¿Comprarías unos bombones decorados con polvo de oro? Algunas personas lo harían sin dudar en absoluto, sobre todo por el lujo y la exclusividad que aporta a los alimentos en los que se utiliza: chocolates, bebidas, etc. Sin embargo, otras personas no comprarían estos alimentos ni locas, entre otras cosas porque les parecería un despilfarro y una frivolidad.
Tanto en un caso como en el otro, es posible que nos preguntemos de dónde viene esta moda, qué características tiene ese oro y las implicaciones que puede tener su consumo sobre la salud, así que veamos.
Quizá puede parecernos que el uso del oro como ingrediente en alimentos es algo reciente, pero no es así. En realidad se utiliza en alimentación desde tiempos remotos. Desde el Antiguo Egipto hasta la cocina india, pasando por la nobleza de la Edad Media. Y es que históricamente este metal precioso ha sido un símbolo de estatus y se ha asociado en distintas culturas con diferentes creencias, como la inmortalidad o la pureza.
Para hacernos una idea de lo normalizado que está el uso de este metal en alimentos, podemos ver que incluso está recogido en la legislación alimentaria, donde se incluye dentro de la lista de aditivos, clasificado con el código E-175. Esto significa que su uso ha sido estudiado y está regulado para que no suponga un riesgo para la salud.
El oro que se emplea como ingrediente en alimentos debe tener unas peculiaridades concretas. Es decir, no sirve cualquiera. Lo primero y más importante es que no contenga sustancias extrañas que puedan resultar una amenaza para la salud, así que deben tomarse ciertas medidas para garantizar su inocuidad; tanto en lo que respecta a su composición, como a su procesado. Por ejemplo, se utiliza oro puro o una aleación de oro (90%) y plata (10%). Además, los lubricantes que se emplean en la maquinaria utilizada para laminarlo deben ser aptos para uso alimentario.
Para elaborar el oro comestible, lo primero que se hace es fundir pepitas de este metal a unos 1.200 ºC, para después verterlo en un molde y así formar un lingote. Posteriormente este se hace pasar por rodillos para conseguir láminas finas que más tarde se someten a un proceso de batido. El batido consiste básicamente en golpear esas láminas de oro durante unas dos horas, hasta lograr láminas extremadamente finas. Para hacernos una idea, el grosor está en torno a 0,000125 mm. Es lo que generalmente se conoce como pan de oro y que se ha utilizado de forma tradicional para decorar diferentes objetos artísticos, como esculturas, retablos, enmarcaciones, etc.
Como podemos imaginar, el grosor extremadamente fino de estas láminas hace que sean muy delicadas y muy difíciles de manipular, así que es importante tener mucha destreza para realizar esta tarea. Por último solo queda separar y recortar esas láminas para darles la forma deseada, ya sea polvo, láminas o escamas, que se utilizarán como ingrediente en diferentes alimentos.
El oro no es metabolizado por nuestro organismo, así que no supone un riesgo para la salud.
Esto implica además que comer este metal precioso no supone ningún aporte nutricional; es decir, no aporta calorías ni ningún otro nutriente. De hecho, lo expulsamos junto a las heces, tal y como lo ingerimos. Así que lo de comer oro es en este aspecto, todo un desperdicio. En definitiva, su uso solo tiene una utilidad ornamental: solo resulta útil para decorar los alimentos y vestirlos de lujo.
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