Pontevedra, el elogio a la lentitud
Pontevedra es una ciudad para conocer caminando, parando en sus exquisitos bares para degustar su impecable gastronomía
En Galicia no todo es marisco y bacalao, también tienen grandes carnes hechas en su punto justo y saborearlas junto a un buen vino
¿A qué sabe Pontevedra? A churrasco de cerdo en un punto perfecto de brasa, empanada fina de bacalao o pimiento y queixo de Arzúa
En Pontevedra todo está a un paso. Es una ciudad pensada para caminarla, para vivirla andando. El tiempo pausado. En Pontevedra todo está ahí, un poco más cerca. “Pontevedra, joven y femenina”, como la definió Cunqueiro.
Llegamos ya caída la noche y al ser viernes la ciudad se mostraba con la inquietud del fin de semana.
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Nos vamos a Marín, nos esperan en O Caixón (a pesar de que andan de vacaciones), nuestros amigos del alma, Cris y Chicho; a la cena se suma también una buena amiga, Marián. Sobre la mesa una artillería gastronómica bien ordenada, con productos que comercializa Chicho en Comercial Freijo: un pastel de centolla de Yatecomeré, unas gulas con gambas al ajillo, unas sardinas de Ortiz con unas excelentes patatas cocidas y una croca (un corte de la cadera de ternera) de La Finca. La escolta líquida de la cena salió de mi bodega personal: Nosso de Menade 2021, un vino que hace en La Seca mi querido Richard Sanz, un bodeguero audaz e ingenioso, capaz de interpretar de manera inteligente esta zona vinícola. Sus vinos son una delicia y éste elaborado con verdejo al cien por cien sabe a los verdejos de antes, de siempre, huele a miel y a camomila, sabe a fruta de hueso. Delicioso.
El tinto también brota del afecto: Solideo 2017 de Dehesa de los Canónigos, proviniente de la subasta benéfica de mi tocayo, el general Manuel Gorjón. Un vino seductor, persistente y muy bien estructurado. Impecable.
O Caixón, tiene ese trazado de taberna de las de siempre, uno de esos lugares confortables para hablar, comer, beber y soñar. “Las amistades más bonitas empiezan en las tabernas”, me dijo un día el escritor y poeta Benjamín Prado. Hete aquí.
Un día en Pontevedra
El amanecer de sábado arranca con una lluvia suave, “una música humilde que hace vibrar el alma dormida del paisaje” que decía García Lorca.
En Pontevedra caminar es conocer y aprender. Es una ciudad que te sostiene la mirada. Hospitalaria, siempre abierta de par en par (es tierra peregrina). En sus calles, el viajero puede imaginarse a Castelao dibujando, a Carlos Oroza escribiendo un poema, a su Coral Polifónica (está a punto de alcanzar el siglo de vida) cantando un aria, o imaginarla estirada en su propio pasado por el periodista Rafael López Torre, que la ha contado muchas veces en “vuelta y media”.
Esta ciudad guarda la memoria de los mercantes atlánticos, fue un puerto de gran auge en el siglo XVI, tanto que a mediados de ese tiempo fue la más poblada de Galicia. La Boa Vila, mira hacia la ría desde su hermoso sermón de piedra, la portada plateresca de Santa María la Mayor (S. XVI). Una preciosidad. Nunca deja de impresionarme lo imponente de este monumento que desde el año 2000 ostenta la nomenclatura de “Real Santuario”.
Para una particular celebración familiar hemos elegido comer en Varela Churrasquería, una vieja ferretería de la Plaza de Curros Enríquez que el chef Pepe Vieira (2 estrellas Michelin, 2 soles Repsol), transformó en restaurante a principios de este año. Hay aquí muchos guiños al pasado: los cajones originarios para guardar herramientas, espacios que recuerdan esa habitabilidad industrial de otro tiempo y un enorme tragaluz que ilumina el restaurante con luz natural gris o azul según el día. En Pontevedra, como en toda Galicia, la cosa también depende.
Subimos hacia lo que era la oficina de la ferretería, ahora convertida en una impresionante bodega y con mesas que hacen las veces de reservados. En esta trayectoria ascendente observamos el ajetreo de la cocina (a vista abierta) con fogones y parrillas a pleno rendimiento. Una cecina de buey sobresaliente, una lechuga crujiente impresionante, una curiosidad inesperada: mortadela de jabalí y unas croquetas melosas son el territorio de lo compartido. También compartimos un excelente churrasco de cerdo en un punto perfecto de brasa y entraña de vaca con pimientos rojos asados. El pan, al horno de leña con aceite de arbequina y orégano merece su lugar destacado.
