Alguna vez hemos sentido tristeza, enfado, angustia o ansiedad cuando no hemos conseguido el trabajo de nuestros sueños, hemos suspendido un examen, nuestro equipo deportivo ha perdido un encuentro o ese proyecto que hemos preparado con tanta ilusión se ha ido a pique. Vivencias emocionales que entran dentro de lo normal y se identifican con la frustración de sentir un deseo, una ilusión o una necesidad no satisfechos. Pero no todos afrontamos estos problemas de la misma manera, es decir, no todos tenemos la misma tolerancia a la frustración. Estos inconvenientes se pueden tomar como un obstáculo al que hay que hacer frente o como un gran drama. Todo depende de cómo hayamos aprendido a gestionarlos. Y es que esto es algo que se debe trabajar desde la infancia.
De niños, pensamos que el mundo gira a nuestro alrededor y que solo tenemos que desear una cosa para tenerla en el instante. Es ahí donde hay que empezar a trabajar la baja tolerancia a la frustración, que, en el caso de los menores, se debe a su inmadurez cognitiva. Si siempre que nuestros hijos quieren algo lo tienen, no aprenderán a tolerar el malestar que provoca no conseguirlo. Creyendo que les hacemos un bien complaciéndoles evitando que se sientan tristes, perjudicamos su desarrollo, ya que, cuando sean adultos, seguirán sin saber enfrentarse a los fracasos.
No podemos evitar que los niños se disgusten por los problemas con sus amigos o en el colegio, pero podemos ayudarles a que relativicen esas situaciones y se sobrepongan a ellas.
Algunas de las herramientas que te danos para que les ayudes en su día a día:
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