Ruta gastro por Palencia: la amistad en el horizonte castellano

  • Visitar Palencia puede estar acompañado de una ruta gastronómica espectacular para paladar

  • Buenos vinos y mejor gastronomía local priman en la ciudad con su lechazo o alubias de Saldaña

  • Y con el estómago lleno, nada mejor que recorrer los grandes monumentos de la ciudad

Palencia existe, y como en el poema de Chico Sánchez, “pertenece a una exacta geografía”, la que se avista desde el Cristo del Otero: de una ciudad llana, parcelada entre la vía del tren y el Río Carrión; entre el margen del río y el Páramo de Autilla. Una llanura serena y dulce. “Palencia, humilde y altiva”, como reza en su himno.

Llegamos cuando el viernes empezaba a desprender rumores de fin de semana y sobre el cielo iban apareciendo nubes que parecían llegadas de otros tiempos no poseídos. Nos esperaban unos buenos amigos y mejores anfitriones: la alcaldesa, Miriam Andrés y su marido, Luis Emperador, y para entretener la espera de otros amigos, Sonia y Javier, que venían de Pontevedra, comenzamos el recorrido justamente en el Cristo del Otero, el “Corcovado palentino”, esa imponente figura que durante unos meses, allá por el año 31, fue la más alta del mundo hasta ser destronada por la de Río de Janeiro. Nos cuentan que el Cristo iba a ser de plata pero no consiguieron la financiación necesaria y su autor, Victorio Macho lo fundió en hormigón. A pie de la estatua está enterrado este escultor palentino, y una exposición de obras y bocetos suyos.

La tarde iba cayendo sobre nosotros y sobre la inmensa horizontalidad de esta visión del campo palentino.

Toca entrar en la ciudad, caminarla paso a paso, atentos a las explicaciones de nuestros inmejorables guías: Palencia es una ciudad verde, la segunda de España después de Vitoria y por tanto comenzamos en el Parque del Salón de Isabel II, 30.000 metros cuadrados que la ciudad decidió dedicarle a la reina a mediados del siglo XIX. Bulle este espacio en el comienzo del 'Oktober Fest' alrededor de los 'food truck' y los expendedores de cerveza.

Nos encaminamos hacia la Calle Mayor que nació del primer ensanche del siglo XVI. Supone un kilómetro peatonalizado y tiene una gran parte asoportalada. En esta calle se concentra la arteria comercial de la ciudad y es el punto de encuentro de muchos paseantes que se saludan a diario. Este fue también el escenario inicial de la película 'Calle Mayor' (1956) de Juan Antonio Bardem. En esta misma calle reside el Casino, uno de los edificios civiles más antiguos de la ciudad, construido en el siglo XIX y que solo puede ser frecuentado por socios. Los ventanales que permiten la contemplación del ir y venir de gente son, en su esencia, puro entretenimiento. La tarde camina hacia la noche y como escribió Carlos Marzal: “En el atardecer todo se agranda”.

Llegan desde Pontevedra nuestros amigos Sonia y Javier, a tiempo de la visita al Monasterio de las Claras, un edificio gótico de entre siglos XIV y XV. El encanto de lo austero, en donde el silencio es también una respuesta. El monasterio alberga una de las imágenes más celebradas de Palencia: el Cristo de las Claras, un cristo de la buena muerte rodeado de infinidad de leyendas, que fue encontrado flotando en el Mediterráneo, que pasó de tener las manos cruzadas sobre su cuerpo a extenderlas por arte de milagro, que le crecen el pelo y las uñas… “La piedad popular ve que las uñas y el cabello le medran”, reza en el poema que le dedicó Unamuno. El patetismo de la imagen yacente es sobrecogedor.

Se conserva también en el monasterio una pequeña talla de Santa Clara que se corresponde con la que viajó en la carabela La Niña de Cristóbal Colón rumbo a América en su primer viaje. Zorrilla situó una trama de su obra 'Margarita, la tornera' en este convento.

Se acerca la hora de cenar y la hospitalidad de Miriam nos lleva a su lugar de trabajo, la Casa Consistorial, un edificio neoclásico diseñado por un hijo de Unamuno, que fue construido a finales del siglo XIX y que preside la Plaza Mayor, en cuyo centro hay una escultura de Alonso Berruguete, esculpida también por Victorio Macho.

Un breve aperitivo y nos encaminamos al Ajo de Sopas, un restaurante celebrado con 1 sol en la Guía Repsol, que dirige Alberto Soto, cocinero también de la bodega Cepa 21 de Peñafiel. El menú consta de ocho pases y postre en el que sobresalen el niguiri crujiente de steak tartar, un buñuelo de lechacito pibil y un pato de Villamartín con arroz, trufa, chocolate y foie. Para beber algo hecho por amigos: un magnum César Príncipe 2020, un tinto de Cigales hecho con mucho mimo por Nacho Príncipe. El buque insignia de la bodega. Tempranillo en cepas viejas. Elegante, sutil, fino, amplio y muy goloso. Este vino es vida en el recuerdo de la amistad y los buenos momentos vividos con Nacho y su familia, en sus tierras de Fuensaldaña.

