El catedrático de Didáctica y Organización Escolar en la UNED, Juan Manuel Moreno (1961, Madrid), no está de acuerdo con el relato instaurado desde hace años de que los alumnos de ahora son peores que los de antes. "Cada generación de adultos ha protestado de que los que vienen por detrás son peores que ellos. La realidad, sin embargo, es muy distinta. Los que vienen por detrás, consistentemente a lo largo de la historia, siempre han sido mejores, considerando al conjunto de la población y no a una pequeña élite", asegura. Según él, de este discurso se benefician unos cuantos y, sin embargo, los datos no avalan esta versión.
Moreno ha trabajado casi 20 años en el Banco Mundial como especialista principal de Educación y ha sido profesor visitante en varias universidades americanas y europeas. Es autor o coautor de nueve libros sobre análisis de políticas educativas, diseño y desarrollo curricular y asesoramiento en educación.
Pregunta. ¿Los alumnos de ahora son peores que los de hace unos años?
Respuesta. Es una pregunta a la que siempre se ha contestado que sí, que son peores. Para las generaciones de adultos que estamos, por así decirlo, en el poder, las generaciones que vienen por detrás son siempre unos descerebrados. Ha sido una constante a través de los siglos. Cada generación de adultos ha protestado de que los que vienen por detrás son peores que ellos. La realidad, sin embargo, es muy distinta. Los que vienen por detrás, consistentemente a lo largo de la historia, siempre han sido mejores, considerando al conjunto de la población y no a una pequeña élite.
P. ¿En qué son mejores los alumnos de ahora?
R. Seguramente, los alumnos de ahora saben menos latín y griego que los alumnos de hace tres generaciones, ¿pero, significa eso que son peores? Los alumnos de hace tres generaciones sabían más latín y griego pero ahora tienen dificultades muy importantes para manejarse con un móvil o para ir al banco y que no les vendan unas acciones supuestamente mágicas que dos meses después dan al traste con sus ahorros. Lo que pasa es que el niño de élite antes declinaba en latín y en griego clásico y se sabía la historia de España al dedillo, y el de hoy no se sabe ninguna de esas cosas. A cambio, habla chino, inglés y francés; maneja aplicaciones y programas informáticos mucho más allá de lo que cualquiera de nuestra generación haremos nunca; ha pasado veranos en Irlanda; tiene una capacidad de comunicación oral y de hablar en público que nosotros no teníamos… entonces, ¿quién está mejor formado?
P. Sin embargo, se habla machaconamente de que el esfuerzo y el temario nada tienen que ver con el que tenían sus padres, que la calidad ha bajado, que los alumnos están mucho peor preparados que antes…
R. A los españoles se nos olvida muy rápido que hasta hace cuatro días había una parte muy importante de la población que no iba a la escuela, que no tuvo acceso a la educación. A mí me gusta decir que hace 40 años se cometían menos faltas de ortografía que ahora pero era porque el 30% de la población no escribía. Asumir que la mejor manera de reducir las faltas de ortografía es no enseñar a la gente a escribir es una opción, aunque un poco radical. Ahora se cometen más faltas de ortografía, pero es que todo el mundo escribe. Esa tendencia a sentise superior ha ocurrido con cada generación a lo largo de la historia. Hay un estudio muy famoso, El nivel educativo sube, escrito por Baudelot y Establet y publicado en 1989, en el que se cuenta esto que estamos hablando en los mismos términos: de si está bajando el nivel, de si la gente sabe cada vez menos o de si los alumnos tienen una actitud cada vez peor. Y, sin embargo, demuestra con datos que el nivel sube, no baja. Eso sí, no sube igual para todos ni siempre al mismo ritmo.
P. La gente de la calle tiene la impresión de que los resultados de los alumnos españoles en PISA son desastrosos, pero en realidad hace años que se mantienen en la media de la OCDE.
R. Los resultados de España en PISA reflejan muy bien la importancia que le damos a la educación, estamos en par con nuestro nivel de inversión educativa, y nos hemos mantenido en las distintas rondas de PISA, que empezó en el año 2000. Y aunque se han incorporado a la prueba un 15% del alumnado, que entonces no participaba (inmigrantes o alumnos con necesidades educativas especiales), nuestros resultados se mantienen, y muy bien. Mientras, hay otros países, estrellas en PISA, que no se han mantenido y están tendiendo a bajar. Porque PISA no es la cuenta de resultados de una empresa. La expectativa no puede ser que haya una curva ascendente como si estuviésemos vendiendo automóviles. Somos sociedades muy complejas, con poblaciones cada vez más heterogéneas, haciendo frente a desafíos culturales y laborales cada vez más difíciles. Ya solo mantenerse en PISA es un triunfo. Siempre lo comparo con el personaje de Alicia en el país de las maravillas. Educación y PISA es un terreno donde tienes que correr muy deprisa para mantenerte en el mismo sitio. Si alguien te dice que estás estancado, está mintiendo.
P. ¿Qué razones puede haber detrás para que se haya generado esta corriente de opinión publica de que la educación en España es ahora peor que nunca?
