Ha llegado más tarde de lo que a él le hubiera gustado, pero este miércoles se cumplía su voluntad. Javier Serrano (58 años) se marchaba de este mundo sonriendo y feliz. Era lo que quería. Enfermo de ELA, hace meses que pidió que se le aplicara la eutanasia, pero la Comunidad de Madrid había retrasado varias veces el desenlace.
"Por fin es el día, 3 de noviembre de 2021", decía a NIUS veinte minutos antes de las 11:00 de la mañana, la hora de su cita con la muerte. Le encontramos tranquilo, entero, de buen humor. "Para llorar ya he tenido tiempo, mientras me deterioraba o sufría dolores insoportables. Ahora es momento de celebrar que voy a ponerle fin a tanto sufrimiento", decía sereno. Imposible evitar el nudo en la garganta.
En los últimos días la enfermedad le había arrebatado las ganas de comer, le costaba tragar y no podía conciliar el sueño. "Estoy agotado, los dolores de la columna, los riñones y la cadera no me dejan dormir", explicaba. "Dentro de un rato voy a descansar por fin, no veo el momento".
Le dolía el cuerpo, pero más aún la espera, por eso, cuando este martes le llamó la neuróloga del Hospital Doce de Octubre de Madrid para confirmarle que se había aprobado su eutanasia no dudó. "Le dije que quería que me la hiciera al día siguiente". Este miércoles.
No parecía asustado. "Lo único que me da miedo es seguir consumiéndome", espetaba, aunque reconocía que alguna lágrima se le había escapado en las últimas horas. "Pero solo cuando pienso en la gente a la que quiero, sobre todo en mis nietos, que tienen 2 y 5 años. Espero que no se olviden de mí, si no, ahí está mi hijo para mantener mi recuerdo".
En su casa de Getafe le acompañaba toda su familia, haciéndole la marcha más ligera. "Han venido todos y estamos tomando churros con chocolate. Nos apetecía despedirnos así", decía entre risas, "porque hay que quitarle importancia a la muerte".
A través del teléfono se podían escuchar las bromas de sus familiares. Todos aguantando el tirón, tragándose las lágrimas por él, porque a Javier no le gustaba verles llorar. Nunca le han dejado solo, le han apoyado durante todo el proceso, respetando su decisión hasta el último día.
"Esto es ya un puro trámite", apuntaba. Es verdad que hacía tiempo que lo tenía todo listo. Hasta la música que va a sonar este jueves en su funeral. "Cualquiera de Depeche Mode". Su grupo favorito. "Que me pongan el tema que quieran, me gustan todos, es solo para hacerme más grata la marcha".
Cuando quedaban apenas 20 minutos para que su tiempo llegara a su fin se despedía de nosotros. "Se me van a enfriar las porras", comentaba divertido. "Buen viaje", le decíamos. "Quizás nos encontremos en algún lugar". "Sí, pero que sea tarde", contestaba, y volvía a reír.
Poco después llegaba el equipo del hospital encargado de ayudarle a morir. Una neuróloga, una doctora consultora y dos enfermeras. "Me han dicho que no voy a sufrir, cuatro inyecciones y listo", concluía antes de colgar. Y así ha sido, indoloro, como él quería, lo confirmaba su hijo con la voz rota. Ahora sí pueden llorar.