Un niño de 3 años gana una larga batalla contra el cáncer en plena pandemia de coronavirus

  • Le detectaron un neuroblastoma a los pocos días de cumplir un año

  • Después de dos años de lucha, fue dado de alta y pudo regresar a su casa

Aunque el coronavirus ha monopolizado toda la atención durante los últimos meses, para mucha gente solo ha sido un problema secundario desplazado por batallas más acuciantes. Es el caso de Benjamín, un niño de tres años que, en medio de la emergencia sanitaria por la pandemia, tuvo que continuar con su tratamiento contra el cáncer e incluso someterse a una intervención quirúrgica, una batalla de la que, dos años después, ha salido triunfante.

Para su madre, Marcela García, la lucha comenzó cuando, después de cumplir su primer año, el pequeño empezó a mostrar en su ojo izquierdo un moretón que cada vez se hacía más grande. "Noté que su ojo se ponía cada vez más morado. Lo llevé al hospital de Mar de Ajo y me dijeron que seguro era un golpe, pero yo volví a insistir porque no me quedé conforme con la respuesta. Le hicieron una tomografía y los resultados eran alarmantes: Benja tenía neuroblastoma en el ojo”, explicó Marcela a 'Infobae'.

El pequeño fue derivado a Mar del Plata para poder iniciar el tratamiento: “Empezamos rápidamente con una quimioterapia de riesgo intermedio”. Sin embargo, una vez más, lo que parecía ser un diagnóstico acertado tenía otra “vuelta de tuerca”. Y es que tras notar que Benjamín tenía la panza muy hinchada, y luego de una resonancia completa, los especialistas se dieron cuenta de que el neuroblastoma en el ojo era producto de un neuroblastoma más grande en el abdomen que hizo metástasis al ojo.

“Empezamos con las quimioterapias de alto riesgo. Luego de diez ciclos, nos mandaron a Buenos Aires, para operarlo en el Hospital Militar Central del ojo y por suerte pudieron remover el tumor completo. Tuvo una mejoría excelente que ni los médicos lo podían creer. Solo quedaba el del abdomen”, enfatizó García.

Después de una batalla ganada, la madre y el pequeño fueron derivados al hospital Italiano para realizar un trasplante de médula que combatiría el neuroblastoma del abdomen. “Una vez que lo trasplantaron fue muy duro el post operatorio, ya que a la nueva médula le costó mucho acomodarse. Estuvo tres meses internado hasta que un día empezó a repuntar con todo y nos dieron el alta”, apuntó emocionada Marcela, quien aún recuerda que a pesar de todo pronóstico, siempre sostuvo a su pequeño.

A pesar de que residen en San Bernardo, Benjamín y su mamá están acostumbrados a vivir en donde les toque: “Estuvimos mucho tiempo viviendo en Mar del Plata hasta que la obra social OSPEDYC decidieron que lo mejor era mandarnos a Buenos Aires donde estuvimos casi ocho meses, y la verdad es que aprendimos a convivir en donde nos tocara con tal de que pase rápido todo y los resultados sean los deseados”.

La llegada de la COVID-19 en medio del tratamiento

En el medio del tratamiento de Benjamín y de su recuperación tras el trasplante de médula, la enfermedad del COVID-19 empezaba a sonar en los pasillos del hospital: “Aunque no estábamos más internados, seguíamos yendo a las consultas. Las semanas que no teníamos que ir al hospital no salíamos ni a la esquina y le pedí a mi hermana que vive en Buenos Aires que se quedara con él y aprovechaba para hacer las compras para toda la semana; era la única manera de sobrevivir y no exponerlo a la calle. Por suerte el 1 de mayo nos pudimos volver, con el alta y vinimos dentro de todo en una época más liviana, hoy es otro el panorama”.

En este sentido, la madre de Benjamín explicó que le tuvo mucho respeto a la pandemia, acatando las medidas pero que su mundo en ese momento rondaba alrededor del alta de su hijo. Hoy, a más de 400 kilómetros de la zona del AMBA, Marcela está agradecida de haberse ido antes de tiempo con su pequeño sanos y salvos.

La batalla por la curación del pequeño comenzó hace un poco más de dos años. “Benja está feliz, es muy consciente de todo lo que pasó. En casa lo escuchamos decir ‘estoy feliz, ya me curé‘. Lo que me pone muy feliz es que nunca perdió las ganas de jugar, algo que les suele suceder a los niños que están mucho tiempo en el hospital. Yo siempre intenté que esto lo tomara como un juego, a pesar de que nunca terminó de entender lo que tenía, sabía que mejorar era parte de un plan para volver a su casa de la playa con su hermano Joaco y su papá. Hoy es consciente que todo lo que pasó quedó atrás y que su realidad es otra”.