La decisión importante que debe terminar de tomar la audiencia esta semana es hacer ganador a uno de los cuatro finalistas que siguen en la casa. Llegarán al jueves solo tres porque esta noche sale uno, el último de los que no van a permanecer en el juego los 105 días de la edición. La audiencia es soberana y se pone el moño dónde le da la gana, así que respetaré, como siempre, su decisión. No vale decir que ninguno lo merece. Tampoco pararse a pensar dudando si elegir al que generó mucho contenido, pero dañó a otros siendo consciente de lo que hacía, o al que apenas tuvo protagonismo, pero siempre fue contrario a que se infringiera dolor a un compañero.
Según Artistóteles, dudar es bueno. “Es de importancia para quien desee alcanzar una certeza en su investigación, el saber dudar a tiempo”, afirmó el filósofo griego. Otra cosa es que dudando mucho se te pase el arroz, como le pasó al asno de Buridán. Dice su historia que habiéndole ofrecido al équido entre un montón de avena y un montón de heno para comer, el pobre no supo elegir y terminó muriendo de inanición. Aunque parezca inverosímil, y de hecho se trate de un clásico argumento de reducción al absurdo ideado por Jean Buridan (por cierto, discípulo de Guillermo de Ockham, conocido por cierta navaja muy mentada por aquí), lo cierto es que en ciertos contextos se pueden dar situaciones en las que la dificultad para elegir entre dos opciones puede terminar dejándonos sin ninguna de ellas.
Si nos lo pensamos mucho intentando tomar una decisión tan meditada que indiscutiblemente sea la mejor, igual terminamos perdiendo nuestro tren. Malo será que todavía haya indecisos capaces de inclinar la balanza hacia un lado u otro. Vistos el domingo los porcentajes, creo que eso no va a pasar y la suerte está echada. “Alea iacta est”, que decían los romanos haciendo referencia a una tirada de dados. Tengo dicho que Gran Hermano es como una partida de dados en la que nadie sabe cuál es la jugada ganadora. Llegados a este punto, mi consejo para los concursantes sería que no hicieran nada raro. Mejor aún, que no hagan nada. Ya está todo decidido y cualquier error puede ser fatal. Sinceramente, no creo que haya muchos indecisos entre la audiencia votante. El que más y el que menos sabe si debe apoyar o no a quien hizo la vida imposible a los demás. Es una decisión a todo o nada. Las opciones de Óscar/Ruvens y de Juan son absolutamente incompatibles. La primera nos vino muy bien para los nuestro porque tuvimos siempre cosas que comentar, mientras que la con segunda nos hubiéramos muerto de aburrimiento, pero representa unos valores que para algunos pueden ser prioritarios.
Personalmente, mi apuesta es porque vuelva a haber dentro de unos meses otra edición de anónimos, el formato original, el fetén. Como los donuts de cafetería no hay nada. Ahí no tengo duda ninguna, ni iba a morir de inanición en ningún caso. Para mí, el formato de anónimos es un sí, botón dorado sin pestañear. Continuando con el símil gastronómico de los donuts me gustaría recordar que no es lo mismo comida y gastronomía. Como amante del género me quedo con la comida. Aunque también debo decir que este formato, sea con anónimos o con famosos, es para el gourmet y el gourmand, igual para paladares delicados como para disfrutones con la comida, tanto para el exquisito como para el glotón. Por el momento, la próxima cita es en enero con GH Dúo. Y es que esto es una delicatessen que se puede disfrutar sobre mantel de hule y en zapatillas. Un sueño, vamos.
Y hoy toca daguerrotipo de Juan. ¡Vamos a ello!
Juan ha sido el hombre tranquilo. Demasiado tranquilo, lo veo yo. Si hubiera expresado descontento con lo que pasaba en la casa dos meses antes de cuando lo hizo se hubiera merecido mis respetos y, posiblemente, un “de repente”. Pero era tarde cuando decidía acusar a Óscar de no entender que la gente tenga sentimientos y se revolvía contra el machaque al que estaban sometiendo sus compañeros a Maica. Llovía sobre mojado porque antes lo habían hecho con Vanessa, Lucía y Daniela. Insisto en el germen misógino y machista de que eligieran sus enemigas solo entre mujeres. La excepción era el propio Juan, al que Óscar tuvo desde siempre entre ceja y ceja. Pronto se dio cuenta de que iba por libre y era indomable.
