Si un extraterrestre cayera este fin de semana en las playas pedregosas y de aguas calmas del municipio marroquí de Fnideq, que muchos de sus vecinos siguen llamando después de la independencia Castillejos, junto a la valla de Ceuta, y le pasaran en YouTube o por televisión las imágenes de lo sucedido entre los días 17 y 18 de mayo, no se creería que se trata del mismo lugar.
Más de 10.000 personas, entre ellas familias enteras, jóvenes y niños –unos 1.5000-, marroquíes y de países subsaharianos, accedieron por los pasos del Tarajal y de Benzú, gracias a la permisividad de las fuerzas de seguridad marroquíes, a territorio ceutí animados por los rumores de que las fronteras estaban abiertas.
Aunque el desencuentro entre España y Marruecos llevaba fraguándose durante meses, y las autoridades españolas no lo vieron venir, la ‘invasión’ de Ceuta -84.000 habitantes según los últimos censos- desencadenó una crisis que todo apunta a que ha venido para quedase. El desencadenante último de lo sucedido en Ceuta fue la hospitalización en España del líder del Frente Polisario –organización con la que Rabat está técnicamente en guerra- Brahim Ghali durante 44 días.
La calma reina día y noche en Fnideq -80.000 habitantes- desde hace un mes y así ha sido durante todo este fin de semana. Un cordón de la Policía Nacional y de las Fuerzas Auxiliares custodia férreamente la carretera que conduce desde Bab Sebta –la Puerta de Ceuta en árabe- hasta la misma verja.
El paisaje de la glorieta que da acceso a la ruta de un kilómetro y medio escaso hasta la frontera es el de la pura desolación. Literalmente hay más furgones de las fuerzas de seguridad marroquíes que viandantes. Apenas algunos grupos de mayores, con sus chilabas blancas, vecinos del municipio, conversan sobre la grama que crece hasta la misma playa, y niños juegan a la pelota ante la mirada atenta de sus madres.
Ni rastro de los grupos de jóvenes que se acumulaban, desconcertados, entre el 17 y el 19 de mayo, en esta zona esperando novedades en la frontera. No hay motivos para la preocupación para los agentes, que se despliegan por toda la ciudad. Están en la cornisa, alumbrando con sus linternas a todo aquel que se lance al agua a horas intempestivas, o a plena luz del día en los cortafuegos de los montes que separan los dos países.
Marruecos no quiere que se repitan escenas como las de aquellos días de mayo, que el Parlamento Europeo acabó censurando en una declaración el pasado 10 de junio en Estrasburgo y que agravó las relaciones con España a pesar de la tensa calma que han vivido desde entonces.
El rechazo a la actitud paternalista y de superioridad de la diplomacia española –así se percibe desde Marruecos con nitidez- aúna voluntades de norte a sur en el país magrebí y de un extremo a otro de la escala social, de la misma manera que lo sucedido en Ceuta ha unido al espectro político español desde la derecha extrema hasta los nacionalismos y la izquierda extrema.
La crisis ha aumentado el sentimiento de españolidad de la ciudad autónoma –no obstante el 20% de los españoles cree que en 20 o 25 años Ceuta y Melilla serán marroquíes- y confirmado la reivindicación marroquí sobre las dos urbes. Si el Parlamento Europeo afirmaba que Ceuta es “frontera exterior” a la UE, la Cámara de Representantes marroquí replicaba que la ciudad “no es territorio europeo sino marroquí”.
No se vislumbra en el horizonte ninguna propuesta que pueda iniciar el deshielo en el que se han instalado las relaciones. Como la propia Cancillería marroquí se encargó de aclarar el primero de junio en un extenso comunicado, si bien el caso Ghali se percibió en Rabat como una puñalada en la espalda de un socio estratégico con el que Marruecos comparte información sensible en diversas materias, la razón de fondo del desencuentro es la cuestión del Sáhara Occidental. Rabat esperaba de Madrid un cambio de postura desde que la Administración Trump, en los estertores de su mandato, reconociera públicamente –fue a través de un tuit del anterior presidente- la soberanía marroquí sobre la antigua colonia española.