Frómista, Villalcázar y lo que resta de un sábado

El día amanece muy sereno, con un azul asomando al borde las nubes, antes de salir para Villalcázar de Sirga, nos acercamos al mercado, ubicado en el centro de la ciudad y alojado en un bonito edificio que empezó a diseñarse a finales del siglo XIX. Hay un bullicio típico de mañana de fin de semana y la gente se arremolina alrededor de los puestos para comprar. Nos acercamos al puesto de Antonio Emperador (el hermano de Luis) a comprar carne y unas chuletillas típicas de la zona. El género es de primera.

Es precioso el espectáculo de colores de carnes, pescados, frutas y verduras que hace pensar que quien nos dijo que Palencia era gris, nos mintió. Nos llevamos también unos quesos de Saldaña que han recibido todo tipo de reconocimientos en certámenes nacionales e internacionales.

A la salida nos tropezamos con la fachada del imponente Palacio de la Diputación, un edificio modernista, obra del arquitecto local, Jerónimo Arroyo y que fue inaugurado en el año 1914.

Toca partir a la búsqueda del Camino de Santiago, del excelso románico palentino. En Villacázar de Sirga sopla la ley del viento: nos espera el mejor guía, su alcalde, Moisés Payo, un prodigio de afabilidad que nos habla de esta tierra humilde de campesinos que mantuvo inalteradas sus iglesias y monasterios; y de la pertenencia de la localidad a la Orden del Temple. Pienso que debió tener su importancia este enclave como lo demuestra la monumentalidad de su templo de Santa María la Blanca. Circulan peregrinos abrigados, guareciéndose del soplido persistente del viento del norte.

La majestuosidad de Santa María la Blanca impone. Es una edificación que simboliza la transición del románico al gótico. Su forma exterior tiene forma de alcázar de ahí también el sobrenombre del pueblo. En su interior destaca la imagen policromada de la virgen en la Capilla de Santiago a la que se le atribuyen múltiples milagros cantados por Alfonso X El Sabio en sus Cantigas.

Aquí yacen los sepulcros del infante Felipe (hermano de Alfonso X) y de sus esposas Beatriz de Suavia y Leonor Ruiz de Castro. Nos relata Moisés que el infante fue alumno del obispo San Alberto Magno y compañero de Santo Tomás de Aquino.

El Altar Mayor, presidido por la Virgen Blanca; el Altar de Santiago, con escenas del Códice Calixtino y el Pórtico Sur, son lo más reseñable.

411 kilómetros quedan desde esta tierra de campos, de iglesias, de templarios hasta la eterna Compostela. Los peregrinos andan, miran, deambulan, comprueban que la serenidad es también una habitante de este pueblo.

Frómista es imprescindible para entender la Ruta Jacobea, con dos monumentos señeros: la iglesia de San Pedro, de portada renacentista, y la joya de la corona, la obra cumbre del románico del siglo XI, la bellísima San Martín, que fue parte de un monasterio fundado por Doña Mayor de Castilla. Es una obra de una pureza inigualable, de líneas sobrias y armoniosas por dentro y por fuera. Esta iglesia parece estar aquí de una manera eterna.

Los peregrinos que vienen desde Roncesvalles llevarán 15 días caminando cuando lleguen aquí, les queda poco más de la mitad del recorrido. Por este pueblo atraviesa otra ruta, el Camino Lebaniego y ello le imprime una importancia especial a esta localidad de unos 700 habitantes, por la que transitan cada año miles y miles de personas en busca de redenciones divinas.

Nos sentamos a comer en la Hostería Los Palmeros (1 sol Repsol), un entorno cargado de historia (aquí había un hospital de peregrinos en 1507) y que se ha convertido en parada obligada para cualquiera que busque comer y beber bien. La acogida es formidable, Álvaro Rayón es un prodigio de amabilidad, tiene un doctorado en bienvenidas, su recibimiento no puede ser más explícito: “Nuestra casa es vuestra casa”.

Pedimos el Menú Compostela, aderezado por algunas recomendaciones de Álvaro: sublimes las alubias de Saldaña con corzo y el remate con las tres aves: perdiz, torcaz y el pato azulón, es un 'ma non troppo' inolvidable. Nos ponemos en manos de Álvaro para el vino y el acierto es pleno: Palenzuela Quintero 2021, tempranillo, garnacha y alguna variedad blanca para avivar el punto de acidez. Frutal, jugoso, aterciopelado y muy amable. Excelente acompañamiento.

