El herpes zóster es una enfermedad causada por la reactivación de la varicela zóster, que, tras causar la varicela la primera vez que entramos en contacto con él, no se elimina, sino que permanece latente en los nervios sensoriales, los que nos informan de la temperatura, el tacto de los objetos o el dolor.
Se estima que en España más del 90% de los adultos se han infectado por este virus y, por tanto, pueden desarrollar un herpes zóster, aunque hayan pasado muchos años desde que pasaron la varicela.
El virus puede reactivarse en cualquier momento, pero es más frecuente a partir de los cincuenta años y en personas que, sin importar su edad, tienen enfermedades o toman medicación que debilita su sistema inmunitario.
Para que conozcas más sobre esta enfermedad, hemos elaborado esta guía para que sepas qué hay que hacer en caso de que identifiques los síntomas.
Se trata de una enfermedad producida por la reactivación del virus de la varicela, que permanece dormido en los nervios sensoriales. Cuando se reactiva, causa el herpes zóster, y aparece como unas ampollas pequeñas en la piel, agrupadas, y que suelen estar localizadas en un solo lado del cuerpo.
Es más frecuente en la zona de la espalda y la cintura (y de ahí viene su nombre más conocido, la culebrilla, por la forma característica de las ampollas), pero, también, puede salir en los brazos, en las piernas o en la cara.
El virus de la varicela zóster permanece dormido en más del 90% de los adultos en España y, como comentábamos antes, aunque puede reactivarse en cualquier momento, es más frecuente a partir de los cincuenta años.
Se estima que 1 de cada 3 personas entre los 50 y los 90 años pueden tener esta enfermedad al menos una vez en su vida. También es más frecuente en personas que, independientemente de su edad, tienen enfermedades o toman medicación que debilitan su sistema inmunitario. Haber pasado previamente algún episodio de herpes zóster no evita tener otro en el futuro.
El virus de la varicela zóster permanece dormido en más del 90% de la población y, aunque puede reactivarse a cualquier edad y momento, lo más habitual es que ocurra con la bajada de la inmunidad, a partir de los cincuenta años y en aquellas personas inmunocomprometidas.
Las primeras manifestaciones son, en general, inespecíficas y puede aparecer fiebre, malestar general y dolor de cabeza, acompañados de la aparición de dolor descrito como ardiente o punzante en los nervios donde estaba el virus.
Al cabo de unos días, aparece en la piel un sarpullido en forma de ampollas agrupadas y pequeñitas que producen escozor y ardor en la zona afectada. Este sarpullido puede durar entre dos y cuatro semanas en desaparecer.
Durante este tiempo, es importante evitar rascarse y mantener la piel limpia y seca para evitar complicaciones como infecciones secundarias. Frecuentemente, el sarpullido y el dolor asociado se resuelve sin complicaciones, pero, en algunos casos, el dolor puede persistir en el tiempo dando lugar a la neuralgia postherpética, la complicación más frecuente del herpes zóster.
En el caso de que identifiques estos síntomas, es importante acudir rápidamente a un profesional sanitario para confirmar el diagnóstico y poder poner un tratamiento antiviral, idealmente durante las primeras 72 horas tras la aparición del sarpullido en la piel.
Tomar el tratamiento cuanto antes podría evitar la aparición de complicaciones y frena la reactivación del virus.
Frecuentemente, el sarpullido el dolor asociado se resuelven con el paso de los días, pero, en algunas personas, pueden surgir complicaciones. Hemos comentado previamente que una vez que aparece el sarpullido es importante no rascarse y mantener limpia y seca la piel para evitar infecciones secundarias y tomar un tratamiento antiviral durante las primeras 72h tras la aparición de este.
Por otra parte, en algunas personas, el dolor puede persistir en el tiempo, al menos tres meses después de que el sarpullido desaparezca, dando lugar a la neuralgia postherpética, la complicación más frecuente del herpes zóster.
Se trata de un dolor que puede ser de leve a insoportable, constante o intermitente y puede ser desencadenado por estímulos que no son dolorosos, como el roce de la ropa.
Esta percepción errónea del dolor se debe al daño que causa en los nervios el virus cuando se reactiva y envía señales alteradas y exageradas desde la piel hacia el cerebro. El riesgo de tener una neuralgia posherpética grave que requiera una hospitalización aumenta con la edad, más del 90% de los casos que ocurren en España son personas a partir de los cincuenta años.
Tanto en pacientes que tienen neuralgia postherpética como sus familiares, la perciben como una experiencia muy invalidante que interfiere con la independencia (dificultad para realizar sus actividades diarias, como vestirse, cocinar y comer), el sueño y la capacidad de vivir plenamente. La prevalencia de depresión se ha cifrado hasta en un 20% de los pacientes con neuralgia postherpética.
Los pacientes reciben tratamientos para el dolor, aunque no siempre son eficaces y en caso de no encontrar mejoría, se deben plantear otras opciones de tratamiento. Cuando se instaura un dolor de este tipo la resolución suele ser muy lenta en el tiempo.
Existen otras complicaciones menos frecuentes derivadas de la aparición del herpes zóster en regiones específicas del cuerpo, como puede ser la pérdida de visión ocasionada por el herpes zoster oftálmico, pérdida de oído, vértigo o zumbidos, causados por el herpes zoster ótico o auricular, o una parálisis temporal o permanente de los músculos de una mitad de la cara.
El herpes zóster presenta una baja mortalidad, pero sus complicaciones, especialmente la neuralgia postherpética, pueden ocasionar discapacidad y afectar a la calidad de vida de quienes lo padecen. El herpes zóster no tiene cura, no podemos eliminar el virus latente de nuestro cuerpo, pero sus complicaciones se pueden prevenir.
Para más información visita la web www.virusherpeszoster.com