Los 75 inmaculados de Tabarca, la isla mínima sin coronavirus
No hay ningún caso de coronavirus en esta pequeña isla situada a 22 kilómetros de la costa de Alicante
Imagina una isla soñada en el Mediterraneo para pasar tus días. Hace una semana tus requisitos seguramente habrían sido: calas paradisiacas, hoteles de lujo y terrazas para ver ponerse el sol con alguna bebida o licor.
Los tiempos cambian y los requisitos soñados, también. Piensa ahora en lo que sería básico: un lugar sin peligro de contagio, tranquilidad y poder desconectar de la pandemia mundial con los tuyos a salvo, un lugar donde pasear sin confinamiento. Quién nos iba decir que simplemente salir por la puerta y pasear es el mayor lujo y placer del mundo, cuando no se tiene. Esto se cumple en la pequeña isla de Tabarca, 1.800 metros de extensión de tierra, libre de infección a 22 kilómetros de Alicante en cuya provincia aumentan cada día las cifras de contagios y muertes a causa del coronavirus.
Tabarca está habitada, en estos momentos, por 75 ciudadanos inmaculados libres del contagio y la preocupación del coronavirus, Ana es uno de ellos. “Aquí los 75 vecinos estamos bien, me siento muy segura. Las casas de la gente del pueblo siguen estando abiertas”, afirma Ana, casi sorprendiéndose de que sea noticia de que las casas de un pueblo estén abiertas y sus gentes salgan a lacalle (que importante es siempre el contexto).
Esta pequeña isla es la más grande, y la única habitada, de la Comunidad valenciana. Su tamaño es pequeño, su clima apacible y su pico más alto tiene 15 metros. Todo en Tabarca es discreto y sin llamar la atención se ha librado, por el momento, del COVID-19 que no ha reparado en ella y lo va tener díficil pues desde el pasado sábado ha permanecido incomunicada. Los ferrys y barcos que habitualmente hacen el trayecto entre Santa Pola y su puerto están amarrados a 8 kilómetros, que parecen un infinito, de la tranquilidad que viven los tabarquinos.
La de Ana es una de esas situaciones, o decisiones, de estar en el lugar y el momento adecuado. “La verdad es que necesitaba ir a Tabarca, donde tengo un negocio, y cuando suspendieron las clases de mis hijos, decidí instalarme aquí con ellos y mi marido”, cuenta relajada. Un relax que contrasta con los barrios tensos y llenos de iniciativas en toda la península que se usan para combatir la presión de la reclusión.
La diferencia abismal con respecto a lo que vivimos en tierra firme respecto a este paraíso insular no es solo la seguridad y tranquilidad, es la situación sanitaria. Con muchas comunidades, como la valenciana que incluso están disponiendo la preparación de hospitales de campaña para esta emergencia, en Tabarca el retén sanitario consta de un único enfermero, realizando su turno. Además en la península el despliegue de los cuerpos de seguridad está siendo un esfuerzo de efectivos y coordinación titánico. En su lugar aquí un único policía local a la semana vigila que se cumplan las normas.
No todo son buenas noticias en Tabarca. En este lugar su población vive del turismo, un negocio lucrativo que cuenta con cientos de miles de visitantes al año sobre todo en semana santa y verano. Por ello familias como la de Ana y la gran mayoría de sus habitantes ven con gran preocupación el aislamiento y su extensión en el tiempo. Para un pueblo, cuyos ingresos dependen las temporadas turísticas, perderlas supone un durísimo golpe. Mientras el tiempo se ha detenido en Tabarca y el mundo se ha parado fuera, la situación económica de sus habitantes va contrarreloj. En este bastión mediterraneo libre de coronavirus.