Roma, la eternidad en unos días

Una ruta para comer bien cerca de los lugares más emblemáticos de Roma
Desde una buena pizza hasta probar unas exquisitas alcachofas de Roma
Restaurantes perfectos para reponer fuerzas tras un día visitando y conociendo la capital italiana
Roma es una ciudad infinita que no se acaba nunca. Cada vez que venimos a verla es como si fuera la primera vez, siempre descubrimos algo o recordamos lo de ocasiones anteriores. “Por fin he llegado a Roma, la primera ciudad del mundo”, dijo Goethe. Lo grande y lo bello integrados en una cotidianidad caótica. Venir a Roma es también venir a encontrarse con el calor y los abrazos de Annalisa y Paolo. Las rimas de la vida. Son ellos quienes nos reciben en el aeropuerto y con quienes compartimos la primera sobremesa en Porto Romano, la marina de Fiumicino, en la desembocadura del Tíber.
El restaurante es Gina, cálido, amplio, luminoso, con unas vistas inmejorables sobre la llegada del río al mar. La atención es muy amable y cercana y la comida arranca con una sólida propuesta: una fritura de calamares y anchoas espléndida; una ensalada de gambas, pulpo y mejillones, estupendamente bien presentada y muy bien aderezada; el plato principal es una dorada a la parrilla sin tacha. El postre va de frutas del bosque con helado de limón, muy refrescante, un estupendo final para una comida muy agradable, aderezada con la conversación que entrelaza recuerdos y vivencias de Madrid y Roma; de Galicia y Porto Ércole. Mientras discurre la charla, apuramos un blanco de una de mis zonas preferidas: Soave, que tiene la tipicidad de los vinos volcánicos del norte y de esa uva majestuosa, la garganega; atesora la elegancia y la suavidad de las flores blancas a la vez que ofrece tensión, nervio y persistencia. El vino es Pieropán Soave Clásico 2023, joven y fresco, con carácter, procedente de una bodega familiar que comenzó a elaborar a finales del siglo XIX. Modernidad y tecnología sin olvidar la tradición.
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Nos despedimos de los Vasile cuando la tarde empieza a caer sobre Roma en vísperas de cambios horarios. Se nota mucha concurrencia en las calles por su efecto llamada de Año Jubilar. La ciudad luce renovada.
Hemos decidido que en este viaje haremos un recorrido por diferentes iglesias. Aquí cada templo es una catedral.
Cerca de nuestro hotel está Santa María sopra Minerva, una de las iglesias más antiguas y con una de las fachadas más bellas que conozco, donde yacen los restos de la patrona de Italia, Santa Catalina de Siena; solo su cuerpo, su cabeza está en aquella localidad toscana. A la izquierda del altar mayor se encuentra la estatua de 'Cristo cargando la cruz' de Miguel Ángel. A la salida y en la plaza, esa curiosa escultura de Bernini, el 'elefantino' con el obelisco egipcio a cuestas, una de las obras maestras del barroco.
Este primer paseo nos lleva hasta El Panteón, el templo de todos los dioses y uno de los símbolos icónicos y más visitados de Roma, cuya majestuosa silueta ha permanecido inalterada tras resistir casi dos milenios desde su construcción. Su cúpula es avasalladora, una semiesférica perfecta cuya bóveda pasa por ser la más grande del mundo. Su óculo permite el paso de la luz hoy es tenue y gris. Hay gente pero este interior rezuma silencio y quietud. Aquí está la tumba de Rafael, con uno de los epitafios más bellos que recuerdo: “Aquí yace Rafael. La gran madre de las cosas temió ser vencida por él, y temió morir cuando él murió”. La historia de casi dos mil años respirada en un instante.
Cerca del Panteón está la iglesia de Sant´Ignazio di Loyola, levantada para conmemorar la canonización del santo guipuzcoano. Su interior es suntuoso y está lleno de estucos, dorados y mármoles policromados. El artista jesuita, Andrea del Pozzo proyectó una cúpula a modo de un trampantojo que nos deja boquiabiertos. Una maravilla. Una pequeña Capilla Sixtina.
Decidimos terminar el día en la Fontana di Trevi, esa maravilla encastrada en esta plaza. Impactante, refulgente, maravillosa. No lanzamos monedas porque estamos seguros de que volveremos muchas más veces a esta ciudad que nos tiene cautivados desde hace ya tiempo. “En Roma, el pasado y el presente se confunden y la historia parece revivir en cada esquina”, decía Chateaubriand.
Plazas, más iglesias y una cena en Camponeschi
Buscamos un hotel muy céntrico, al lado del Panteón, el Albergo Santa Chiara, un alojamiento sencillo y confortable, con una ventaja: te permite ir andando a todos los sitios sin tener que superar cada día una etapa del Camino de Santiago.
