El herpes zóster, también conocido como culebrilla, es una enfermedad infecciosa caracterizada por un dolor intenso asociado a un sarpullido o la aparición de ampollas en la piel. La erupción suele localizarse en la cintura o en la espalda y frecuentemente con una forma alargada (de ahí el nombre de culebrilla). También puede brotar en los brazos o la cara, pudiendo afectar a la boca, a los ojos o a los oídos.
Esta enfermedad está provocada por el virus de la varicela y todas las personas que la hayan pasado pueden sufrir un herpes zóster, ya que el virus permanece en nuestro cuerpo. Es decir, alrededor del 90% de la población adulta podrían padecerlo. El virus puede reactivarse en cualquier momento, pero es más frecuente que ocurra en personas con el sistema inmunitario débil, en mayores de 50 años o en quienes estén en tratamiento con fármacos inmunosupresores.
Los síntomas del herpes zóster son muy molestos e incluyen ardor, dolor punzante, hormigueo, picazón, dolor de cabeza y fiebre, entre otros.
Los médicos pueden diagnosticar que una persona padece herpes zóster tras un examen visual y por la clínica. En caso de duda, también pueden realizar un cultivo virológico de las ampollas en la fase inicial de la enfermedad.
Todas las personas que han pasado la varicela pueden sufrir en algún momento de su vida el herpes zóster. No existe una cura para este virus, pero sí hay tratamientos para paliar sus efectos, aunque no siempre es necesario usarlo porque en muchos casos se resuelve espontáneamente en unos siete días.
Se recomienda el uso de tratamiento en pacientes inmunosuprimidos, para evitar que el virus pase a otros órganos; en mayores de 50 años y en aquellos que, independientemente de su edad, presenten síntomas en la cabeza y en el cuello, sobre todo en los ojos.
El tratamiento acorta el proceso de cicatrización y alivia el dolor, sobre todo cuando se administra durante las primeras 72 horas. Principalmente se basa en el uso de fármacos antivirales y analgésicos. Además, se recomienda mantener el sarpullido limpio y seco para evitar una infección secundaria en la piel.
La mortalidad asociada al herpes zóster es baja, pero sus complicaciones, sobre todo la neuralgia postherpética, pueden provocar discapacidad y afectar a la calidad de vida de quienes lo padecen.
En la mayoría de los casos, el sarpullido y el dolor desaparecen en dos semanas o un mes. Pero entre un 5% y un 30% de los pacientes continúan sufriendo mucho dolor hasta más de tres meses después de que la erupción haya desaparecido. Esta complicación es la más frecuente de esta enfermedad y se llama neuralgia postherpética.