La Navidad en sí misma es sinónimo de tradición, y está cargada de pequeñas costumbres que repetimos cada año como un reloj. Una de ellas es la representación del nacimiento del niño Jesús a través del portal de Belén: los hay de todos los materiales, tamaños y precios, aunque los personajes que no pueden faltar son siempre los mismos. Pero, ¿cuál es el origen del Portal de Belén? ¿Desde cuándo se utiliza y cómo ha evolucionado a lo largo del tiempo?
La representación del nacimiento del niño Jesús se convirtió en costumbre en nuestro país hace siglos y, aunque para algunos haya dejado de tener un significado religioso, sigue siendo un acto simbólico que asociamos con estas fiestas.
En su origen, la historia nos dice que fue San Francisco de Asís, en Italia, quien, en el siglo XIII, pidió permiso al Papa para representar un Belén viviente. Esto ocurrió en 1223, en una cueva de la localidad de Greccio: el objetivo que perseguía la Iglesia era ilustrar el momento del nacimiento de Jesús y explicar el significado de la Navidad a todas aquellas personas que no supieran leer o escribir, lo que era muy frecuente en aquel momento. Eso sí, la primera representación del portal de Belén fue viviente.
A partir de aquel momento, los franciscanos fueron extendiendo esta práctica hasta convertirla en tradición. Posteriormente, ya en el siglo XV, el proceso de democratización de esta nueva costumbre dio un nuevo paso con la fabricación de belenes de barro, más asequibles. Por ejemplo, en 1465 se fundó en París la primera empresa fabricante de figuras para el portal de Belén.
Tan arraigada llegó a estar esta costumbre que, ya en 1545, con la celebración del Concilio de Trento, se impulsó su instalación en las iglesias durante la Navidad. Paulatinamente, también se comenzó a hacer en familia y las estatuillas se fueron personalizando con los rasgos y trajes típicos de cada país.
En el caso de España, fue el rey Carlos III el que popularizó el uso de los portales de Belén. Se dice que en torno a 1776 encargó a los artesanos napolitanos un Belén para regalárselo a su hijo, el futuro Carlos IV. Las piezas, que se colocaban en palacio, han pasado a la historia como el Belén del Príncipe.
Desde este escenario, la costumbre se trasladó a los nobles de la época, que quisieron imitar la idea del monarca y colocar belenes en sus casas y palacios para decorar sus casas. Poco a poco, y con el paso de los años, esta costumbre siguió ocupando capas sociales y extendiéndose a la totalidad de la población, en gran parte gracias a la fabricación de figuras más sencillas y baratas. El resultado es bien conocido: el portal de Belén se ha convertido en un básico extendido en casi todos los hogares españoles.
También sigue siendo costumbre que distintas instituciones públicas diseñen sus propios ‘belenes’ cada año, que son visitados por los ciudadanos, así como, por su puesto, las distintas iglesias, parroquias, etc. a lo largo del país.