La proliferación de los pisos turísticos está a la orden del día, y más en ciudades tan turísticas como Valencia. Es tal el peso de esta alternativa de alojamiento en la ciudad, que paseando por barrios como el Cabanyal, nos ahogamos entre entradas y salidas de turistas y maletas. Concretamente, la zona cero de este barrio acumula 230 pisos turísticos en solo cinco calles, contando legales e ilegales.
Se trata de una cantidad estratosférica. El registro de la Generalitat Valenciana revela que el entorno de esta antigua zona decadente se ha transformado por y para turistas.
Otro de los barrios destacados es el de Ruzafa, donde cuatro calles suman 146 alojamientos y otras cuatro en el Botànic reúnen 122. Las vías con más viviendas legales de este tipo son las de José Benlliure y Reina.
Parece un reto vecinal el de resistir en esos barrios, con una vida incómoda, llena de ruidos, alquileres más caros y menos disponibles. Este problema se traslada a los comercios, ya que los turistas no dejan ni un euro en el comercio local, que ve como su clientela disminuye y sus alquileres suben.
Daniel Adell, presidente de la asociación de vecinos del Cabanyal, critica que no se cumple el 10% de vivienda turística que debería de haber según la moratoria. "Nadie lo vigila y nadie lo controla", denuncia. De hecho, de los 5.997 apartamentos turísticos registrados en la ciudad, los portales ofrecen prácticamente el doble, casi 11.900. Es decir, casi 6.000 apartamentos de este tipo serían ilegales.
Manuel Navarro es tapicero. Lleva treinta años trabajando en su bajo del Cabanyal. Este mes de septiembre para él cambian las cosas, se ve forzado a irse. "Ya no hay negocio, ni vecinos, ni clientela, y la invasión absoluta de pisos hace que los turistas no dejen dinero", dice. Tiene que cerrar al verse "absolutamente desprotegido por los políticos".
La tintorería del barrio también se está hundiendo. Su propietaria cuenta que cada vez tiene menos clientes. Justo a su lado tiene un piso turístico y confiesa que "es una incertidumbre constante no saber qué tipo de turista y vecino voy a tener durante los próximos días o semanas". Sin embargo, este próximo año piensa jubilarse y venderá a su bajo. "Creo que lo venderé al mejor postor, aunque igual quien lo acabe comprando lo haga para hacer más pisos turísticos" lamenta.
Para Manuel, el Cabanyal se ha convertido en un parque para el turismo, allá donde mira puede señalarnos diferentes pisos. Lo mismo es capaz de hacer Ana, otra vecina. La acompañamos de piso y piso y su indignación e impotencia es evidente. "Esta invasión hace que suban los precios de los alquileres, cada vez hay menos viviendas", critica.
Otra afectada, Amanda, vive puerta con puerta con un piso turístico y tiene continuas discusiones y problemas de convivencia. Habla de escándalos y altercados por turistas que vienen de fiesta y que no respetan los horarios de las personas residentes todo el año.
Esa es la misma pesadilla que vive Juan, que asegura que a pesar de tener un apartamento ilegal al lado y llamar a la policía de madrugada por el alboroto, nadie acude. "Para que vengan tienen que avisar cinco o seis vecinos más, y tardan más de una hora en llegar, si es que llegan" cuenta, "en más de una ocasión me han dicho que vaya a yo a enfrentarme".
El barrio está perdiendo la esencia de barrio, y empieza a parecer un gran hotel. Las próximas maletas que se vean por sus calles podrían ser las de sus vecinos, cansados, que ven como su mejor o única opción, es irse.
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