Por octubre era octubre y teníamos que ir. Era el encuentro aplazado por los fuegos de San Juan. Llegábamos menguados porque la vida que no para, no espera y no avisa, hizo que unos de nosotros hubieran de quedarse en Madrid.
Alicante resplandecía en su viernes otoñal con luces claras y soleadas de bienvenida. De manera apresurada dejamos los equipajes en el hotel para encaminarnos a Xirnolet, a Casa Elías, el aeropuerto de despegue de un fin de semana prometedor entre amigos. En este restaurante, nada más entrar el fuego enseña esplendores de sarmientos avivados para dar lumbre a arroces magistrales de conejo y caracoles. Para entretener la espera llegan a la mesa un calamar de potera a la brasa digno de cualquier Capitán Nemo, unos rovellóns (los primeros de temporada) en su punto justo de tersura y un tomate recién cogido de la mata, de esos que reconcilian a uno con los sabores de la vida.
La conversación se iba extendiendo y animando, apresurada en el fuego cálido de la amistad: Susi, Xelo, Elena, Amparo, José María, Paco, Santi y un servidor apretaban afectos y ensamblaban compañías al calor de la comida y su parte líquida: Remírez de Ganuza Blanco 2021 y Clío 2021 de Bodegas Juan Gil. Le disparo un 'guasap' a mi querido Miguel Gil porque su vino está de fábula, es un animador de entusiasmos y nos prometemos cita para tiempos futuros y para repasar afectos. Sobre las espaldas de Miguel y su familia pesa la responsabilidad de mantener vivo un legado centenario. Pesa la historia de la familia, su filosofía de trabajo transmitida generación en generación, hasta llegar a la suya que es la cuarta.
La noche dispensaba temperaturas primaverales en la Playa de Urbanova, Moments es uno de los locales de moda del lugar, Alicante y sus destellos se enseñaban en el reflejo luminoso en un mar en calma.
Unos fiambres típicos de la zona: sobrasada, longaniza de Gloria de Guadalest; quesos y unas minipizzas, acompañadas por un salchichón de Vic, Casa Riera de Ordeix, una cecina de wagyu y unos puerros en salsa romesco, sirvieron para cerrar nuestra jornada culinaria. Todo acompañado por un Predicador 2021.
El sábado despierta con un sol de otoño que va venciendo a las nubes y predisponiéndonos para una nueva jornada en la que seguir escribiendo la historia de nuestros afectos. Después de un paseo reparador por el puerto, nos encaminamos hacia Vila Joiosa, donde nuestros amigos habían dispuesto un paseo en barco, con aperitivo incluido, para poder recorrer un tramo de costa con rumbo norte.
Este pueblo marinero nos recibía con sus casas de colores apretadas, casas marineras cuyo colorido servía de guía a los marineros en su regreso a puerto. Desde el mar, Vila Joiosa hace honor a su nombre: "la villa alegre".
Una ligera brisa de lebeche llenaba de calidez la travesía. Bordeamos la isla de Benidorm y la ciudad aparece imponente ante nuestros ojos, cualquiera diría que estamos ante una urbe estadounidense de la Península de Florida. Esta es una ciudad con una notable densidad de rascacielos por habitante. Hay gente en la playa, bañándose o practicando deportes naúticos y es entonces cuando José María se arranca con el relato: "La idea de Benidorm salió de un alcalde de los años cincuenta, Pedro Zaragoza, que viajó en su vespa hasta Madrid para ver a Franco y suplicarle que le permitiera el uso de bikini en las playas. Aquello soliviantaba a la iglesia pero fue determinante para el empuje turístico de la localidad".
También Paco nos habla de como su amigo Bigas Luna le contó un puñado de anécdotas del rodaje de 'Huevos de oro' (1992), que también contribuyó a catapultar esta ciudad.
"Vi aquel azul centelleante, sus playas, sus inmaculadas calles y casas… sentí que este era nuestro lugar, al igual que Ted", escribió la poeta Sylvia Plath, que pasó aquí, en los años cincuenta, unas cuantas cuantas semanas durante su luna de miel. A Plath la menciona reiteradamente el personaje que encarna Carmen Machi en la película de Isabel Coixet, 'Nieva en Benidorm' (2020). El barco convertido en una sastrería de palabras, un cuarto de costura donde hacerlas a medida con ráfagas de la memoria de todos.