Para recorrer esta urbe persuasiva y extensa hay que tener paciencia, caminarla en libertad y sin agobios; siguiendo los consejos tan útiles de mi querida Cristina, que nos llevan a visitarla sin tener la sensación de ser unos de las que la inundan.
Casi como si quisiéramos hilar la ruta jesuítica, nos vamos al Gesú, la primera iglesia que los jesuitas construyeron en Roma, el epítome de la arquitectura de la Contrarreforma. Esta orden religiosa quería atraer a los creyentes con un arte esplendoroso y arrebatador. La iglesia fue construida en la segunda mitad del siglo XVI. Aquí está la opulenta tumba de su fundador San Ignacio, obra de su artista de cabecera, Andrea del Pozzo. A un lado de la Iglesia se conservan las estancias en las que vivió el santo hasta su muerte en 1556.
Hemos intentado visitar la mostra dedicada a Caravaggio, pero cuando nos lo propusimos ya no había entradas para estos días y por tanto nos acercamos a San Luigi dei Francesi, para contemplar los 3 lienzos del artista milanés que representan la vida de San Mateo, el uso dramático de las luces y las sombras. Pasión, violencia y brillo. Sobrecogedores.
Caminando solo un ratito llegamos a Santa María della Pace, lo más sobresaliente de esta iglesia es su fachada, el fresco de la Cuatro Sibilas de Rafael y el bellísimo claustro de Bramante que le da una sensación monumental que contradice su diminuto espacio.
Nuestra jornada matinal finaliza en Sant´Agostino, un templo del siglo XV que contiene un cuadro del profeta Isaías pintado por Rafael y un magnífico Caravaggio, 'La Virgen de los Peregrinos', de un realismo y una belleza extraordinarias. Cuenta la leyenda que el artista donó esta pieza en gratitud por haber sido refugiado en esta iglesia cuando escapaba de una condena por homicidio.
Es la hora de comer y tenemos mesa reservada en la Ostería da Mario, un restaurante frecuentado por políticos y personal diplomático de las cercanías. Es un lugar agradable, con buena atención y comida de toda la vida: una burrata canónica, unas berenjenas a la parmesana y unos espagueti aglio e olio componen el menú que acompañamos de un chianti clásico de Tenuta Di Nozzole, procedente de Greve, de gran intensidad aromática. Envolvente y concentrado, ideal para acompañar esta comida.

Después de una breve parada en el hotel paseamos la tarde por la Vía del Corso hasta encontrarnos con la Galería Doria Pamphilj en donde vive uno de los retratos que más me ha impresionado nunca, de los más extraordinarios de la historia. el Inocencio X de Velázquez. Esa mirada dura, desconfiada, inquietante, es de un magnetismo inenarrable. Cuenta la historia que el propio Papa dijo al pintor sevillano: “Troppo vero” (demasiado verdadero).
Hemos quedado a cenar con Annalisa y Paolo en otro de los restaurantes de comida auténtica romana, Camponeschi, en Piazza Farnese. Para llegar cruzamos Campo dei Fiori, es de noche y la iluminación tenue de la plaza genera una mayor inquietud (a pesar de la enorme concurrencia) a la estatua de Bruno Giordano, el astrónomo que fue condenado a la hoguera en esta misma plaza.
El nuevo encuentro con nuestros amigos es de una alegría rebosante. Las palabras andan de la mano. Este era un viaje prometido y esperado. Abren nuestra cena unas lentejas extraordinarias, hacía tiempo que no me comía unas así; unas alcachofas estupendas (es maravillosa la variedad de alcachofas en Roma), y unos lomos de salmonete sabrosísimos, en un punto extraordinario. Bebemos un vino de Lombardía, un blanco procedente de la zona del Lago di Garda, una de las uvas más elegantes del país, la trebbiano de Lugana, un vino elaborado por la familia Tiraboschi, con cepas de más de 50 años de antigüedad: Ca`Lojera 2023, de sabor mineral, potente y fresco. Goloso. Irresistible.

En la sobremesa, como si deshojáramos la rosa de los vientos, vamos haciendo planes de nuestros futuros inmediatos y venideros.
“Roma es la ciudad de las almas y de los dioses”, decía el verso de Keats.
Comer en el centro histórico, cena en Vía Margutta
Roma es fantástica, es el lugar con más monumentos del mundo. Un centro de peregrinación y más en este Año Jubilar. Casi todas las ciudades nacieron de un mercado, una frontera, a la vera de un río, por motivos defensivos; solo tres nacieron de una tumba y sobre esas necrópolis florecieron las urbes: Jerusalén, Santiago de Compostela y Roma. Atendemos a esa llamada y nos encaminamos hacia San Pedro antes de que llegue el fin de semana y el tránsito por el área vaticana se ponga imposible. La plaza es impresionante, el lugar de las mayores congregaciones cristianas del mundo. Las columnas semicirculares simulan un abrazo de piedra custodiado por las imágenes de 140 santos. En el centro, el magno obelisco que se trajo Calígula desde Egipto.