R. Es un clásico. Pero desde hace unas décadas se suma una politización creciente del sector, tanto a izquierda como a derecha, hay un efecto pinza, y parece haber personas y colectivos interesados en este relato.
P. ¿Pero, con qué interés?
R. Está aquello de: "Unos agitan el árbol y otros recogen el fruto". Qui prodest, que decía Ciceron. Se benefician muchos grupos de interés. Y no digo que todos son los que agitan el árbol, pero muchos son los que recogen el fruto. Desde aquellos que justifican salarios de entrada muy bajos para los jóvenes que se quejan de lo mal formados que están para pagarles poco, hasta gente supuestamente muy progresista que tiene esa actitud de narcisismo apocalíptico, de que las cosas estuvieron bien mientras yo existí pero una vez que yo desaparezca de este mundo todo va a ir a la decadencia y a la destrucción. Y en el plano estrictamente político está esa acusación constante al rival político de que deliberadamente se está bajando el nivel, la exigencia y se están regalando diplomas para que así la gente esté menos preparada, sea más manipulable y acabe votándoles, que es algo que no se creen ni ellos.
P. En política muchas veces se debate de temas, por ejemplo, de la asignatura de religión, que nada tienen que ver con la calidad educativa de los alumnos.
R. El debate político y legislativo tiene poco que ver con la cuestión de la calidad y mucho con cuestiones identitarias, como la lengua o la religión, y con el tema que más conflicto crea, que es el de la financiación. Luego todo eso se adereza con todo este tipo de declaraciones de si baja o no el nivel o la exigencia.
P. Dice usted que la LOGSE, aprobada en 1990, marca el punto de inflexión. Esta ley aumentó hasta los 16 años la enseñanza obligatoria, que antes era solo hasta los 14. Algunos profesores se quejan de que esto ha provocado que muchos alumnos tengan que estar escolarizados a esta edad cuando, en realidad, no quieren, lo que influye en el clima de la clase.
R. La LOGSE no es más que la continuación lógica de la Ley General de Educación de 1970, promulgada en plena dictadura de Franco. Las dos leyes son en cuanto a política educativa, estrictamente hablando, similares. En 1970 se alarga el periodo de educación obligatoria de 12 a 14 años y, por tanto, se crean los primeros cursos del primer ciclo de secundaria obligatoria. Este descontento del profesorado es en parte ya del 70 y no solo del 90. Con la LOGSE lo que se hace es la secuela de la ley del 70. En muy pocos año se universaliza la secundaria de primer ciclo por ley y, como efecto, hay una subida muy importante de las matriculaciones en la educación postobligatoria, de 16 a 18 años. Lo que España hizo entre los 70 y los 90 ya lo habían hecho otros países. Ha sido costoso, no solo en términos financieros, sino también culturales para un sistema educativo que estaba acostumbrado a una educación secundaria muy elitista, que solo daba servicio a una pequeñísima parte de la población, siempre en función de que progresara a la Universidad, que era el único propósito. De ahí que el profesorado se percibiera a sí mismo mucho más cercano a los docentes universitarios que a los de primaria.
P. Pero era una medida que había que tomar sí o sí…
R. Claro, España no podía continuar con un 50%-70% de la población fuera de la escuela a partir de los 12-13 años. Imagínate dónde estaríamos ahora si esto no se hubiera hecho.
P. Algunos defienden, sin embargo, que tiene que haber distintas vías para los alumnos.
R. Pero de entrada no se puede decir que tendrían que estar fuera, porque el relato implícito en esa actitud es el de que aquí sobra gente y que hay que hacer algo para que no estén. Y es aquí donde hay que plantarse. Porque esto es exactamente igual que si en un hospital te dicen que no te pueden atender porque estás muy gordo, fumas o porque tienes una enfermedad rara. Una sociedad democrática se mide justamente por cómo trata a los débiles y a los raros.
P. ¿Qué le parecen las medidas que quiere poner en marcha el Ministerio de Educación con un currículo más competencial y donde la repetición sea excepcional?
R. Yo lo veo bien, porque justamente el bienestar educativo no es otra cosa que la capacidad del sistema para dar respuestas individualizadas a necesidades individuales. Y por tanto ser capaz de que exista un itinerario para cada estudiante, que saque lo mejor de él y pueda garantizar un cierto nivel de éxito en la educación obligatoria. A nadie se le debe obligar por ley a fracasar. La cuestión aquí, en esta guerra de narrativas, es simple: ¿qué es calidad, que aprueben muchos o que suspendan muchos? Si se cree que calidad es que suspendan muchos, se está en el aquí sobra gente, y en que cuanto más vayamos pasando la guadaña y dejando gente fuera, más calidad tendrá nuestro sistema. Yo pienso que calidad es que aprueben muchos. No hablo de regalar aprobados, sino de incrementar la capacidad del sistema para asegurar que todos los alumnos hacen lo que tienen que hacer. Por pura lógica, el nivel de calidad de un sistema es que apruebe más gente. El nivel de calidad de un sistema sanitario no es que muera más gente sino su capacidad de prevenir enfermedades y de curarlas cuando se produzcan.