Cuando los niños son muy pequeños la alimentación está especialmente adaptada a ellos, pero una vez crecen y su dieta pueden empezar a asemejarse a la de los adultos, los que mandan en la cocina prefieron no tener que encender fuegos de más en la cocina y hacer el doble de comidas. ¿Qué pasa? Que lo que comen los padres y los hermanos mayores termina siendo lo mismo que se le pone en el plato a un niño pequeño, que no tiene las mismas necesidades nutricionales.
Los niños se encuentran en un proceso de crecimiento clave en sus vidas en el que aquello que comen es clave para ellos y su desarrollo. Sobre todo lo relacionado con la alimentación infantil habla la psicóloga infantil María Luisa Ferrerós en el libro ‘Dime qué come y te diré cómo se porta’ (Planeta), donde también colabora la doctora en Biología Victoria Revilla Sánchez.
A lo largo de las páginas las expertas la importancia de prestar atención a aquello que se le pone en el plato a los niños y a los adolescentes y como esa dieta puede llegar a influir directamente en su desarrollo, su comportamiento e incluso en el sueño.
“No podemos comer lo mismo. Los niños tienen unas necesidades calóricas mucho más altas que un adulto”, señala María Luisa Ferrerós. Ahí entran, por ejemplo, los fritos. ¿Son platos buenísimos y que son una perdición para más de uno? Por supuesto. Sin embargo, un adulto debe restringirlos a unas pocas veces al mes porque no queman todo el aporte calórico.
En cambio, los fritos, si están hechos en aceite de oliva, son perfectos para los más pequeños porque les aportan muchísimas calorías que ellos sí son capaces de quemar, cosa que los adultos no.
Lo que comemos afecta a cómo dormimos, también en los niños. Por eso mismo hay que cuidar qué se come a última hora de la tarde y a primera de la mañana porque algunos alimentos son activadores y otros son totalmente sedadores. Entre los que hay que evitar: los que contienen vitamina C, ya que ayudan a activar el cuerpo, de ahí que tomemos zumo de naranja por la mañana.
En contra, por las noches lo ideal es tomar hidratos de larga combustión, como arroz, pasta o los que contengan almidón, pues ayudan al organismo a entrar en fase de relajación y, por tanto, permiten tener un sueño mucho más reparador.
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