Los testimonios que nos recuerdan que no hay que bajar la guardia: "Nadie sabe lo que hemos sufrido"
Reina, Julio y Miguel han sobrevivido a la COVID-19. Ahora se enfrentan a las secuelas de haber pasado una larga estancia en la Unidad de Cuidados Intensivos
Los tres tienen por delante una dura recuperación para volver a ser los de antes. Tanto desde un punto de vista físico, como psicológico
Reina se despierta aturdida. Mira a su alrededor y no reconoce nada ni a nadie. Se encuentra muy débil. Intenta hablar, pero no puede. Está intubada. Una máquina respira por ella. Ve a varios médicos y enfermeras yendo de un sitio a otro por la sala. Una doctora se acerca a su cama, le coge la mano y le dice, “tranquila, que ya estás bien. Ahora te lo explico todo”. Y le cuenta que lleva 21 días en la UCI. Que tuvieron que inducirle un coma. Que le hicieron una traqueotomía. Que un tubo le ha permitido respirar todo este tiempo. Que estuvo mal. Muy mal. Y que ahora le toca seguir luchando.
Julio recupera la consciencia 40 días después. Los médicos le han bajado la sedación y poco a poco empieza a percatarse de lo que ocurre a su alrededor. También en su propio cuerpo. Un respirador le lleva aire hasta los pulmones. No puede incorporarse. Ni siquiera es capaz de apartar la sábana que le cubre. Cuando uno de los doctores le pregunta dónde está, él responde convencido que en la UCI de un hospital de Barcelona. Pero Julio está en Málaga, nunca ha visitado Cataluña.
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Miguel abre los ojos después de nueve días en Cuidados Intensivos. Los médicos le explican que le van a quitar el tubo con el que está respirando y que no lo muerda. Él sabe dónde se encuentra y por qué. Pero no tiene fuerzas ni para mover las manos. Cuando por fin es capaz de ver su propio cuerpo descubre por qué. Esos brazos y esas piernas no pueden ser suyas, piensa este médico pontevedrés. No se reconoce en la persona que está postrada en la cama. “Ese, no soy yo”.
Estas fueron las primeras reacciones de tres supervivientes de la COVID-19 tras despertar en la Unidad de Cuidados Intensivos. Allí han estado 28, 45 y 14 días. Han sufrido, y siguen haciéndolo, las duras consecuencias de un ingreso en la UCI. Han perdido masa muscular. Han tenido que volver a aprender a andar. A hablar. A comer por sí mismos. Y lo peor es la parte emocional. Han pensado que no iban a salir adelante. Han sufrido en soledad. Han tenido pesadillas, tan reales, que todavía les asustan. Estos son los relatos de cómo Reina, Julio y Miguel han logrado vencer al coronavirus. Testimonios desde la UCI, desde las trincheras de la pandemia. Historias que nos recuerdan que no debemos bajar la guardia. Que el SARS-CoV-2 sigue causando muchísimo dolor.
Reina Charito, 38 años, Lanzarote. 34 días ingresada, 28 en la UCI
Reina ingresó en el Hospital Doctor José Molina Orosa, de Lanzarote, el 15 de marzo. Solo un día después de que el Gobierno decretase el estado de alarma. Tenía fiebre, tos y dificultad para respirar. Su situación era tan complicada que enseguida fue trasladada a la UCI. No recuerda el momento en el que llegó. Tampoco nada de lo que ocurrió en las tres semanas siguientes. 21 días después, los médicos la despertaban del coma inducido.
Nadie se puede imaginar lo que hemos vivido
“Yo pensaba que había pasado un solo día, así que cuando me dijeron que llevaba tanto tiempo sedada, no me lo podía creer”, explica esta camarera de pisos de un hotel de Lanzarote. Después de recuperar la consciencia, estuvo una semana más en la UCI. “Nadie se puede imaginar lo que hemos vivido”, se lamenta Reina.
