Una persona pasea por la calle con un café, con una tapadera de plástico. Otro sorbe de una pajita, que poco después tirará. Este es el panorama de un día normal en el centro de cualquier ciudad del mundo. El plástico está presente en casi todos los gestos de los humanos, en especial, debido a los cambios de consumo. Desde los años 50, su producción se ha multiplicado por veinte.
Un uso insostenible, que en la mayoría de los casos, termina en el fondo del mar. En concreto, se estima que de las 335 millones de toneladas que se produjeron en el año 2017 a nivel mundial, unas ocho fueron a parar a mares y océanos. Tal es el nivel de este material que en el año 2050 los océanos podrían contener más plásticos que peces, según la estimación de la Fundación Ellen Macarthur.
Un problema de todos y que afecta, en especial, a la fauna marina. Los animales se enredan en ellos y confunden los fragmentos más pequeños con comida. Esto puede provocar en intoxicación que acabe con su vida o que se acumulen dentro de ellos. Según una revisión científica realizada por el proyecto Litterbase del Instituto Alfred Wegener, alrededor de 1.341 especies han interactuado con residuos marinos mediante colonización, ingestión, enredos o asfixia.
Un estudio de 10 años en la tortuga boba concluyó que un 35% de lo que había ingerido era plástico. Recientemente, una ballena fue hallada muerta en Indonesia con más de 1.000 objetos de este material en el estómago. Y eso sin hablar de la contaminación que provocan.
El ciclo de consumo lleva a que, en última instancia, los plásticos vuelvan al ser humano. Pero a su intestino. La historia es conocida: el pez grande se come al chico, y este último antes ha ingerido microplásticos. Un estudio piloto, presentado el pasado octubre en un congreso de gastroenterología, concluyó que encontraron nueve tipos de este material en las heces de ocho participantes voluntarios de países como Finlandia, Polonia o Austria.
De media, los investigadores encontraron 20 microplásticos por cada 10 gramos de materia fecal. Los más comunes fueron el propileno, presente en los envases de zumos y leche, y el PET, estrella en las botellas de plástico. Eso sí, los investigadores no pudieron establecer una relación directa entre el consumo de pescado y la aparición de esas partículas.
Otro estudio, recopilado por los investigadores de la Universidad Johns Hopkins, en Estados Unidos, concluyó que los humanos pueden ingerir alrededor de 37 partículas de plástico al año procedentes de la sal. Una cifra que parece pequeña hasta que aumenta a las 11.000 al año para un buen aficionado al marisco.
Una situación límite que ha llevado a la Unión Europea a actuar. El pasado 10 de octubre la comisión de Medio Ambiente aprobaba las nuevas reglas para hacer frente a los nueves principales productos de plásticos de un uso hallados en las costas europeas. Es decir, a partir del 2021 estarán prohibidos platos, cubiertos, bastoncillos de algodón o pajitas, responsables del 70% de la basura submarina. Asimismo, se garantizará el reciclado del 90% de las botellas.
En concreto, 250 empresas, entre las que se encuentran las mayores multinacionales de la alimentación, han firmado el Compromiso Global para la Nueva Economía de los Plásticos. Con él, se comprometen a que en el año 2025 todos los envases sean reciclables, reutilizables o convertibles en compost.
No son el único tipo de plástico que tienen los días contados en la Unión Europea. El foco también está puesto en los filtros de los cigarrillos, que deberán reducirse el 50% para 2025 y el 80% para el 2030. Según señala el organismo, una colilla puede contaminar entre 500 y 1.000 litros de agua y tarda 12 años en desintegrarse.
Junto a esta medida del parlamento europeo, la Comisión ya anunció el pasado mayo una nueva estrategia para reducir el uso de los recipientes de plástico y garantizar que el que se utiliza sea reciclado o reutilizado. El objetivo es claro: reducir de manera sustancial la cantidad de este material y dejar la mentalidad del “usar y tirar”. Todo para limpiar los océanos de una sustancia que amenaza con destruirlos.