Cristina vive pendiente de las mareas. No es pescadora pero es, en la bajamar, donde hace sus mejores capturas. Ella busca eso que está ahí, pero que nadie ve. Pequeños instantes en los que la gente es feliz y no lo sabe. “Son gestos cotidianos que pasan de largo y de los que no hacemos fotos”, explica a NIUS. Por eso, ella pasa horas y horas caminando por la playa, la de Matalascañas (Huelva), fotografiando lo que después será un lienzo de realidad y abstracción.
“Con la marea baja, la gente está mucho más activa. Dan paseos, juegan, buscan coquinas”. Y ahí, es donde esta artista, afincada en Sevilla, busca la inspiración de unas creaciones que después, gracias a Instagram, encuentran comprador de forma casi instantánea. “Tengo muchísimos encargos. Hay personas que se reconocen o que al verlo, recuerdan a su madre o a algún familiar”, señala.
Primero pinta la arena, luego el agua, “con su espumita, si el mar está revuelto”, y por último, los diminutos bañistas que apenas miden un centímetro. “Todos con posturas diferentes. Todos iguales. Porque dentro del mar, no sabes quién es quién. Pero todos somos ricos”, reflexiona la artista. A simple vista, sus dibujos son auténticas fotos. “De lejos se ve lo que es, pero de cerca son cuatro brochazos”, asegura.
Sus playas llenas de luz y vida hablan de esa felicidad cotidiana que pasa desapercibida pero que está en el subconsciente de todos. Una escena cualquiera hecha arte, como la de ellos: él quiere aprovechar que la marea está baja para darse un buen paseo, ella prefiere quedarse leyendo bajo la sombrilla. “No lo saben aún, pero recordarán este rato todo el invierno”, reflexiona Cristina. Una acuarela de 31x43, cuyos trazos cuentan historias. “Me encanta fantasear con sus vidas. Paso tanto tiempo persiguiéndolos, haciéndoles fotos y pintándolos que, al final, los hago míos”, asegura.
Desde lejos, desde arriba o de espaldas, dándoles su espacio. Tres señoras charlan de pie en la orilla, mientras miran al mar. No se les ve el rostro, pero podría ser cualquiera, en cualquier playa y en cualquier momento. Ése es el éxito de su trabajo. "La gente se identifica con estas figuras o le traen recuerdos. A veces, incluso, me piden que las haga con un determinada ropa".
Un instante, tras muchas horas de trabajo. "Me puedo llevar toda la mañana detrás de un grupo", reconoce. Su predilección son las mujeres. "Me gusta darles protagonismo porque lo necesitamos”, señala. Como el que le ha dado a cuatro señoras que pasean por la orilla agarradas del brazo. “Las seguí durante dos kilómetros. Tenía que esperar la luz que yo quería, el reflejo justo, que no se les viera la cara, ni nadie por detrás. Di muchísimas vueltas”, recuerda Cristina que ya ha imaginado la historia tras estas mujeres anónimas. "Se conocían desde niñas. O quizás era más bonito que se acabaran de conocer en la playa. Estaban alegres y ágiles”, describe.
Estudió Bellas Artes y siempre se ha movido en el mundo de la restauración, hasta que llegó la pandemia y le cambió la vida. “Estábamos encerrados, todos mirábamos a las paredes y yo vi ahí mi oportunidad”. Apostó por dibujar lo que todos echábamos de menos: la sensación de libertad en playas llenas de bañistas siendo felices. Los encargos fueron a más y, a día de hoy, es difícil que cualquiera de las obras que realiza en su taller de Sevilla no se venda en un corto plazo de tiempo.
Acuarelas y lienzos, en oleo o acrílico, que pueden ser adquiridas por poco más de cien euros. “Yo por mi pintaría cuadros de 2 metros todo el tiempo, pero es cuestión de espacio y precio. El formato pequeño funciona mejor, es más asequible”, reconoce.
Y no es porque no crea que valen más, simplemente prefiere llegar a más gente. “Para mi es más satisfactorio que muchas personas tengan un cuadro mío barato, a que solo uno tenga uno caro”, nos explica. Y vaya si lo consigue porque sus dibujos viajan a las paredes de casas de toda España, incluso atraviesan fronteras. El arte al alcance todos y la felicidad de la playa como actitud. Vivir, como dice ella, en un verano constante.