La Basílica de San Pedro es admirable desde su fachada a su interior. Entre sus tesoros están el Trono De San Pedro de Bernini y la Piedad de Miguel Ángel, esa obra que realizó con tan solo 25 años y que es la única que lleva su firma. El disco rojo de pórfido es un lugar especial, en donde los papas coronaban a los emperadores. Impresionante es también el Baldaquino de Bernini y el altar que solo usa el Sumo Pontífice y que se eleva sobre el lugar exacto de la tumba del santo. Y luego está esa majestuosa cúpula de Miguel Ángel, de una envergadura inenarrrable.
“Roma es la ciudad que más me ha hecho sentir la presencia de lo eterno”, escribió Rilke.
Regresamos al centro histórico para comer en Maccheroni, otro de los sitios típicos de comida romana tradicional. Optamos por la sencillez: bresaola, ensalada y un filete. Para beber un vino del Piamonte, un Giovanni Rosso Langhe Nebbiolo 2022, monovarietal de esa uva, con un cierto encanto juvenil y ligero; jugoso vibrante.

La tarde nos lleva a la Roma antigua de los Foros y el Coliseo, para ello caminamos bordeando Piazza Venezia y accedemos a la Vía dei Fori Imperiali. Este paseo hace comprender la inmensidad del Imperio Romano: templos, basílicas, arcos triunfales y estatuas son el testimonio vivo de una civilización impresionante . “Antes del nacimiento de Nueva York, el ser humano no había emprendido una tarea urbana tan colosal y ambiciosa como fue la construcción de Roma. Y ahí quedan sus rastros”, escribió Javier Reverte en su 'Otoño en Roma'.
El final de esta vía, culmina en el monumento que simboliza a la ciudad, de una magnitud inenarrable, el Coliseo. Una obra maestra de la ingeniería y arquitectura romana, pensado para albergar en su día a más de 50.000 espectadores. Declarada o Patrimonio de la Humanidad en 1980. Recurro de nuevo a 'Otoño en Roma' para encontrar la mejor descripción del monumento: “Cierro los ojos e intento imaginar una noche festiva en este Coliseo, con las hogueras ardiendo junto a los templos y los cantos que celebran a los dioses”.
La hospitalidad de los Vasile
Hay quienes creen que las nubes son transportistas de lluvia, que la llevan, la traen y la dejan donde quieren. Esta mañana en Roma la lluvia cae suave y fina, mansa como si no quisiera molestar a los viandantes.
La comida es en casa de Annalisa y Paolo para poder encontrarnos con la familia al completo: sus hijos Martina, Andrea y Luca y todos sus nietos: Viola y Olivia, Bianca y Tommaso, Paolo y Francesco, ¡qué maravilla verles crecer!
Anda la conversación haciendo deambular las emociones, los valores y los sueños forjados a lo largo de más de veinte años de encuentros, aventuras y experiencias hoy reunidas en torno a una mesa. Van así las palabras cosiendo la amistad por el derecho y el revés de los recuerdos, también de este presente de indicativo y de nuestros futuros romanos y gallegos.
Annalisa es una inmejorable cocinera y nos ofrece un almuerzo extraordinario a base de ensaladas, pasta, carne… una delicia de comida que hace de este hogar una casa encantada.
Un Prosecco di Valdobbiadene y un Ornellaia Le Volte 2022, nos acompañan; este tinto es generoso, fresco y alegre y en su paso en boca deja un recuerdo frutal duradero.
Nos despedimos agradeciendo esta infinita hospitalidad, ese maravilloso compendio de ternura de los niños y su asombro por nuestra fluída conversación en otra lengua que no es la suya. Un día estupendo, cuadrado en la geometría del afecto. “El agua alegre de los días romanos, pasa como una canción viajera”, decía Rilke. Entre abrazos y despedidas nos citamos en tiempos futuros: Nápoles nos espera con sus aromas de naranjas otoñales.
Al regresar a Roma y antes de pasar el hotel decidimos acercarnos a la basílica de San Lorenzo in Lucina, un lugar clandestino en el que los cristianos se reunían para orar. En el interior nos encontramos un improvisado ensayo de piano, flauta travesera y un pequeño coro que hace las delicias de los escasos visitantes. Aquí está la tumba del “divino bohemio”, el compositor checo, Josef Mislivecèk, amigo de Mozart.
