pueden golpear la Tierra y causar tormentas geomagnéticas, es decir, perturbar la energía de la magnetosfera con algunas implicaciones que podemos notar en la superficie.
El Sol no es constante, sino que unas veces está más activo que otras. Cuando está más activo, aparecen unos puntos en su superficie, observables desde la Tierra, a los que los astrónomos ponen nombre: ‘región 2804’, ‘región 2805’… Esto puede resultar en la liberación repentina de energía electromagnética en forma de llamarada solar, una especie de erupción de fuego que contiene millones de toneladas de material coronal y transporta un campo magnético incrustado.
Dependiendo de la velocidad de los vientos solares, esa energía puede llegar a la Tierra en unas horas o en un par de días. Al hacerlo, puede provocar “intensas corrientes en la magnetosfera, cambios en los cinturones de radiación y cambios en la ionosfera, incluido el calentamiento de la ionosfera y la región de la atmósfera superior llamada termosfera”, describe el Centro de Predicción del Clima Espacial de la NOAA (SWPC).
En esta ocasión, la erupción ocurrió hace tres días y provocará una tormenta geomagnética de clase G1, es decir, de impacto menor. La escala va de G1 (menor) al nivel más alto, G5 (extremo). Según la intensidad, que indican estos marcadores, se pueden predecir los efectos, que van desde fluctuaciones en la red eléctrica y sistemas de navegación como GPS de baja frecuencia hasta problemas con los satélites que orbitan la Tierra.
Cuando se producen estas tormentas, incluso las de menor importancia, las auroras boreales tienden a ser más potentes y constantes en las regiones polares. En zonas de Noruega como Tromsø, en el norte, en los últimos días se han producido escenas espectaculares como la que vemos a continuación.