Los últimos mohicanos del terruño contra los vinos fotocopia

  • El X Salón de los Vinos Radicales muestra su potencial con una apuesta por la tierra, las raíces, la diversidad y la producción respetuosa y tradicional

  • No hay un consenso exacto respecto a qué es un vino radical, pero sí un sentimiento de pertenencia a un espacio común

  • "Los vinos radicales no son excluyentes ni sectarios; más bien al contrario, admiten cualquier metodología que permita al viticultor mantenerse fiel a sus raíces”

El lenguaje siempre preconstituye una realidad: si alguien le habla de vinos radicales lo lógico es que, de entrada, piense en algo extremo. Y aunque a su manera lo son porque son vinos extremadamente auténticos, no lo son en el sentido de tajante o intransigente. Vinos que llevan al límite una filosofía propia al entender su identidad. “La lengua no es la envoltura del pensamiento sino el pensamiento mismo”, según la definición de Unamuno. Esos vinos son, también, el reflejo exacto del pensamiento de los viticultores, enólogos y agricultores que los conciben. En puridad, radical viene del latín y significa raíz. O si lo prefieren: fundamental o esencial. Por ahí va la fiesta.  

Son vinos que apuestan por transitar vías secundarias y huyen de las grandes autopistas, donde encontrará miles de vinos que solo se diferencian por la etiqueta. “En un momento en el que la calidad ha dejado de ser un argumento de diferenciación y la uniformidad amenaza con devastar la diversidad que atesora el viñedo global, aquellos que de verdad amamos el vino debemos orientar la mirada hacia lo pequeño, para seguir disfrutando a lo grande. Porque hoy los valores que definen la riqueza del vino —singularidad, fidelidad a un paisaje, tradición, innovación, pasión, riesgo, inspiración, locura...— sólo perviven en el trabajo que realizan aquellos viticultores que nadan a contracorriente de la globalización del gusto, las imposiciones del mercado y la proliferación de los vinos fotocopia”.

Así reza el manifiesto de los vinos radicales, que acaban de ponerse al día en el X Salón, organizado por el Sindicato del gusto, un “contubernio de gastrósofos que sobreviven trabajando en el periodismo vinícola y gastronómico, la fotografía, el diseño, la arquitectura y la edición”.

Guardianes de lo pequeño 

No son vinos excéntricos ni vinos para eruditos, no son solo para expertos o gente rarita. Tampoco son vinos que desprendan aromas desagradables ni que muestren turbiedades innecesarias. No son vinos marginales, difíciles, ni necesariamente baratos ni innecesariamente caros. No son vinos de hippies. No son por definición mejor que otros elaborados comercialmente o producidos por decenas de miles de botellas. Hay de todo y cada uno vale lo que cuesta. Quienes no están en este foro son los grandes grupos bodegueros ni los vinos de moda. No están los vinos procedentes de viñedos extensos ni los llamados vinos de autor. Es una apuesta por “los guardianes de lo pequeño, de lo esencial, los que mantienen los pies en el suelo junto a las raíces”. 

Un patrimonio compartido 

Si habla con los viticultores —35 han participado en la edición de 2025— comprobará que no hay un consenso exacto respecto a qué es un vino radical. Pero sí hay un sentimiento de pertenencia a un espacio común, a un patrimonio compartido, hijos de un acervo que los define. Y solidarios en la importancia de escuchar a la tierra, lo que dice, lo que produce y lo que aconseja. Ahí está casi todo. Son los que definen desde la organización como “los últimos mohicanos de la viticultura mundial, pequeños productores que trabajan los viñedos con sus propias manos y se mantienen fieles a las variedades autóctonas y al carácter que transmiten los suelos y el clima”.  

Son vinos que se van abriendo paso en un portafolio superpoblado en el que mandan las grandes denominaciones de origen. Afortunadamente, los aficionados van encontrando ofertas diferenciales en muchos establecimientos y tiendas especializadas. Se va perdiendo el miedo a probar y se empiezan a desterrar los prejuicios sobre marcas y territorios que no pertenecen al mainstream vinícola. 

Tierra, tierra y tierra 

Para Sergio González, de Arqueoastronomía, un grupo de cuatro arqueólogos, enólogos y microbiólogos que elaboran vinos en Trebujena (Cádiz) y en Extremadura explorando las técnicas de reproducción romanas, los vinos radicales “son los que ignoran las modas imperantes y se basan en la filosofía de los productores, la historia y el patrimonio etnográfico, los que mantienen un compromiso activo con la producción y la tradición”. Con nombres tan sugerentes y romanos como Lixivo, Favonio o Baetica Columela hacen sus vinos en dolias, unas vasijas de alfarería, y algunos los fermentan con miel, pétalos de rosa o los crían bajo velo de flor.  

Desde el otro lado del mapa, desde Calatayud (Zaragoza), el escocés Norrel Robertson, El escocés volante, master of wines, tras recorrer, aprender y trabajar en viñedos de Italia, Francia, Portugal, Australia, Chile, Nueva Zelanda o Portugal, se ha enamorado de la garnacha de Aragón y con cuvees de menos de 5.000 botellas ofrece productos extraordinarios. “Para hacer un vino radical hay que interpretar lo que nos dice la naturaleza y nunca perder el contacto con la tierra”, sostiene.

Álvaro García Oteyza, de bodegas Arrayán, que produce en los Montes de Toledo (DO Méntrida) y en sur de Ávila (DOP Cebreros) de donde salen unos vinos de albillo real realmente golosos, va en la misma línea: “Son vinos con raíz, pegados a la tierra, que expresan la conciencia lo que expresa el suelo”. Desde Burdeos, Tom Puyaubert, llegó a Laguardia (Álava) para elaborar blancos, rosados y tintos bajo la DO Rioja. En Bodegas Exopto trabaja con cepas viejas de entre 30 y 90 años y cultiva tempranillo en Ábalos, en la Rioja Alta; y garnacha y graciano en las faldas del Monte Yerga, al sur de La Rioja: “Estos vinos son la expresión de la tierra, dicen de dónde vienen, lo que son y de qué se nutren”. 

La listán prieto: la uva que arraigó en América  

El Salón de este año, que ha reconocido el trabajo de Paz Ívison, periodista de referencia en el mundo vinícola, de una autoridad incontestable, ha estado dedicado a la listán prieto “y sus hijas criollas de América”. La uva viajera entre España y América. Es la uva que hace 500 años salió de Castilla para arraigar en los terruños del nuevo continente. Han participado viticultores que han recuperado esa uva en Madrid y zonas de Castilla, en las islas Canarias, de larga tradición, y otros viticultores de América como el peruano Pepe Moquillaza, la bodega argentina Durigutti Family WInemakers (mendoza) o Viñas Lomas de Llahuen (Chile). 

“Son fundamentales, extremos e intransigentes en la defensa de sus valores. Ecológicos, biodinámicos, naturales, de pago, de pueblo o paraje, ancestrales, experimentales, futuristas... los vinos radicales no son excluyentes ni sectarios; más bien al contrario, admiten cualquier metodología que permita al viticultor mantenerse fiel a sus raíces”, reza el manifiesto de los vinos radicales. Unos vinos que han llegado para quedarse. Por eso, porque tienen raíces profundas. 

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