El primer vino que elegimos venía del aura mágica de Raúl Pérez, del Bierzo: Ultreia Saint Jacques, una mencía procedente de viñas viejas, con toques dulzones, muy buena acidez y muy goloso y fácil de beber. Para el segundo vino, cambiamos de bodeguero que no de magia, la de Álvaro Palacios y La Montesa 2020, una delicada interpretación de la garnacha en la zona más oriental de La Rioja, equilibrio y enorme elegancia. A ambos me gusta tildarlos de “vinos de precios democráticos” por lo que tienen de insuperables en la relación calidad/precio.
La tarde tiene la luz propia de lo melancólico cuando estamos a punto de abrir el último mes del calendario. Paseamos para sentir la lentitud del tiempo como forma de apreciar lo cotidiano. Las ciudades se conocen con los pies.
Pontevedra es un referente internacional de urbanismo y bienestar, a lo largo de este siglo ha ido acaparando una importante cantidad de premios que la han convertido en un modelo muy admirado, en un ejemplo de ciudad muy cómoda para vivir. Es el triunfo de un espacio habitable, hecho a escala humana, sin grandes pretensiones y con mucha autenticidad. Una urbe pluscuamperfecta en hechuras. “A Pontevedra la he adoptado como un sitio de silencio y cultura peatonal”, dijo el poeta Carlos Oroza.
Llega la noche con su piel tersa, sin una sola arruga. Hemos quedado a cenar en un local resucitado, San Francisco Pop Up, lo que era una cafetería que había echado el cierre es ahora un bar de vinos animado por Ismael López, ex sumiller de Casa Solla. El local es confortable y acogedor en un lugar óptimo, en plena Praza da Ferrería. La atención se lleva un sobresaliente en amabilidad.
Comienza la cena con una empanada fina de bacalao, un compendio de sabores y hechuras; burrata con tomate e higos, unas sabrosísimas croquetas de chuleta y un sorprendente y espectacular bocadillo de carrillera de cerdo, pimiento y queixo de Arzúa completan la alineación de la noche. El pan da Moa sabe a nostalgia, a sinceridad, a esmero artesanal. Y el tiramisú, ¡boom!, de los mejores que he probado. Para beber los consejos de Ismael son inmejorables: Lagar Pedregales La Floración 2023, un albariño de O Rosal multipremiado, que se expresa con mucha fruta, muy goloso.
El primer tinto nos hace viajar a Portugal, al Dâo, Pape 2018: un coupage de baga y touriga nacional; el Pa representa al viñedo de Outeiro do Castro, de Quinta da Passarela. El Pe es de Quinta da Pellada; el vino se enseña muy bien estructurado, jugoso, concentrado, vigoroso y muy agradable. Alvaro Castro es uno de los bodegueros más reputados de Portugal.
Para finalizar, Ismael, saca de su bodega un Montesecondo 2020. Silvio Messana es un enamorado de la tierra, sus parcelas están a casi 500 metros de altitud en Cerbaia, en el corazón de la Toscana, este chianti clásico está hecho mayoritariamente con una de mis uvas preferidas, la sangiovese. Todas estas generosas explicaciones de Ismael ilustran a un vino resplandeciente.
San Francisco Pop Up tiene futuro, preparan una reforma de ampliación para la próxima primavera y al decir de su gestor, el público lo va descubriendo y apreciando. Este es el tipo de establecimiento que me gusta: un bar de vinos para comer y hablar. “Amo los bares y tabernas junto al mar, donde la gente charla y bebe solo por beber y charlar”, escribió el poeta cubano, Nicolás Guillén. Mientras los locales como este sobrevivan, me digo, hay esperanza.
El domingo es día de regreso. El cielo aparece cubierto de las nubes pausadas de los días de lluvia. En las estaciones de tren uno podría recopilar una antología de despedidas. Atrás se queda esta ciudad imaginada, que levitaba tras la niebla en “La saga fuga de JB”, la Pontevedra que Manuel Jabois me dice siempre que inventó antes de conocerla.
El Ave avanza hacia Madrid, toca volver a la ciudad grande y ancha, amable, acogedora, en donde la impaciencia de vivir está siempre al acecho. Los coches bajan rápido por el Paseo de la Castellana.
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