Toda España llora la muerte del pequeño Julen. La mastodóntica operación realizada, el inconmensurable esfuerzo de centenares de efectivos que han trabajado sin descanso, la solidaridad de todos los vecinos y todos aquellos que han contribuido para arrojar, incluso en los momentos más difíciles y desoladores un atisbo de esperanza, por mínimo que fuese, se sumen ahora en la desolación de la peor de las noticias: Julen ha sido encontrado sin vida.
Todos sabían que las circunstancias en las que se produjo el suceso, –la caída de un niño de dos años por un pozo de 25 centímetros de diámetro y 107 metros de profundidad–, no dejaban mucha posibilidad al optimismo. Pero si había alguna, había que abrazarla porque todos los implicados en su rescate estaban, desde el primer momento, dispuestos a hacer lo imposible.
El esfuerzo descomunal de los efectivos implicados en la operación, con Totalán, Málaga, como epicentro, iniciaba tras conocerse el suceso, ocurrido aquel aciago 13 de enero en el que el niño correteaba por la finca en la que sus padres se encontraban junto a otra pareja antes de que tuviese lugar el terrible accidente.
Corresponde ahora a las autoridades la reconstrucción de los hechos, que aún ahora encierran incógnitas. ¿Cómo cayó? ¿Por qué no estaba correctamente sellado el pozo? Son muchas las preguntas, pero el trabajo entonces se concentraba y planificaba alrededor de una idea firme y concisa: trabajar desde la idea de que Julen está vivo.
Bajo esa directriz comenzaba una titánica lucha contra el reloj; una pelea contra el tiempo, que con el transcurrir de los días encontró además un terrible aliado: el terreno y su dureza, que con sus bloques de cuarcita, entre otros materiales, ha opuesto su resistencia casi en cada fase de la operación.
Cuando el día siguiente al suceso, el lunes 14 de enero, encontraron una bolsa de chucherías del pequeño Julen en el pozo, comenzaba la odisea: un rescate en condiciones “extremas e inéditas”, como calificaba el propio delegado del Gobierno de Andalucía, Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, ante todos los medios.
El primer gran escollo era un tapón durísimo de tierra en el pozo, que –aunque aún está expuesto a investigación–, pudo formarse tras la caída del pequeño, que fue arrastrando piedras, tierra y raíces al caer. Desde entonces, trabajaron para intentar aspirarlo y romperlo; una labor que resultaba imposible sin comprometer la seguridad del pequeño, al que se sitúa justo debajo.
Con ello, distintas alternativas y distintos procedimientos también barajados hubieron de descartarse por la misma razón. El puzle para resolver el modo más seguro de llegar hasta Julen se complicaba, y como rostro más visible se hallaba Ángel García Vidal, delegado en Málaga del Colegio de Ingenieros y coordinador del operativo de rescate de Julen, intentando dar respuestas.
En medio de las frenéticas divagaciones sobre la operación de rescate, era el día 16 de enero cuando se conocía que los efectivos habían encontrado, desde el primer día, pelo de Julen. Las pruebas de ADN acababan de confirmarlo, dando así todavía mayor peso a las declaraciones del padre del pequeño, quien contó cómo fue testigo, junto a una prima, del momento en el que caía el pequeño. Intentó, incluso, sacarlo de allí con sus propias manos y le escucharon sollozar.
Para entonces, todos ya eran ya consciente de la inmensa complejidad técnica de la operación para encontrarle. No iba a ser fácil y no iba a ser rápido. No desde la necesidad de garantizar la seguridad de Julen a la hora de proceder, así como la de los implicados en el rescate.
Sumidos en la angustia y la desesperación de una espera que ya entonces se preveía agónica, los padres de Julen permanecían completamente abatidos ante la idea de perder a otro hijo. No hace más de dos años cuando Óliver murió debido a una cardiopatía congénita.
Sin más dilación, finalmente los equipos de rescate se decidieron por afrontar una solución que parecía tener viabilidad: construir una galería horizontal, aprovechando la pendiente de la ladera, para llegar hasta el pozo de Julen. Y a su vez, trabajar en dos túneles verticales en paralelo al pozo por el que cayó el pequeño.
Todo estaba ya dispuesto: centenares de efectivos, empresas privadas, administraciones colaboradoras, miembros de la Guardia Civil, de los bomberos, del 112, entre otro sinfín de expertos colaboraban para agilizar la operación y llevarla a cabo con éxito. Sin embargo, tras horas de trabajo incansable, un auténtico jarro de agua fría caía sobre todo el equipo: el túnel horizontal fracasaba. El terreno era demasiado duro y la excavación no podía garantizar avanzar sin desprendimientos. Sin embargo, no había tiempo que perder: el 17 de enero todos los esfuerzos se centran ya en uno de los túneles verticales que se planeaba perforar.
Día y noche, sin parar, pero arropados por el cariño de todos los vecinos que de forma desinteresada les prestaban su apoyo, su cariño, sus alimentos y hasta sus casas, los efectivos se centraban en rebajar la ladera en la que se ubica el pozo para comenzar la perforación. Otra tarea que, nuevamente, se topó con la dureza del terreno, un bloque macizo de pizarra a los 18 metros que iba a ralentizar inevitablemente la operación.
El día 19 de enero, 6 días desde la caída de Julen por el pozo, la perforación de 60 metros del túnel vertical tomaba por fin su inicio, y ni siquiera 24 horas después presentaría el enésimo varapalo para el equipo de trabajo: esta vez, era un bloque de cuarcita el que obligaba a ir más despacio.
El 21 de enero, 8 días desde el accidente, consiguen perforar los 60 metros de túnel.
Para entonces, el plan dirigido por Ángel García Vidal, como coordinador del rescate, ya tenía un objetivo claro: terminado el túnel vertical, la misión pasaba por encamisarlo con un tubo; revestirlo para asegurarlo, porque por esa galería vertical es por donde iban a bajar los ocho expertos de la Brigada de Salvamento Minero de Hunosa, Asturias, desplazados hasta el lugar para acometer la última y más delicada fase de la operación: excavar un túnel horizontal para conectar el túnel vertical con el pozo por el que cayó el niño; una labor tan compleja como claustrofóbica que hemos vivido en las últimas hora y para la cual, también hubieron de esperar. Porque el encamisado también falló. Primero fue una discontinuidad en el túnel lo que impidió revestirlo completamente, obligando al reperfilado del terreno. Tras hacerlo, era un tramo de los últimos 8 metros del tubo los que no encajaban en el túnel. La solución: reducir el grosor del material de 110 cm a 90 cm. Solventado el problema, tras el rellenado de tierra en las paredes para garantizar la seguridad, llegaba, por fin, la hora de los mineros.
Las 17:33 horas del 24 de enero: la cuenta atrás comenzaba este jueves con los primeros mineros bajando por la cápsula de 1,05 metros de diámetro y 2,5 metros de altura diseñada expresamente por el director técnico del Consorcio Provincial de Bomberos de Málaga, Julián Moreno y fabricada por por herreros del municipio malagueño de Alhaurín el Grande en tiempo récord.
Desde entonces, han sido ellos los que, con su profesionalidad y su convicción de que “ningún minero se queda en la mina” y Julen es un minero más, han mantenido la última esperanza.
Finalmente, hoy, 26 de enero, 13 días después de la caída, tras el último desafío contra el terreno y las circunstancias, y tras varias microvoladuras para finalizar la galería horizontal, los guardia civiles que han entrado en última instancia han certificado lo que nadie quería oír: Julen no ha sobrevivido.
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