La policía nacional liberó a la hija de Daniel de 10 años, a la que su madre ocultaba en un pueblo de la sierra madrileña para evitar que viera al padre. Dos años de pesadilla para él y, asegura, para la niña, a la que diagnosticaban psicofármacos y desescolarizaron en 2017. Patricia, la madre investigada por sustracción de menores, ocultó a todos su verdadera identidad, según cuentan los vecinos. Ella dijo llamarse Olga y estar huyendo de un maltratador.
El infierno, asegura el padre, comenzó al querer custodia compartida. Su exmujer Patricia le acusó de abusos sexuales, nunca acreditados y el caso se archivó. La policía investiga ahora si este caso similar al de María Sevilla, con la asociación Infancia Libre en el centro, es solo la punta del iceberg.
Porque fue el padre de la niña el que alertó a la policía. Le había ocurrido lo mismo que al exmarido de María Sevilla, presidenta de la asociación de Infancia libre, acusada del secuestro de su hijo. Dos denuncias falsas de abusos sexuales que se había generado en los dos casos igual, el de Patricia González y el de Carmen Sevilla. Dos casos gemelos que habían comenzado con el incumplimiento de las visitas y habían acabado con la sustracción de los dos menores.
La policía se puso en alerta. Para buscar a Patricia constataron que la única persona que podía llevarles a la guarida era el compañero sentimental. Porque la madre de Patricia solo se comunicaba con ella electrónicamente; se encargaba de hacerle llegar el dinero de la pensión que el padre de la pequeña todavía le mandaba.
Este hombre que vemos en el congreso junto a Patricia y María Sevilla es el novio de la presunta secuestradora que buscaban. Tenían claro que trabajaba para la asociación al igual que el marido de María Sevilla. Los dos salían en fotografías con ellas. Le siguieron pero no fue fácil porque siempre estaba alerta, consciente de que estaba colaborando en un delito de sustracción de menores. La policía adscrita al juzgado lo explica en el argot policial. Les hacía lo que llaman “pirulas”: “Se metía en el metro y se salía rápido para ver si alguien le seguía y cabeceaba todo el tiempo buscando a los agentes que camuflados iban detrás de él”.
Asesorado por el mismo bufete de abogados que María Sevilla, letrados de la asociación y psiquiatras de la asociación, el novio de Patricia tenía claro que no debían encontrarle para proteger el escondite de Patricia y su hija. Por fin llegaron a la sierra subidos en el mismo autobús que él. A las 23.15 de la noche la policía rodeo la vivienda pero los perros ladraron.
La casa tenía un aspecto “fantasmal” nos dice el jefe de la investigación. Ventanas cerradas, persianas abajo, cortinas corridas, alejada del pueblo, la última vivienda de la calle. Era muy difícil mantener la vigilancia. Tuvieron que esperar a la mañana siguiente paran entrar. Cuando vieron a la madre y a la hija en el jardín, pidieron la orden de registro y detención. Los detuvieron. La primera reacción de la madre y su novio fue de perplejidad. La niña lloraba, quería ir con su madre. No estaba escolarizada y salía casi de casa. Solo los fines de semana se relacionaba con otros niños de la asociación. Una comunión, una tarde de piscina… pero siempre rodeada de los mismos niños, hijos de madres que han denunciado a sus exmaridos por abusos sexuales.
La policía ha comenzado a investigar a la asociación por las coincidencias de los dos casos y porque hay otro centenar de madres y padres (casi todo son madres) que han presentado denuncias de abusos sexuales contra sus exparejas; con niños y niñas que pueden estar alejados de sus progenitores, pertenecientes a la misma asociación. Casos que podrían ser revisados.