Todos apuntamos en nuestra lista de 'hacer antes de morir' ver al menos una vez en la vida las auroras boreales desde el norte de Europa. Hay hoteles que incluso te alojan apartado de todo y de todos en una cápsula transparente con el único objetivo de disfrutar de este espectáculo del cielo. Lo que pocos saben, es que no solo en el Polo Norte se producen este regalo marciano, también la Antártida. Son las auroras australes, diferentes a las boreales pero muy parecidas en una cosa: son pura magia.
Pocos tienen en privilegio de verlas. Principalmente los científicos y exploradores que se alojan durante semanas en las bases de la Península Antártica. También se ven, no obstante, en zonas de Australia y Nueva Zelanda, así como en las islas Malvinas y las de Georgia del Sur, unos archipiélagos llenos de vida donde pueden verse, entre otras especies, pingüinos.
En realidad no existe demasiada diferencia con la boreal. Ambas se producen a una altura de hasta 1.000 metros. Las partículas -electrones y protones- que nos envía el sol son atraídas por el campo magnético de la Tierra y acaban chocando contra el oxígeno, el nitrógeno y los átomos de nuestra atmósfera. Como resultado de la energía que se libera, se producen luces de neón: las auroras polares.
La mejor época para verlas es la contraria a la de las auroras boreales, es decir, entre marzo y septiembre. Es cuando menos horas de luz hay en las zonas próximas al Polo Sur. Si tienes suerte y pillas un cielo despejado, lo más seguro es que te puedas sacarte la foto de tu vida con la luz aural de fondo.
Muy recomendables el entorno del lago Tékapo, en Nueva Zelanda, y la isla australiana de Tasmania para disfrutar de este bello espectáculo.