José Enrique Abuín fue el sospechoso a los tres meses de la desaparición de Diana, cuando el coche de su mujer fue situado en el puente de Taragoña a la hora que el teléfono de la joven dejó de funcionar. Analizaron 40 cámaras de tráfico y 2 millones de datos telefónicos. El Chicle se dio cuenta de que lo seguían y les entregó el móvil reseteado y el coche bien limpio. Su mujer le dio coartada y dijo que esa noche iba con él a robar gasolina. No se lo creían, pero sin más datos la causa se archivó. El juez instructor, agobiado por los tiempos con los que tienen que hacer las instrucciones, decidió que el reloj no corriera. Pero la Guardia Civil no dejó de investigar. Hasta que el teléfono de Diana se encontró en la ría y el desbloqueo del móvil situó a Diana y a El Chicle tan juntos que era imposible que no fueran en el mismo coche. Además, el recorrido metro a metro con el móvil de Diana llevó a los investigadores a otra cámara a la salida del pueblo que captó el vehículo del rapto. Todo coincidía. Había pasado un año. Pero a pesar de la certeza no podían detenerlo porque la prioridad era encontrar el cuerpo. Le seguían a una distancia prudente y él lo sabía, hasta el punto de que en el primer aniversario Abuín se presentó en las fiestas de A Pobra con su mujer, dejándose ver porque era consciente de que el pueblo estaba tomado por la UCO y los investigadores de Policía Judicial de la Coruña. Querían ver cómo se comportaban las antenas de telefonía con tantísima gente en las fiestas. Era vital para seguir los pasos exactos no dejar ni un cabo suelto.
Pero esa Navidad El Chicle volvió a actuar en Boiro. No pudo controlarse y a pesar de saber que estaba en el punto de mira, usó el mismo coche que con Diana. Cometió el error definitivo que provocaría su detención. A partir de ahí todo se precipitó y tuvieron que diseñar un interrogatorio extenso, sin darle tregua, que hizo que reconociera el atropello accidental. Durante horas resistió, pero saber que se había quedado sin la coartada de su mujer lo doblegó. Ella, acusada de coautora, confesó que la noche del rapto de Diana no estaba con su marido. Tuvo miedo por su hija y acabó diciendo a los guardias lo que ellos ya imaginaban desde el principio.
Sin coartada y aconsejado por su abogado, Abuín llevó a los investigadores al tanque de agua donde sumergió el cadáver 500 días que borraron los restos biológicos que probarían la agresión sexual que nunca ha confesado. Es la clave de este juicio en el que cinco hombres y cuatro mujeres tendrán que decidir si además del homicidio o asesinato, José Enrique Abuín es condenado por la agresión sexual, lo que le llevaría directo a la prisión permanente revisable. El Chicle se defenderá en su declaración. Dirá que tuvo la intención pero que no llegó a hacerlo porque Diana murió antes. Dirá que le quitó la ropa para que no flotase. Y los forenses tendrán un papel crucial. Podrán decir que murió estrangulada, que el Chicle apretó muy fuerte hasta fracturar un hueso del cuello. Pero el año y medio que estuvo el cadáver en el pozo, lastrado para que siempre estuviera sumergido, impidió encontrar pruebas directas de la agresión sexual. En su alegato final tras el juicio por el intento de rapto a una joven de Boiro, José Enrique Abuín dijo: “Si pudiera dar marcha atrás más de dos años lo haría. Decirle a la familia de la chica de Madrid que no pongan en duda muchas cosas”. Es lo máximo que ha confesado El Chicle. La condena consiguió el objetivo de la familia Quer, por intento de agresión sexual. Con esa sentencia intentarán demostrar en este juicio que arranca en la Audiencia de Santiago, que El Chicle consumó con Diana lo que luego intentaría sin éxito con la chica de Boiro. Y servirá como antecedente de su modus operandi la presunta violación de la hermana gemela de su mujer, un caso ya reabierto.