En un cine de Santa Fe, en el estado de Nuevo México, centenares de personas abarrotan la sala donde se proyecta una de las películas más esperadas de la temporada, 'Oppenheimer'. En una de las butacas, Tina Cordova no puede aguantar las lágrimas. Pero no llora por la emoción de la cinta, sino por la sensación de rabia e impotencia que le ha dejado la última obra del director Christopher Nolan.
Ella no es una espectadora más. Cordova es una mujer nacida y criada en Tularosa, la localidad habitada más cercana al lugar donde se realizó la prueba de la primera bomba nuclear lanzada en el mundo y cuyo relato ha quedado inmortalizado en 'Oppenheimer'. O mejor dicho, solo una parte de ese relato. Su padre tenía cuatro años cuando ocurrieron los hechos el 16 de julio de 1945. Ahora ella dirige el Consorcio Tularosa Basin Downwinders, un grupo cuya misión es que se reconozca el daño causado a las familias que vivían en los alrededores de Trinity cuando se detonó ese primer artefacto nuclear, y que nunca han recibido ninguna compensación por los problemas médicos que aún hoy sufren.
La película 'Oppenheimer' recrea a lo largo de tres horas la historia del Proyecto Manhattan desde el punto de vista del científico que dirigió el mastodóntico reto de crear y de probar la primera bomba atómica. Pero el film pasa de puntillas y prácticamente ni menciona a los habitantes de Nuevo México que vivían cerca del lugar de los hechos, y que se convirtieron en los primeros humanos en 'recibir' los efectos del arma más devastadora que se ha lanzado jamás.
Esa es la razón de las lágrimas de Cordova, que en una columna de opinión publicada en The New York Times expresa su enorme decepción. "Nuestra comunidad esperaba el lanzamiento de "Oppenheimer" y algún reconocimiento de lo que hemos soportado durante los últimos 78 años. Cuando vi la película en una función repleta en Santa Fe, me di cuenta de que no iba a ser así. La película de tres horas cuenta solo una parte de la historia del Proyecto Manhattan. No explora las consecuencias de decidir probar la bomba en un lugar donde mi familia y muchos otros habían vivido durante generaciones", explica con pesadumbre Cordova.
"No puedo evitar sentir que volver a contar esta historia, tal como está, es una oportunidad perdida. Una nueva generación de estadounidenses está aprendiendo sobre J. Robert Oppenheimer y el Proyecto Manhattan y, al igual que sus padres, no escucharán mucho acerca de cómo los líderes estadounidenses arriesgaron y dañaron la salud de sus conciudadanos a sabiendas en nombre de la guerra. Mi comunidad y yo estamos quedando fuera de la narrativa nuevamente", denuncia la activista.
El lugar donde ocurrieron los hechos está al sur de Nuevo México. El relato oficial habla de una extensión de tierra desolada y deshabitada. Pero según Cordova, más de 13.000 personas vivían en un radio de 80 kilómetros. "No fueron advertidos ni antes ni después de la prueba", asegura la cofundadora del Consorcio Tularosa Downwinders. "Muchos testigos pensaron que estaban experimentando el fin del mundo. Se arrodillaron y rezaron". Días después la ceniza contaminada con plutonio cayó del cielo: sobre las casas, los cultivos, el agua...
Todo eso ha tenido consecuencias "devastadoras para la salud". Un estudio de 2010, realizado por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos, determinó que los niveles de radiación cerca de las viviendas más cercanas alcanzaron "casi 10.000 veces lo que se permite actualmente en áreas públicas". Cordova asegura que la organización que ella cofundó "ha documentado muchos casos de familias en Nuevo México con cuatro y cinco generaciones de cáncer desde que se detonó la bomba. Mi propia familia es típica: soy la cuarta generación de mi familia que ha tenido cáncer desde 1945. Mi sobrina de 23 años acaba de ser diagnosticada con cáncer de tiroides".
A pesar de los datos, ni la familia de Cordova ni las centenares de familias que vivían en la zona han sido compensadas por el Gobierno estadounidense. Y eso a pesar de la ley que se aprobó en 1990, conocida como RECA (Radiation Exposure Compensation Act), que da apoyo económico a los 'downwindwers' (personas que vivían a contraviento de los campos de pruebas nucleares). La ley reconoce a los afectados de Nevada, Utah y Oklahoma, pero deja fuera a los de Nuevo México, a pesar de que fue ahí donde se realizó el primer ensayo.
Cordova tiene muy claro los motivos. "Desde el comienzo hemos sido un estado de minorías mayoritarias", explica la activista. Nuevo México tiene una gran población hispana e indígena. "Es uno de los estados más pobres de Estados Unidos y eso generó el caldo de cultivo perfecto para convertir al territorio en el centro del universo atómico estadounidense, rodeado desde el comienzo de tabúes y secretismo".
Pero los vecinos de la zona no son los únicos 'grandes olvidados' en la película. Aquellos mineros que trabajaron en las minas que suministraban uranio al Proyecto Manhattan tampoco son reconocidos en el film de Chistopher Nolan. Los mineros trabajaban en contacto con elementos químicos radioactivos y lo hacían sin los equipos de seguridad adecuados. Los supervisores sí que los llevaban, "de pies a cabeza". "Los mineros rara vez salían de las minas durante sus turnos, ni siquiera para almorzar. Bebían el agua contaminada dentro de las minas cuando se les permitía tomar descansos", explica el Consorcio Tularosa Basin Downwinders.
Otros muchos granjeros fueron desplazados de la zona para poder construir los laboratorios en los que se iba a desarrollar el proyecto. Ellos, además de ser 'sacados' de sus casas, tuvieron que hacer "los trabajos más sucios" y peligrosos, como el de la "limpieza de los laboratorios". Las mujeres, hispanas e indígenas americanas, "fueron alistadas como trabajadoras domésticas para limpiar y cocinar en el complejo mientras se desarrollaba la bomba".
Por todos ellos lloraba Cordova en el cine durante la proyección de 'Oppenheimer'. "Lloré durante las escenas de la película previas a la detonación y durante la prueba misma. Apenas podía respirar, mi corazón latía muy rápido. Pensé en mi papá, que tenía 4 años ese día. Su pueblo, Tularosa, era idílico en ese entonces. Después de la prueba, después de que la ceniza radiactiva cubriera su casa, siguió como siempre bebiendo leche fresca, comiendo frutas y verduras frescas que crecían en el suelo contaminado. A los 64 años, había desarrollado tres cánceres para los que no tenía factores de riesgo, dos de los cuales eran cánceres orales primarios. Murió a la edad de 71 años", relata Cordova. "Este también es el legado de J. Robert Oppenheimer y el Gobierno para el que trabajó. Nunca podré perdonarlos por arruinar nuestras vidas y marcharse".