Para cenar, Cristina nos ha dado uno de sus impagables consejos: Babette, en Vía Margutta 1. Un sitio especial, acogedor, tranquilo y con un servicio esmerado. Cenamos una ensalada boreal, una estupenda crema de verduras y unos filetes empanados muy sabrosos. Bebemos un barolo que se presenta equilibrado y seductor, muy agradable al paladar. Vajra Barolo Albe 2020.
Regresando al hotel paseamos Vía Margutta y nos detenemos a la altura del número 51, la casa en la que vivía Joe Bradley, el periodista americano al que daba vida Gregory Peck en 'Vacaciones en Roma'.
“El corazón se reserva los días felices”, decía Hölderlin.
La ciudad de las cúpulas
Roma también hay que verla desde arriba, desde lo alto de sus promontorios, por ello nos vamos al Trastevere, para subir al Gianicolo, ese lugar en donde se respira España: la residencia del embajador, la Academia, el Liceo español y esa vista hermosa de esta ciudad y su ingente colección de cúpulas. Estamos en el Trastevere, “la verdadera capital de Roma”, como lo llamaba Alberti. Se impone un café en Calisto y recordar los días felices con Silvia, Sergio, Adriana y Mencía.
Con tan solo doblar una esquina estamos ante Santa María in Trastevere y su cautivadora fachada románica. Los mosaicos de su interior son realmente asombrosos, como sus imponentes columnas romanas antiguas.
Este es un barrio con duende, con dos vidas, diurna y nocturna, con sus hermosas calles empedradas, su aire bohemio. El Trastevere es la evocación de muchas imágenes de Sorrentino, Victorio de Sicca, Rossellini, William Wyler y Woody Allen.
Cruzamos el río para acercarnos a Santa María in Cosmedin, una de las mejores iglesias medievales de la ciudad. En el siglo XII vio realzada su belleza con un campanario de siete pisos y un pórtico, en donde se encuentra la 'Boca della veritá', a la que acuden numerosos turistas para poner a prueba sus certidumbres.
Tras un vistazo al Circo Máximo, al Teatro Marcello y al Pórtico d´Ottavia, regresamos al centro porque el cuerpo nos pide una pizza en La Montecarlo. Tenemos suerte porque encontramos mesa enseguida. Este es un sitio genuino, sin lujos pero con una buena atención, buen precio y buenas pizzas pero ninguna supera a las que nos tomamos en Madrid en el Due Amici, de nuestro querido Salvatore.
Estamos cerca de Piazza Navona, la plaza ovalada, en la que el viajero constata que esta ciudad es un museo al aire libre. Diseñada por Bernini en el siglo XVII. Sus tres fuentes, la de los Cuatro Ríos, la de Neptuno y la del Moro, son uno de los ejemplos más destacados del barroco romano. El arte y la historia aquí se buscan y se abrazan.
El recorrido nos lleva hasta la Piazza del Popolo, en el corazón de la ciudad, originariamente fue una capilla construida para exorcizar al fantasma de Nerón. Alberga una serie de tesoros artísticos. Bramante proyectó el ábside, Rafael decoró la Capilla Chigi y Caravaggio contribuyó con dos espectaculares lienzos: 'La crucifixión de San Pedro' y 'La conversión de San Pablo'. En la inmensidad de esta plaza es inevitable la contemplación de su Obelisco Flaminio y de sus iglesias gemelas de Santa María in Montesanto y dei Miracoli.
El periodista y amigo, Alessandro Cecchi Paone, nos ha emplazado para cenar en un lugar mágico: Il Giardino, el restaurante alojado en la terraza del Hotel Edén. La vista es imponente, enseña a mirar a otra manera. “La arquitectura aquí es una especie de poesía petrificada”, dijo Percy B. Shelley. Durante toda la cena, como una hermosa candela, reflejada en la noche clara, alumbra la majestuosa cúpula iluminada de San Pedro.
Cenamos de maravilla: unos tacos de crustáceos y un teriyaki de atún. Para beber Alessandro ha optado por un De Bartoli Pietra Nera 2023, elaborado con la variedad zibibbo: seco, mineral y con un final muy agradable, ligeramente amargo. Un acierto.
Con Alessandro repasamos afectos comunes, lugares de la Costa Amalfitana e inevitablemente hablamos de Roma, sobre la que él apunta con datos contrastados que la ciudad está batiendo récords de visitantes desde la pandemia. Roma es un furor. Ya no hay temporadas bajas. Le recuerdo la cita de Goethe. “Roma es la ciudad de las ciudades y quien no la haya visto no puede tener ni idea de lo que es una ciudad”.
Toca regresar a Madrid. Insisto en aquello de que no hemos arrojado monedas en la Fontana de Trevi porque volveremos: por los Vasile, para recuperar sus abrazos; y porque “esta es la ciudad que más me ha hecho sentir la presencia de la grandeza” (Stendhal).
Ni cien palabras más.
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