La visión de la ciudad se va perdiendo en la estela, en la espuma de la popa de nuestra embarcación. Suena el descorche de uno de los reyes del chardonnay, Delamotte, Blanc de blancs, que acompañamos cecina, lomo y huevas de mújol con almendras que ha tostado Susi esta misma mañana.
Paseamos antes de comer por la explanada playera del pueblo y contemplamos esa piel tersa del mar sobre la que centellea la luz persistente del sol. La comida está concertada en uno de los restaurantes más prestigiados de Vila Joiosa, Restaurante el Hogar del Pescador (1 sol Repsol), la sala es luminosa, familiar y acogedora, la vista del puerto anima a enfrentarse a una reputada cocina marinera. Después de unos entrantes sobresalientes llega el plato estrella: un caldero hecho a la manera de la zona, al estilo marinero, una excelente armonía de sabores: patata, pescados y el culmen del arroz. Lo acompañamos de un blanco de Abadía Retuerta, Le Domaine 2022, sauvignon blanc y verdejo; madurez y frescura. El tinto es de la zona, El Sequé 2021, un monovarietal de viñedos viejos de monastrell que elabora Artadi al calor del Mediterráneo.
Se imponía un paseo por el pueblo tras la demorada conversación de sobremesa. Vila Joiosa, homenajeaba a sus mujeres rederas, revivían el carácter artesanal y ancestral de esas mujeres: "las tres rederas/ vestidas de negro —pues aquí todo el mundo está de luto por alguien—/ colocan sus robustas sillas y, de espaldas a la calle y de cara a los oscuros/ dominios de sus umbrales, se sientan", esto escribió Sylvia Plath en su poema, “las remendadoras de redes”. Unos y otros ascendíamos y descendíamos escaleras y pendientes mientras sonaban los compases de una bien afinada banda de música.
Llegaron Marta Devesa y Julio Moreno, los propietarios del restaurante de nuestra comida a la que no pudieron acompañarnos por tener un compromiso en la vecina Moraira. Nos sentamos a tomar una horchata y a prolongar la jerga invisible del afecto. El sol iba de caída desplegando sus hilos finos de las tardes claras.
Volvimos a Alicante, a decir verdad, no parecía otoño en esta ciudad. El Paseo de la Explanada, una de las vías más populares de la ciudad, era un bullicio de transeúntes, sobre ellos, sobre nosotros, la vida respiraba mientras veíamos llegar a Venus y el encendido ritual de cada estrella como una melodía musical. Una pulsación luminosa.
En la mañana del domingo el sol emanaba una luz sencilla con la forma de un bordado. "Felices aquellos sobre los que se derrama el sol" (Gran Gatsby).
Tocaba ir a Elche, la patria de nuestros amigos Susi y José María, aquí construyeron el proyecto perdurable de su vida: el restaurante La Finca (1 estrella Michelin, 2 soles Repsol). Un espacio amplio, acogedor, luminoso, emocionante. Un lugar para soñar. La Finca es también ahora el discurso de un compenetrado tándem familiar: Irene y Chema se han sumado hace años a este sueño compartido.
Susi nos ofreció su menú Origen, que arrancaba con cuatro snacks y proseguía con un desfile de platos a cada cual más delicado: mújol, espárragos, bonito en salazón, salmonete, bogavante, solomillo… Todo bajo la pauta de la elegancia, con una presentación exquisita. El menú respiraba por todos sus pases un eterno femenino inigualable. Tales de Mileto decía que las almas son un principio motor, este menú está lleno de alma: cautiva, emociona, sublima. El servicio fue ejemplar, de una armonía envidiable, un vals inquieto de la tarde.
La conversación se distendía nos enseñaba que la vida puede manejarse con pequeñas palabras que lo dicen todo que atesoran el cofre en el que se guarda el incalculable tesoro de la amistad. El reloj marcaba sus pasos de baile y la señal del regreso a Madrid.
La despedida la fraguamos en los abrazos, en la complicidad que proporciona este lugar, esta tierra, este territorio que nos llevamos alojado en lo que Ramón y Cajal llamaba "el rincón insondable del alma".