La sensación nos resulta familiar. Comemos y enseguida empezamos a notar hinchazón abdominal y malestar. ¿Qué está ocurriendo? Es algo que impacta negativamente en nuestra calidad de vida personal y laboral. La primera explicación que nos ofrecería un profesional es que sufrimos una disbiosis. Es decir, un desequilibrio de la microbiota, que es el conjunto de microorganismos —bacterias, virus, hongos, arqueas y protozoos— que habitan en nuestro organismo.
Alicia Salido Serrano, dietista nutricionista especialista en trastornos digestivos funcionales (TDF), nos habla de ello de una manera práctica. Y en lugar de retórica, nos aporta soluciones y nos da unas pautas alimentarias sencillas.
Lo primeros que nos dice es que, si la microbiota no está bien, "sentimos distensión abdominal, gas o meteorismo, estreñimiento funcional, diarrea funcional y dolor abdominal". Son algunos de los síntomas que describió esta profesional en el seminario 'Todo me sienta mal', organizado por el Consejo General de Colegios Oficiales de Dietistas-Nutricionistas. Enumeró otros síntomas, como digestiones pesadas, náuseas, vómitos, eructos, ardor, reflujo o falta de concentración. "El remedio no es dejar de comer o restringir alimentos con el fin de aliviar los síntomas, sobre todo porque nos conduciría a un déficit de nutrientes que alteraría completamente todas las bacterias de nuestra microbiota", indicó.
Según observa, "cada vez hay una prevalencia mayor en España de estas dolencias". Lo primero que nos aconseja Salido para mantener el equilibrio de la microbiota y evitar trastornos digestivos funcionales es gestionar las emociones. "Estamos viendo que en el origen de estos TDF hay cuadros de estrés, ansiedad, depresión y el trastorno del estado de ánimo". Nombra también otros factores, como los tratamientos muy prolongados con antibióticos, antiácidos, quimioterapia, etc., realizar dietas desequilibradas como serían las 'dietas milagro', ser una persona muy sedentaria, dormir mal o el envejecimiento, entre otros.
El cerebro y la microbiota, el intestino, están conectados por un eje bidireccional y, por tanto, regular el estrés ayuda a equilibrar la microbiota. "Lo que pasa en mi cabeza pasa en mi intestino. Cuanto más estrés tenemos, más producción de cortisol y mayor aumento de sintomatología digestiva a través de ese eje microbiota cerebro-intestino".
Una vez que esa persona que siente que todo lo que come le sienta mal detecta los motivos que le están generando ese estrés y aprende a gestionarlo, la segunda pieza clave es la dieta personalizada baja en azúcares fermentables y la recuperación de la microbiota a partir de las indicaciones médicas, generalmente con antibióticos, probióticos de cuarta generación o herbáceos.
En este sentido, Salido habla del mal uso del tes de sensibilidad alimentaria, carentes, según dice, de evidencia científica. Su advertencia es clara: "son un gasto innecesario". Lo suyo, dice, es iniciar otras pruebas orgánicas, que detectarán si existe, por ejemplo, una gastroenteritis o un cáncer de colon, y pruebas funcionales, que detallarán el desequilibrio de la microbiota.
Aparte de las indicaciones que dará cada profesional de la medicina de una manera personalizada, existen una pautas alimentarias que deberíamos anotar todos, tanto para recuperarnos como para prevenir los TDF:
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