La historia de Fernando y María José nos recuerda que en nuestros primeros años de vida guardamos para siempre el recuerdo de rostros y nombres que, aunque aparentemente de la manera más banal, marcaron nuestra historia para siempre. ¿Recuerdan al quiosquero o la quiosquera que les vendía las chuches en las inmediaciones del colegio? Seguro que sí. Pues en el caso de los alumnos del colegio sevillano Sagrado Corazón, Fernando y María José quedarán siempre en su memoria no sólo por endulzarles la entrada y salida a las aulas, sino por protagonizar y merecer una despedida a la altura de quien aguarda pese al frío, el calor o la lluvia las peticiones más dulces de sus clientes favoritos.
A Fernando Calvo-Rubio le pasa como a sus "menudos" clientes. No puede mirar su infancia sin ver el quiosco de chuches en el que se ha criado y con el que ha podido criar a sus hijos. Más de cuarenta años lleva Fernando detrás de esta ventana durante "14 horas al día" sirviendo los más dulces productos a varias generaciones de alumnos del conocido como colegio de Las Esclavas en Sevilla capital.
"Este quiosco lo cogieron mis padres en el año 70 y era su medio de vida. Lo cogieron enfrente de la comisaría de Policía y cuando terminaron el edificio nos pasaron a esta esquinita y aquí llevamos 47 años", recuerda Fernando.
"El día a día aquí son muchas horas de trabajo. Jornadas de 14 horas de frío y de calor. Pero es muy gratificante el estar con los chiquillos, verlos crecer". Y es que Fernando y María José reconocen a familias enteras a través de sus chuches. "Abuelas, madres, generaciones llevamos unas cuantas. He visto a las familias crecer. Alumnas que te compraban chuches hace unos años y ahora vienen con sus hijos. Es muy bonito".
Mientras Fernando nos cuenta sus vivencias bajo entre esas pequeñas, pero muy dulces, cuatro paredes se van parando en su ventana madres y padres que van de camino a recoger las notas de sus hijos. "Estamos todas emocionadas", "Qué bonito", "¡Cuánto te vamos a echar de menos!", "No paramos de hablar en el grupo de padres de vosotros, solo esperamos que os vaya muy bien", y así pasa Fernando las últimas horas en su quiosco, aguantando el nudo en la garganta que se le hace cada vez que tiene que pronunciar una despedida a sus clientes.
"Mañana tengo que hablar con Endesa, quitar el contador, ir a Urbanismo para darme de baja y ya levantarlo. Me emociono, el otro día se me hizo un nudo en la garganta y el día que vea cómo lo quitan, a ver... son muchos años los que se han pasado mis padres aquí, mi hermana y yo con mi mujer", cuenta Fernando a este periódico con nostalgia, que no pena. "Pena no siento, nos ha llegado la hora de decir adiós y estamos en buen estado de salud para vivir ahora la etapa que nos viene. Así que tenemos suerte. Mis hijos afortunadamente estudiaron sus carreras y tienen su trabajo".
Una sensación agridulce al tener que dar un adiós definitivo al negocio que le ha permitido educar a sus hijos y ahora jubilarse para ver crecer a sus nietos. Pero Fernando y María José han criado como quien dice a muchas otras familias a base de "buenos días", saludos en forma de sonrisas y venta de caprichos en pesetas y en euros. Eso había que agradecerlo y lo sabían muy bien los niños de ahora y los que compraron a Fernando regalices y gusanitos hace 40 años. Antes de empezar a empaquetar 47 años de recuerdos en el centro de Sevilla, estos quiosqueros recibieron una emotiva sorpresa que no olvidarán jamás.
"El director me dijo que si no me importaba cerrar un momento e ir con mi señora al colegio. Quedamos a las 10:05 en la puerta. Cuando llamamos y abrimos, nos quedamos, no sé qué decir. Podíamos esperar una despedida, algo, pero lo que nos hicieron fue... Solo tienes que ver el vídeo. Estaban todos", relata muy emocionado Fernando al que no hace falta que le sobren las palabras para explicar el regalo que le hicieron sus niños porque siempre guardará esas imágenes que demuestren al mundo entero lo importante que son las personas que, de una manera u otra, han endulzado nuestros recuerdos.
Ahora Fernando y María José afrontan otra etapa que esperan que sea tan dulce como estos 47 años mano a mano en el quiosco. "Tendremos que ir viendo el día a día porque son 14 horas al día que ahora hay que rellenar de alguna manera", ríe Fernando con la tranquilidad que debe dejar en uno el haber cumplido con una trayectoria laboral impecable.