El virus del herpes zóster es el responsable tanto de la varicela como del herpes zóster. El primer contacto que se tiene con el virus se produce durante la infancia cuando se contrae la enfermedad de la varicela.
Pasada la infección, el virus se queda latente en el cuerpo pudiendo reactivarse cuando nuestro sistema inmunitario se vea debilitado, ya sea por algún tratamiento o por la edad.
El virus herpes zóster puede afectar a todo el que haya padecido varicela, lo que, a día de hoy, supondría alrededor del 90% de la población mayor de 18 años. La reactivación de este virus puede ocurrir en cualquier momento, pero es más frecuente en personas con un sistema inmune debilitado por una o varias de las siguientes razones:
- Edad, especialmente a partir de los 50 años
- Sufrir determinadas enfermedades
- Estar en tratamiento con fármacos que afecten al sistema inmunitario (fármacos inmunosupresores).
A lo largo de su vida, aproximadamente 1 de cada 3 personas entre 50 y 90 años desarrollarán un herpes zóster, siendo el 68,8% en personas de 50 o más años.
La incidencia de herpes zóster es mayor en pacientes inmunocomprometidos, los síntomas y las complicaciones en estos pacientes también son más graves y duraderos.
El virus varicela-zóster (VVZ) causa una infección persistente, de tal manera que una vez que nos infectamos con el virus, va a quedar latente en nuestro organismo a nivel de los ganglios sensitivos de las raíces dorsales o en los pares craneales, y cuando se produce una bajada de defensas, ya sea por una situación de estrés, por el envejecimiento de nuestro sistema inmunitario (inmunosenescencia) o por tener un sistema inmunitario debilitado, por una patología o por la inmunosupresión asociada a distintos tratamientos, el virus puede reactivarse y desencadenar la aparición clínica del herpes zóster.
Los síntomas del herpes zoster son molestos, produciendo lesiones vesiculosas (idénticas a las de la varicela) en el trayecto de un nervio, generalmente un nervio intercostal (entre las costillas), localizándose en una franja que se extiende desde la espalda hasta la parte anterior del tórax. Puede también aparecer a nivel lumbar, extendiéndose hasta el abdomen o por las extremidades.
Generalmente, los médicos pueden diagnosticar el herpes zóster explorando el sarpullido. En casos excepcionales, el médico puede enviar una pequeña muestra del tejido infectado para que la analicen en un laboratorio.
El herpes zóster presenta una baja mortalidad, pero sus complicaciones, especialmente la neuralgia postherpética, pueden ocasionar discapacidad y afectar a la calidad de vida de quienes lo padecen. Esta enfermedad no tiene cura, pero por suerte, como indica la doctora, se puede prevenir.
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