Un equipo de científicos de la Universidad Monash de Melbourne ha logrado crear un modelo artificial de embrión humano a partir de células de la piel adulta, según un avance del proyecto publicado en la revista 'Nature' y que recoge 'La razón'. Se trata de una revolución mayúscula en la medicina reproductiva que, a buen seguro, levantará muchas suspicacias éticas.
El equipo liderado por el profesor José Polo ha sido capaz de reprogramar un tipo de células de la piel llamadas fribroblastos para fabricar con ellas una estructura celular tridimensional similar a un blastocisto humano. Los blastocistos son embriones en una fase de desarrollo suficiente para presentar ya una estructura compleja de aproximadamente 200 células. En ellos se aprecia ya el material celular que formará la placenta y la masa interna que se convertirá en un feto.
Por lo tanto, estos científicos han generado en laboratorio, con la única materia prima de un grupo de células de un adulto, el modelo de un futuro feto humano. Al resultado de la operación sus autores lo han llamado i-blastoides en un intento de advertir que no se trata más que de modelos artificiales, sin capacidad de desarrollo ulterior. Sin embargo, la polémica ya está servida. Fabricar embriones humanos es una línea roja que la mayoría de los convenios de bioética consideran intraspasable.
La investigación ha sido anunciada como un “logro en el futuro del estudio del desarrollo embrionario humano y en las técnicas de mejora de la fertilidad”. Una de las grandes incógnitas que aún alberga la ciencia biológica es conocer qué ocurre durante las primeras fases del desarrollo de un embrión. Al carecer de herramientas para estudiar directamente la evolución durante los primeros pasos de crecimiento embrionario, los científicos recurren a modelos más o menos acertados para su estudio y al estudio de embriones reales sobrantes de las clínicas de fertilidad.
Generar un “embrión en 3D” sería una fuente de conocimiento única para conocer qué fenómenos intervienen en la formación del feto y en el desarrollo de enfermedades, malformaciones o fallas que conduzcan a un aborto. "Los i-blastoides permitirán a la ciencia estudiar los primeros pasos del desarrollo del embrión humano y las claves que provocan algunos casos de infertilidad, enfermedad congénita o pérdida del embrión así como el impacto de toxinas, virus y otras sustancias en la salud del futuro feto sin necesidad de utilizar para ello blastocistos humanos reales", ha confesado Polo.
Los investigadores han logrado estos i-blastoides mediante una técnica denominada reprogramación nuclear que permite cambiar la identidad de una célula de la piel humana para devolverla a su estado de célula madre. Más tarde, se introduce ese material en una estructura en tres dimensiones conocida como matriz extracelular, una especie de andamio que permite que las células reprogramadas con las instrucciones oportunas generen tejido organizado. Es como poner un soporte por el que queremos que trepe una enredadera. En este caso, la enredadera son células humanas que van a construir un modelo de un embrión desarrollado.
Según los autores del trabajo, estas nuevas estructuras se comportan como un blastocisto humano pero no son idénticas a él. Efectivamente cuentan con un trofoedctodermo (la capa que luego formará la placenta) bien diferenciado y con una masa celular similar al epiblasto (las células que desarrollan el embrión y el feto). El punto más sensible de esta investigación es si este material fabricado puede considerarse un blastocisto embrionario como tal.
No existen antecedentes legales que puedan aclarar el conflicto bioético que este avance va a desatar. Nunca antes se había producido un modelo de laboratorio que pueda imitar hasta este punto los acontecimientos clave que ocurren en el embrión en las primeras fases de desarrollo y que definen su destino. Los autores aseguran haber cumplido la legislación vigente en Australia y mantenerse dentro del margen de los 14 días de desarrollo del embrión que muchas convenciones éticas consideran que no debe superarse en laboratorio.
A partir del día 14 de gestación, en el embrión aparece una masa celular densa llamada “línea primitiva” que se convertirá en la futura médula espinal y que desata con gran rapidez el crecimiento del sistema nervioso central. Ese momento es considerado por algunos como el punto de inflexión a partir del cual el embrión empieza a diferenciarse y adquiere una dignidad merecedora de mayor protección.
Pero otros muchos expertos advierten que la diferenciación embrionaria comienza mucho antes (desde el momento de la concepción, incluso) y que por lo tanto cualquier intervención científica con material celular humano anterior a los 14 días es igualmente rechazable. El equipo de Polo ha detenido el desarrollo de sus i-blastoides a los 11 días, para no superar la frontera de la línea primitiva (o surco primitivo). Pero la preocupación por las implicaciones éticas está encima de la mesa.