Pablo Ibar lleva veinticinco años en manos de la justicia americana. En 1994 se le acusó de ser autor del triple homicidio de Miramar (Florida, Estados Unidos), donde el empresario nocturno Casimir Sucharski fue asesinado junto a dos mujeres que le acompañaban, Sharon Anderson y Marie Rogers, tras un asalto a su casa. Desde entonces Pablo ha estado en prisión y dieciséis de esos años en el corredor de la muerte.
Tanto Pablo como su familia han luchado durante décadas por conseguir su libertad. Consiguieron librarle de la pena de muerte, pero Pablo cumple cadena perpetua. Su padre, Cándido, no se da por vencido, aunque haya dejado de creer en la justicia.
"He perdido la esperanza de creer en la justicia. A la vista está. Este juicio nos ha enseñado que de justicia no se trata, sino de culpar a alguien. Mi hijo es inocente y él no pertenece a este lugar. Tengo pronto 75 años y no me gustaría irme al otro mundo dejándole dentro. No es culpable y hay que sacarlo de ahí", explica con la endereza de un padre dispuesto a todo pero el visible cansancio de una guerra que parece no tener fin.
"Cadena perpetua es prácticamente pena de muerte porque si no sales de ahí te tienes que morir en la cárcel. Pablo ha estado muy bajo, no se puede dejar caer. Tenemos que animar y pensar qué podemos hacer (...) Si Pablo sale tendrá que aprender a olvidar el pasado y eso será muy difícil", señala.
En esta batalla la privación de la libertad de Pablo no solo la sufre él, sino sus familiares que llevan estos veinticinco años esperando permisos para verle. Muchas de esas ocasiones han sido además sin la posibilidad de contacto físico. La vida pasa y Pablo la vive a través de llamadas, perdiéndose momentos familiares mientras éstos le extrañan en todos ellos.
En 'Quijotes del s.XXI' éramos testigo de una de esas ocasiones. Cándido visitó a su nuera y a sus nietos, donde también estaba su hijo pequeño, Michael. La familia recibía una llamada de Pablo desde la cárcel. Los hijos de Pablo le contaron que ese día habían ganado a su madre al baloncesto.
Después, Cándido recordó con Pablo que llevaban más de tres años sin poder abrazarse, pero le insufló de ánimos ante la voz pesarosa de su hijo. Le aseguró que estaban trabajando en una nueva estrategia para apelar la última sentencia y le prometió que haría todo lo que hiciera falta para que regresase pronto a casa.