Esta mujer, de 38 años, perdió muchísima masa muscular. Las manos le temblaban todo el tiempo. No tenía fuerzas para nada. Ni para levantarse, ni para coger un boli, ni para comer sola… Los médicos le habían tenido que hacer una traqueotomía en un momento crítico. Así que en los primeros días tampoco era capaz de hablar. Pensó que no volvería a hacerlo nunca. “Pero desde el punto de vista emocional, es peor todavía”, explica Reina. “Es una enfermedad muy triste porque tienes que vivirla sola. Te deprimes, te vienes abajo, y te hundes. Y eso que todos los que trabajan en la UCI son profesionales maravillosos. Pero psicológicamente es tremendo”.
Los médicos me han dicho que estuve muy malita varias veces. Y estoy convencida de que coincide con esos momentos en los que yo soñaba que no podía respirar
Reina recuerda todavía una pesadilla recurrente durante el tiempo que estuvo en coma. Se estaba probando un vestido pero le apretaba demasiado y no era capaz de respirar bien. “Los médicos me han dicho que estuve muy malita varias veces. Y estoy convencida de que coincide con esos momentos en los que yo soñaba que no podía respirar. Es que los sueños que tuve esos días fueron muy reales”. De hecho, en la primera conversación telefónica que mantuvo con su mujer, Reina le preguntó si había arreglado ya el coche. Había soñado que habían tenido un accidente. “Estaba convencida de que había sido real”.
Unos días después pudo ver en las noticias la situación por la que estaba pasando España. “No me lo podía creer, estaba alucinando”, recuerda Reina. Ahí llegó la angustia, la dificultad para respirar y los ataques de ansiedad. El día que ingresó en el hospital habían muerto unas 130 personas. Cuando se despertó en la UCI, la cifra rondaba los 900 fallecidos diarios. “No fui capaz de asimilarlo”.
Ahora Reina está ya en casa pero sigue un proceso de rehabilitación para recuperarse tanto física como anímicamente. “Me siguen temblando las manos. Si me pongo a cocinar, me canso enseguida y sigo estando débil. Tengo todavía el agujero de la traqueotomía al descubierto. Pero bueno, yo soy fuerte y positiva y la vida me ha dado una segunda oportunidad. No sé ni cómo estoy viva”.
Julio Pintos, 59 años, Málaga. 59 días ingresado, 45 en la UCI
Julio tiene muy claro el momento en el que se contagió. Llevó en su taxi a una pareja con coronavirus hasta Urgencias. Unos días después empezó a encontrarse mal. Cuando el 24 de marzo ingresó en el Hospital Universitario Virgen de la Victoria, de Málaga, todo fue muy rápido. Le anestesiaron y le llevaron directo a la UCI. Allí estuvo 40 días hasta que le despertaron del coma inducido. Después, otros cinco más ya consciente.
“A los 20 días del ingreso los médicos llamaron a mi familia. Les dijeron que se prepararan para lo peor porque mi cuerpo había dejado de luchar. Pero remonté. Después tuve otra recaída muy fuerte y pensaban que me iba. Y volví a agarrarme a la vida. Y aquí estoy ahora”, cuenta con orgullo este taxista.
Como Reina, Julio también tuvo unas pesadillas muy intensas durante el tiempo en el que estuvo sedado en la UCI. “Me caía a un pozo oscuro, muy negro y muy profundo. Yo intentaba salir, una y otra vez, pero no podía. Aunque estaba dormido, yo creo que mi cabeza siempre estuvo luchando”.
Estaba muy débil, me quedé sin musculatura, pero lo peor es el daño que hace en la mente
Julio perdió 30 kilos durante su estancia hospitalaria. “Ni siquiera podía mover la sábana que tenía encima. Estaba muy débil, me quedé sin musculatura, pero lo peor es el daño que te hace en la mente. Por más que uno sea valiente, esto te deja muchos miedos. Se te quiebra la fortaleza”, explica emocionado.
“Ves cosas que no deberías y a las que no estás acostumbrado”. Julio recuerda a una mujer que estaba en su misma sala y a la que le tuvieron que hacer una traqueotomía de urgencia. “No sobrevivió, se quedó por el camino. Allí mismo. Es muy duro ver todo eso cuando además tú estás en una situación crítica también”.
