Lourdes se despierta aturdida en la Unidad de Cuidados Intensivos. A los pies de su cama, ve a un grupo de médicos hablando. Uno de ellos dice: “ya no es viable, no podemos hacer más”. Esta mujer, de 63 años, piensa que se refieren a ella, pero está equivocada. Mediante gestos, le pide papel y lápiz a los sanitarios y cuando se lo dan, escribe ‘tengo miedo’. Una enfermera le pregunta que por qué. Y ella responde asustada. ‘Porque soy mayor. Y no sé si me vas a intubar. Y quiero vivir, necesito vivir’. La escena se produce el 9 de abril en la UCI del Hospital Puerta de Hierro de Madrid, en pleno pico del coronavirus. Y 34 días después, su protagonista la rememora para NIUS desde el salón de su casa. Porque Lourdes Núñez es uno de las 140.823 pacientes de coronavirus que, a día 13 de mayo, han conseguido derrotar a la COVID-19.
“Creí que hablaban de mí y me puse a temblar. De hecho, la enfermera me preguntó si tenía frío. Yo había visto en la televisión que algunos enfermos de cierta edad y con peor pronóstico ni siquiera llegaban a entrar en la UCI. Yo ya estaba ahí, intubada, pero en ese momento la angustia no me dejaba ver más allá”, explica Lourdes. “Fue la única vez que tuve miedo, el resto del tiempo, a pesar de que he estado muy malita, puedo decir que he sido feliz. Sobre todo por ellos, por los sanitarios que me han atendido”.
En las cinco semanas en las que ha estado ingresada, decenas de intensivistas, neumólogos, fisioterapeutas o enfermeros han conseguido mantener con vida a Lourdes y recuperarla. Y ahora esta mujer habla de “una nueva familia” al referirse a ellos. Se acuerda de Mónica, Ana, Javier, Manu, Alicia, Lucía, Pilar, Guille, Nacho, Javi el de la UCI… “Es una sensación extraña”, explica Lourdes, “no les conozco físicamente pero son como mi familia. No sé cómo es la cara de Javi, pero sí sé que es el genio de la UCI, el intensivista cabizbajo que iba de un lado a otro, siempre concentrando, pensando. Tiene cinco hijos. O lo mismo me pasa con mi Andrea, mi neumóloga, una mujer con una fuerza increíble y que el día que nos conocimos me cogió de la mano y me dijo que me iba a sacar de allí”.
A todos ellos los acabó conociendo por la voz y por los ojos. “Van vestidos como si fueran a Marte y a veces no veían porque de tanto que sudaban se les empañaban las gafas. Pero da igual. A pesar de todo eso, saben cómo tienen que ayudarnos. Te tocan la mano, aunque tengan puestos seis guantes. Te sonríen, aunque sea con la mirada. Y te hacen reír, en medio de un drama como éste”. Lourdes habla también de la crueldad de esta enfermedad. “La soledad es una de las peores cosas del coronavirus. Te impiden los abrazos cuando más lo necesitas. Y solo les tienes a ellos, a los sanitarios”.
La entrada de Lourdes al hospital fue como su salida, “por todo lo alto”. Ella ingresó el 8 de abril. Unos días antes había empezado a tener síntomas, pero no demasiado graves. En 24 horas el cambio fue absoluto. Cuando llegó al hospital su estado era crítico. Tenía la saturación bajísima y una neumonía bilateral. Estaba en tan malas condiciones, que la enviaron directamente a la UCI.
El día que le dieron el alta “también fue de traca”. Abandonó la habitación en una silla de ruedas mientras los médicos y enfermeros le hacían un pasillo y aplaudían. “Fue un día repleto de emociones. Primero porque había conseguido sobrevivir a la enfermedad. Después porque me despedía de todos los sanitarios y sobre todo porque iba a abrazar a mi marido después de todo este tiempo”.
José Antonio, ‘Orji’, llevaba esperando dos horas a su mujer en la puerta del hospital, cuando por fin apareció. Lourdes iba acompañada de Isa, “yo no he tenido hijos, pero ella es mi niña, la vida nos unió hace muchísimos años y es como si fuera mi hija”. El encuentro fue emocionante, “creo que a mi marido le impresionó mi cambio físico, porque he perdido muchos kilos. Él me dejó siendo una y ahora soy otra”. Ya en casa, se desbordaron los sentimientos. “Ahí nos abrazamos y lloramos. Ha sido más de un mes separados sin saber si íbamos a volver a vernos y necesitaba abrazarle. Porque aunque llevemos 40 años juntos, todavía se me acelera el corazón por él”.
A Lourdes le queda por delante un largo camino. “Tengo que hacer ejercicio porque he perdido mucha masa muscular. Todavía me canso y necesito de la máquina de oxígeno cuando hago cualquier actividad física. Pero estoy viva. Y lo que quiero hacer ahora es disfrutar de la vida. Quiero volver a andar cada día con mi amiga Maribel, quiero comer los miércoles con mi grupo de amigas, ir los jueves a ver a mi madre de 97 años, recuperar mis clases de inglés y seguir descubriendo Madrid con nuestra profesora de filosofía y arte. En fin, recuperar la vida que tenía antes del coronavirus. Y otra cosa, volver al hospital para poder abrazar a los sanitarios que me han salvado la vida. Verles por fin la cara y tocarlos”.