Lejos queda ya la imagen que ofrecían las películas españolas de los años 60 de despampanantes turistas escandinavas tumbadas en las cálidas playas del Mediterráneo o de la existencia del hombre “typical spanish”, de estatura media, pelo en pecho y más bien rudo, que desplegaba sus encantos “donjuanescos”. Creencias, como éstas, que han ido desapareciendo en generaciones posteriores, pero solo para ser reemplazadas por otras distintas con las que seguir alimentando los estereotipos que las sociedades necesitan.
El concepto de estereotipo fue acuñado a principios del siglo XX por el intelectual estadounidense Walter Lippmann, quien aseguraba que “la información distorsionada era inherente a la mente humana”, lo que hace que “la gente tome decisiones antes de definir los hechos, mientras que lo ideal sería reunir y analizar los hechos antes de llegar a conclusiones; pues sería posible sanear la información contaminada analizándola primero”. Este pensamiento llevó a Lippmann a acuñar el concepto de estereotipo que, en su opinión, “nos somete a verdades parciales”.
La Real Academia Española (RAE) define estereotipo como “la imagen o idea aceptada comúnmente por un grupo o sociedad con carácter inmutable”. Ideas como que los brasileños son los que mejor juegan al fútbol, que a los españoles nos encanta la fiesta o que los franceses destacan por su chovinismo se propagan entre el resto de las sociedades, porque, en opinión de Juan Carlos Revilla Castro, psicología social de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), “son una forma de ordenar y clasificar el mundo”.
El estereotipo puede tener un carácter negativo, centrado en la raza, religión, estrato social o género, entre otras, pero también positivo, poniendo en valor la solidaridad, colaboración o empatía de los ciudadanos de una determinada región o su competencia laboral. Juan Carlos Revilla Castro dice que “el estereotipo nos ayuda a simplificar, lo que provoca, en ocasiones, que llevemos a cabo juicios de valor injustos sobre nuestra realidad cotidiana”. Una opinión que coincide con la expuesta por Víctor Renobell, sociólogo de la Universidad Internacional de La Rioja, quien explica que “la mayoría de los estereotipos son arquetípicos por el lado negativo. Los estereotipos nacen de calificar al otro. En las sociedades, entendemos más o menos dónde y cómo vivimos, pero de las otras, con otros valores, no tenemos tanto conocimiento. Por eso utilizamos ese conocimiento más básico que me sirve para identificar desde una idea preconcebida, lo que implica que sean más negativos que positivos, porque la cultura propia, en muchas ocasiones, siempre es la mejor”.
La utilización de estereotipos está estrechamente asociada con nuestro entorno. “Dependiendo en qué sociedades estemos hay ciertos estereotipos, por ejemplo, en relación con el género, que siguen transformándose. En este caso, el concepto de hombre y mujer puede estar relacionándose con esa igualdad no conseguida pero que está como proyecto en muchas sociedades, mientras que, a lo mejor, en otras sociedades no se está produciendo esa evolución”, sostiene este experto en psicología social.
El proceso de socialización es el que facilita que las generaciones transmitan sus conocimientos básicos, favoreciendo que nos desarrollemos como personas en un entorno social. “Es necesario saber unas normas de comportamiento desde cómo coger un tenedor, que es la socialización primaria, a cómo actuar delante de un jefe o en otros espacios. Esto se va trasmitiendo primero de padres a hijos, después viene el núcleo de amigos más próximo que son también los que dan las pautas de comportamiento según las diferentes clases o grupos sociales”, afirma Víctor Renobell.
La trasmisión generacional de las concepciones sociales varía al igual que lo hacen las sociedades, “los estereotipos no quedan intactos, siempre sufren modificaciones. Por ejemplo, en los estereotipos de género vemos cómo la concepción que había hace 40 o 50 años de las mujeres y de los hombres está cambiando. En algunas cuestiones se mantiene de una manera muy radical esa concepción diferenciada, pero en otras, no tanto”, dice Juan Carlos Revilla Castro.
Sin embargo, existen algunos estereotipos que persisten inmutables a lo largo del tiempo. Para que se produzca ese cambio, el experto de la Universidad Internacional de La Rioja considera que “necesitamos más educación, más conocimiento. La educación ayuda a que el conocimiento que tengamos, en este caso, de los otros o de las otras culturas, sea el más adecuado”.
Revilla Castro considera que para combatir los estereotipos perjudiciales y discriminatorios “se necesita una forma de pensamiento social o común, que está presente en la mente de todos y cada uno de nosotros, que cuestione esa manera de ver la realidad. En este sentido, en el cuestionamiento de los estereotipos tiene que haber señales que llevan hacia ese cambio”. Porque, continúa este psicólogo social, “son los movimientos sociales los que de algún modo activan esa ola de transformación social que después pueden asumir los gobiernos, las escuelas o las familias. Pero, si no existe una movilización social de primeras es más difícil que se remuevan esas conciencias de forma que se desvele ese estereotipo y esa discriminación. Detrás de los movimientos antirracistas también hubo una movilización social muy potente, igual que en los derechos de las minorías LGTBI”.
¿Podremos en algún momento, como humanos, prescindir de crear estereotipos? Juan Carlos Revilla Castro no es optimista porque “necesitamos categorizar el mundo y cuando lo hacemos conceptualizamos; es decir, decidimos las personas que son de un tipo u otro, con una valoración positiva o negativa. Hasta cierto punto, es inevitable”. Sin embargo, anima a sospechar siempre de nuestros propios estereotipos, mirarlos con una cierta distancia, para que podamos darnos cuenta de que nuestra manera de pensar sobre la realidad puede cronificar ciertas creencias que pueden tener consecuencias negativas hacia las personas. “Porque las opiniones que damos sobre los temas se basan en una forma de ver el mundo que, a veces, colocan a determinados grupos de personas en un lugar u otro y puede tener consecuencias negativas”, agrega este psicólogo social.
La escuela, además del marco familiar, es el espacio ideal para luchar contra ese tipo de ideas. “Nacemos en un entorno con unos referentes, padres-madres o sustitutos. Por lo tanto, estos, junto con la formación básica que recibimos, han de ser los pilares fundamentales para acceder a un conocimiento más profundo que nos aleje de ese conocimiento parcial y sesgado que son los estereotipos”, concluye Víctor Renobell.