Ahora Julio está en casa, recuperándose. Atiende la llamada de NIUS desde el sofá, con dos mantas, a pesar de los casi 30 grados que tienen en Málaga. “Se me ha quedado el cuerpo frío desde que desperté en el hospital. Hoy me han bañado, porque necesito ayuda para casi todo. Me quedo sin respiración, me canso mucho… Los médicos me han dicho que necesitaré al menos tres meses de rehabilitación para recuperarme mínimamente”.
Antes de acabar la entrevista, Julio quiere hacer un llamamiento a la prudencia. “Si la gente supiese lo durísimo que es esto, seguro que no se irían tan alegremente a las terrazas y tendrían más cuidado. El coronavirus es devastador, pero yo puedo decir que he sobrevivido al infierno”.
Miguel Devesa, 64 años, Pontevedra. 40 días ingresado, 14 en la UCI
El 27 de marzo este urólogo pontevedrés ingresó en el Hospital Álvaro Cunqueiro, de Vigo. Tenía fiebre alta, tos y había expectorado sangre. Cuando dos días después un intensivista llegó a su habitación a las 12 de la noche, supo que algo iba muy mal. “Me dijo que la situación se había complicado y que tenían que ingresarme en la UCI”. Miguel es médico, así que ya sabía lo que le quedaba por delante. “Yo en principio no me encontraba tan mal. Tenía disnea, pero no pensé que mi situación fuera tan grave. Al mandarme a Cuidados Intensivos, con esa urgencia y a esa hora, me temí lo peor. Piensas que te van a dormir y temes no volver a despertar”.
Estuvo nueve días intubado hasta que volvió a abrir los ojos. Después, notó que algo no iba bien. Tenía el abdomen distendido y un fuerte dolor. La causa era una hemorragia interna. Lo intervinieron de urgencia para taponarle el vaso que estaba sangrando, pero le tocaron el nervio femoral. La hemorragia se resolvió, pero tuvo pérdida de movilidad en una pierna y un dolor neuropático, “horrible, tremendo”, que todavía arrastra a día de hoy.
Esta enfermedad te deja hecho polvo. Me convertí en una persona totalmente dependiente
“Esta enfermedad te deja hecho polvo. Yo estoy irreconocible. Perdí toda la masa muscular. No podía llevar la mano ni a la cintura. Ni ponerme de pie, ni comer. Nada, me convertí en una persona totalmente dependiente. La gente no sabe lo que es pasar por esto. Es durísimo”, explica entre lágrimas este médico de 64 años. “Y psicológicamente, te destroza. Yo pensaba en mi mujer y en mis cuatro hijos. Cómo estarían ellos viviendo todo esto”.
Miguel también tuvo durante el coma inducido “sueños muy reales, imágenes muy vivas”. En una de las ocasiones creyó ver a un grupo de niños jugando en la UCI. Cuando recibió la visita de una enfermera, familiar suya, se lo comentó. “Le dije que había que comunicárselo a la dirección del hospital. Que no entendía cómo podían dejar a los niños estar allí junto a ellos”, recuerda. “Se lo decía convencidísimo de que eso había pasado. También soñé que me secuestraban. Trataba de pedir ayuda, de escapar, pero no podía comunicarme con nadie”.
40 días después de su ingreso, Miguel recibió el alta. Ahora acude todos los días a rehabilitación. “He tenido que aprender de nuevo a caminar. Los primeros días pensé que iba a necesitar para siempre una silla de ruedas o un andador. Tienes que aprender a hacerlo todo de nuevo. Además, estoy acudiendo a la unidad del dolor para que me traten lo de la pierna. Psicológicamente es como si hubiese sufrido un shock postraumático. Necesitas ayuda para superarlo, porque son muchos recuerdos, muy vivos y muy recientes. Poca gente puede imaginar lo que se sufre ahí dentro”.