A pesar de tardía, su reacción le ponía en una situación distinta a la del resto. Quitando a Nerea, todos habían optado por ir a degüello contra dos compañeras a las que creyeron sus más temidas rivales. Por eso atacaron el privilegio de Daniela, concursante nominada eternamente, por poder salvar a Maica todas las veces. Olvidándose de que el propio Ruvens volvió a la casa repescado, un privilegio como el que más, ahora han decidido atacar a Juan porque sigue en el juego gracias a la vida extra que decidió otorgarle Adrián. Y eso que si ganase se llevaría la mitad del premio solamente. No lo deben considerar buen precio. Dijo Orwell (autor de ‘Gran Hermano’) en ‘Rebelión en la granja’ que “todos somos iguales ante la ley, pero unos son más iguales que otros”. Por eso debe ser que unos privilegios son más válidos que otros.
La gran virtud de Juan fue ir a lo suyo y no importarle lo que hacían los demás. Demostró tener más empatía que el resto, y esa es la clave para saber entender por qué dos compañeras decidían no comer con el resto. Lejos de considerarlo una falta de respeto entendió que todos necesitamos tener nuestros momentos. Él mismo estuvo solo la mayor parte del tiempo, pero nunca se quejó, entre otras cosas porque aislado no estaba. Conservó siempre una buena relación con varios compañeros, Adrián en particular. En realidad, por las cosas que decía saco la conclusión de que Juan acude con frecuencia al sentido común, el menos común de los sentidos en esa casa muchas veces.
A pesar de su sentido común, Juan ha sido un concursante reactivo, y en Gran Hermano vale más ser proactivo. A nadie le gusta ver un concursante que ante los problemas o dificultades se queda quieto esperando que otro lo arregle, o que se arregle solo. Juan apenas ha salido de su pasividad cuando está ante un lado u otro del conflicto y le dejan expresarse tranquilamente. Óscar nunca lo soportó y Juan lo sabía, por eso cuando estaba con él le gustaba entrar en modo cáustico, sustituyendo los argumentos por la ironía. Y no todo el mundo lleva bien la ironía. Es una pena que no haya decidido antes saltar ante ciertas injusticias. Juan mejora mucho en las distancias cortas y sus vaciles a Óscar me divirtieron mil veces más que madrugadas lánguidas y complacientes de este con Ruvens.
Igual que hizo con las “fresis”, Ruvens recriminó en varias ocasiones a Juan que fuera estratega nominando. Lo decía el mismo que había presumido sin ambages de serlo. Nunca le perdonaron que no siguiera la disciplina de voto azul. Se lo reprocharon a Edi no iban a hacerlo con Juan, y empleando mucha más virulencia. El reproche le persiguió hasta el final, cuando le preguntaban todos por lo mismo: el apoyo que le había expresado Maica en su despedida a la casa. ¡Qué culpa tendrá él de quien le quiera apoyar para que gane este concurso! “No voy a pasarme lo que queda de concurso hablando de una persona que no está aquí”, afirmaba Juan. De nuevo el sentido común. A esas alturas muchos habían decidido que preferían apoyar a un mueblaco que no hizo daño a nadie antes que poner la alfombra roja (como diría Ruvens) a los que macharon sin piedad a sus rivales, empleando argumentos absurdos cuando no mentiras.
No sé cómo esperaban otra cosa que fuera Juan quien se llevara el apoyo rosa. Solamente él se expresó tan a favor como para decir que “donde las dan las toman” (y callar es bueno). La verdad es que su gran valor no fue tanto apoyar al dormitorio rosa como ser casi el único que levantaba la voz contra sus enemigos. Con timidez, exasperantemente tarde, pero levantó la voz igualmente. Juan, junto con Adrián y Nerea, destacaron del resto en que nunca apoyaron el inhumano aquelarre de los azules hacia cualquiera que no les bailase el agua. Una vez fuera Adrián, Nerea y, sobre todo, Maica, Juan ha pasado a ser el enemigo.
Juan es un concursante que se ha ido revalorizando según pasaba el tiempo. Le ha faltado mucho para quitarse el justo sambenito de haber sido intrascendente la mayor parte del tiempo. Ha sido de esos concursantes que les basta con estar, pero aquí lo que cuenta es hacer. Pese a todo, en la recta final se abrió la inesperada vía Juan. Se lleva el voto de castigo, motivado por el rechazo hacia las otras opciones. No entraba en los cálculos como posible ganador, y emerge ahora como rechazo a los demás finalistas. Considerarlo como tal es un modo de reconciliarse con una postura crítica y resolver un conflicto interno entre hacer ganador a alguien que tuvo poco protagonismo o a aquellos que no tuvieron límites ni reparos en hacer daño de manera gratuita.
En el vídeo de hoy analizo las distintas opiniones de algunas lectoras sobre el supuesto rotondazo de Ruvens, y me termino decantando por la opción salomónica.