En Rambla del Agua viven más gatos que personas. Y no es un decir. Es la realidad de esta pequeña aldea granadina del Valle del Zalabía, en pleno parque natural de la Sierra de Baza, donde solo viven doce vecinos de forma permanente. En cambio, la colonia gatuna ha ido creciendo con los años. “Empezaron siendo cuatro y ahora ya hay unos 70”, explica a NIUS Ángeles Ruz, vecina de Rambla.
Los gatos llegaron para poner remedio a la presencia de ratas. “Estaban por todas partes y se comían hasta las tuberías. Yo tuve que cambiar todas las de mi casa”, asegura Ángeles. Más de 20 años después, no hay rastro de los roedores, pero la población gatuna se ha disparado y con ello, el problema de alimentarlos. “Hay temporadas del año en las que no tienen quien les de de comer”, lamenta.
Por eso, hace unos días, esta vecina lanzaba en redes sociales un SOS explicando que algunos estaban muriendo de inanición. Hasta ahora era la asociación de vecinos la que se había estado haciendo cargo de alimentarlos, pero desde hace unos meses son solo unos pocos los que, “con sus medios particulares, a duras penas”, dan de comer a los animales. “La mayoría son personas pensionistas jubilados que no les llega para alimentarlos a todos”, lamenta.
En apenas 24 horas, varias asociaciones animalistas respondían al llamamiento y organizaban una expedición con 300 kilos de alimentos para gatos. “Con eso pueden tener para algo más de un mes”, nos explica Maribel Álvarez, de la asociación Cat to me, una de las muchas que se han movilizado de forma urgente para traer pienso a los felinos de esta aldea.
Sin embargo, la solución a medio plazo para el crecimiento descontrolado de la población gatuna parece estar en la castración de los animales. Una opción que el ayuntamiento del Valle del Zalabí está estudiando. “Somos un pueblo pequeño y tenemos pocos medios, pero estamos en contacto con asociaciones y veterinarios para encontrar la forma de hacerlo”, explican a NIUS fuentes municipales.
Rambla del Agua llegó a tener unos 500 habitantes durante el siglo pasado hasta que en los 50 comenzó su despoblación que se hizo masiva en los 60 y 70, quedando prácticamente abandonada. “¿Quién se va a atrever a pasar aquí el invierno, totalmente incomunicado, sin cobertura y con esta precariedad en carencia de servicios?”, se preguntan estos vecinos que llevan años luchando por reflotar su pueblo.
“No llega una ambulancia, el agua la hemos canalizado nosotros, la luz es por energía solar que también hemos gestionado y la carretera es un camino de tierra”, se lamenta Ángeles, cuya familia lleva cinco generaciones viviendo en esta pequeña aldea. Como ya hicieron sus antepasados, seguirá luchando por mantener vivo su pueblo y a sus gatos.