Tras el almuerzo se impone un breve paseo hasta las esclusas del Canal de Castilla, una de las grandes obras de la arquitectura civil del siglo XVIII, ideada para transportar el cereal desde el centro del país hasta el Cantábrico, 207 kilómetros de recorrido. Dan ganas de embarcarse y navegarlo. Escribió Ortega en su 'De Madrid a Asturias' que “estas tierras parecen estar hechas para la vista, para dejar galopar la mirada por la inmensa llanura desnuda y sobrecogedora”.

Tocaba volver a Palencia, para ver jugar al equipo de baloncesto, que dirige nuestro amigo Luis Guil, enfrentándose al Estudiantes madrileño. Animarles, como hicimos, no sirvió de mucho porque los visitantes se llevaron la victoria por siete puntos de diferencia. Eso sí, disfrutamos de un ambiente espectacular. ¡Qué afición tiene el Palencia!

Para consolar al amigo nos citamos a cenar en La Traserilla, nos atiende Luis Metodio que le ha dado una vuelta de tuerca notable al negocio, Luis es un tipo ingenioso, muy puesto en el asunto y con las ideas bien claras. El restaurante y su barra inicial están a reventar, el ambiente es formidable y al sentarnos desfilan por nuestra mesa unos boletus bien frescos y estupendamente cocinados, una menestra canónica y un chuletón de Discarlux digno de medalla olímpica. Luis nos agasaja con una compañía líquida perfecta: La Hormiga de Antídoto 2021, un vino procedente de viñas prefiloxéricas. Maduro, aromático, elegante y con mucho carácter.

La conversación se anima en la mesa y las palabras alcanzan la temperatura exacta del afecto. La Traserilla es uno de esos lugares donde son posibles la amistad y las cosas.

La catedral, la bella desconocida

Llamada así porque apenas se sabe de sus tesoros. En la entrada nos espera el deán, Dionisio Antolín, un dechado de bondad que nos concede el privilegio de ser nuestro guía.

Bajamos a la cripta de San Antolín, el patrón de la ciudad y Dionisio nos narra la leyenda de su construcción por el Rey Wamba tras traer de Narbona las reliquias de San Antolín de Pamiers. Cada 2 de septiembre, festividad del santo, se abre este espacio al público para ofrecer el agua milagrosa de su pozo a todos los devotos. Una tradición muy arraigada en la ciudad.

La catedral es una obra inmensa, es la tercera más grande de España y uno se asombra ante espectáculo que supera la escala humana: sus tres naves con falso crucero, bóvedas de más de 30 metros de altura, vidrieras góticas y renacentistas, su retablo mayor considerada una de las joyas del Renacimiento, sus esplendorosas capillas y sus tesoros en forma de obras de el Greco, Zurbarán, Berruguete y un retrato de Carlos V que hay que ver por un orificio lateral. Piedras hecha para el tacto en este abrumador espacio. Una hermosura. “La catedral con su honda geometría labrada a contrapunto con paciencia”, que dice el filólogo palentino Jesús Castañón. La Bella Desconocida, inmersa en un plan que quiere transformarla en la La Bella Reconocida.

Es domingo y la ciudad se nos presenta como la describió Emilio Alarcos: “estricta y quieta al paso lento del río manriqueño”, que atraviesa el puente romano de Puentecillas, aguas serenas que reflejan un cielo salpicado de nubes.

El Pepe's, es uno de los restaurantes clásicos e imprescindibles de Palencia, el preferido de nuestro amigo Javier y atendiendo a su deseo y antes de su regreso a Pontevedra nos acercamos a comer. José su propietario nos aconseja y diseña el menú: una menestra deliciosa, unas setas de cardo y boletus de temporada, unos callos con manillas de perder el sentido, unas cocochas ejemplares y de postre algo sorprendente, unas fresas flambeadas. Elegimos para beber (y para seguir complaciendo a Javier) un Mauro VS 2021. Un vinazo. Expresivo, amplio, elegante y con nervio. Una joya.

Nos despedimos de Sonia y Javier que deben emprender su camino de regreso, Miriam, Luis, Luis Jr. y nosotros nos damos un último paseo antes de embarcarnos en el tren con regreso a Madrid. Recorremos el parque de La Huerta del Guardián, recorremos sus ricas arboladas: sauces, robles, hayas, abedules… Palencia se nos antoja un jardín romántico. En el parque se aloja una pequeña joya: la Ermita de San Juan Bautista, traída piedra a piedra desde Villanueva del Río.

Llega nuestro tren, “cuan presto se va el placer”, decía Jorge Manrique. Nos despedimos de la familia Emperador-Andrés, dejándoles las alabanzas de su bien hacer como cicerones de su ciudad. No hubiéramos encontrado mejores guías.

Dice la psicóloga Isabel Rojas Estapé que “cuando abrazas a alguien dejas en él la mitad de ti”, en nuestro abrazo a nuestros amigos palentinos hemos dejado nuestra amistad para tener volver pronto a por ella.