Mucho ha ocurrido, más aún se ha dicho, desde aquellos días frenéticos del mes de mayo. Visita del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, a Ceuta, retirada sine die de la embajadora marroquí en España Karima Benyaich, declaración de rechazo a Marruecos del Parlamento Europeo, voluntad de las autoridades españolas de integrar a las dos ciudades autónomas en el espacio Schengen y solicitar visado –hasta ahora los habitantes de las zonas de influencia de Ceuta y Melilla, esto es las provincias de Tetuán y Nador estaban exentos- a los marroquíes, propuesta de Madrid de desplazar agentes de Frontex (la agencia europea de guardia de fronteras) a las dos ciudades autónomas, anuncio por parte de Rabat del regreso a su país de todos los menores no acompañados marroquíes que se encuentran en suelo europeo, exclusión de los puertos españoles de la Operación Paso del Estrecho, etcétera.
Las fronteras entre Castillejos y Ceuta llevan cerradas a cal y canto desde marzo de 2020, cuando Marruecos decretó su cierre para luchar contra la expansión del coronavirus. En diciembre de 2019, Rabat había terminado con la aduana comercial. Fnideq, otrora un animado municipio fronterizo lleno de almacenes de productos de contrabando, apartahoteles, grands taxis, supermercados y agencias de viaje, es hoy una localidad casi fantasma.
Decenas de miles de personas vivían en el municipio y otras localidades de la provincia de Tetuán del llamado “comercio atípico” y varias miles cruzaban a diario la raya para trabajar en Ceuta. Los productos españoles –galletas y chocolatinas, lácteos, productos de limpieza y de higiene personal, etc.- siguen en los anaqueles de las tiendas de Castillejos, aunque ahora llegan, pagando sus correspondientes impuestos, por el cercano puerto de Tánger Med. “Los precios no han subido para los consumidores, porque ahora la mercancía llega en grandes volúmenes y se importa a precio más bajo que cuando entraba desde Ceuta a través del contrabando”, asegura un comerciante a NIUS.
Con todo, salvan el presente y el futuro a medio plazo de la localidad marroquí el boom turístico –relativo- que experimenta esta zona del Mediterráneo marroquí situada entre Tetuán y la raya con Ceuta –Martil, Cabo Negro, Rincón-, denominaciones hispánicas por doquier en nomenclátor y en los establecimientos hosteleros y hoteleros. Pues, a pesar de la crisis económica provocada por la pandemia, las grúas siguen trabajando en la construcción de edificios de apartamentos y centros comerciales en Fnideq.
Rabat se ha tomado en serio el desarrollo de una de las regiones –la comprendida entre las faldas del Rif y el Estrecho de manera particular- más deprimidas de Marruecos. Al margen del desarrollo urbanístico, Tetuán ve multiplicarse las zonas industriales y comerciales en los últimos años. “Hay un proyecto del Gobierno marroquí para Tetuán y la zona, pero el ‘timing’ no ha sido el correcto porque no se generan puestos de trabajo a la velocidad que se han perdido con el cierre de la frontera con Ceuta”, asevera a NIUS un vecino de Tetuán que emprende con una empresa de servicios de atención al cliente dirigida a clientes españoles.
Un mes ha transcurrido desde la crisis de Ceuta, un mes que ha puesto el contador de las siempre frágiles y difíciles relaciones hispanomarroquíes en números negativos. La geografía condena a los dos países a entenderse, reconocen analistas y ex protagonistas de las relaciones bilaterales a un lado y otro del Estrecho. Es el tiempo de la diplomacia –que tendrá que emplearse a fondo, tal vez será necesario el concurso de los dos monarcas- con mayúsculas. Entretanto, el sol cae a plomo a las mismas puertas del verano en el apacible Castillejos, donde se esperan tiempos mejores.