El extraño pez sargo chopa es conocido por su aspecto curioso: mide cerca de medio metro, tiene rayas “carcelarias”, y posee unos dientes frontales similares a los humanos.
En Europa es poco conocido. Suele habitar en hábitats marinos y estuarios en el Océano Atlántico occidental, desde Nueva Escocia (Canadá), hasta la costa este de Estados Unidos, Centroamérica y la costa brasileña, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN, por sus siglas en inglés).
En estas zonas tiene incluso un mote: “el pez convicto”. Esto es así por sus franjas de rayas verticales oscuras, que recuerdan al uniforma de los presos. Pero esto no es lo más curioso de su aspecto.
La dentadura de la especie Archosargus probatocephalus (más conocido como pez cabeza de oveja) es muy parecida a la de los humanos, y los ayuda a masticar animales de caparazón duro, como crustáceos, almejas y percebes. En más de una ocasión se han hecho virales fotografías de este pez por su aspecto terrorífico, que aleja a los bañistas.
Suele medir 45 centímetros, aunque hay ejemplares más grandes, de hasta 90 cm, y posee una dorsal de espinas afiladas, lo cual no ayuda a su fama de “pez monstruo”.
A pesar de ser más capturado en aguas dulces, donde nada para buscar alimento en invierno, generalmente habita en entornos de agua salada. A comienzos de la primavera desaparecen mar adentro para desovar, nadando en profundidades de hasta 15 metros. Las hembras liberan entre mil y 250.000 huevos, según Live Science, que posteriormente son fertilizados por el macho y nacen pasadas tan solo 28 horas. Pueden vivir hasta 20 años.
Los individuos más jóvenes no tienen dientes, puesto que comen animales más blandos. La dentadura “humana” va a apareciendo en los primeros años de vida, a medida que alcanzan la madurez con unos 2 años.
El pez sargo chopa, aunque puede causar un miedo razonable a primera vista en los nadadores que temen ser masticados, no supone una amenaza para los humanos. A menos que sean acosados, pero el mayor riesgo es el de recibir el pinchazo de sus afiladas espinas de la aleta dorsal.
Aunque no son muy consumidos, pueden comerse sin peligro alguno. De hecho, es relativamente frecuentes verlos en mercados y habitualmente se pescan de forma recreativa. La IUCN no cree que sean vulnerables a la extinción.