Su nombre es Salman Hassan y es oriundo de Pakistán. Salió de su país hace tres años, en febrero de 2017. Desde la ciudad pakistaní de Lahore, tras mucho andar, cruzó la frontera hasta llegar a Irán, y desde allí se dirigió a Turquía. “Viví allí solo tres días”, cuenta, porque después volvió a ponerse en marcha para llegar hasta Grecia. Fue muy pronto cuando se dio cuenta de las dificultades que presentaba el país heleno. “No había seguridad, no había nada. Era muy difícil la vida en Grecia”, relata, contando que en seis meses no pudo trabajar en nada. Sin embargo, un día una persona le ofreció “ir a una oficina” y empezó a trabajar para una ONG desde la que se ayudaba a personas como él. Fue allí donde conoció a “dos buenísimas personas”: Dani, de Galicia, y Bea, de Burgos. Fueron ellos los que le hicieron pensar que su auténtico sueño era llegar a España. “Si las personas de allí son muy buenas, el país también es muy bueno”, pensó entonces; una idea en la que se reafirmaría cuando el 30 de septiembre de 2017 a Grecia llegarían “muchas personas de España, pertenecientes a la formación ‘Por un Mundo más Justo’ (M+J), que está entre los 3 partidos, –además de PSOE y VOX–, que se presentan en solitario en todo el país a las elecciones generales del 10N. A todos ellos Salman les trasladó su deseo de viajar a España, y por eso en diciembre de 2017 acometió el que sería su primer intento de lograr su sueño: fue al aeropuerto. “Ahí me paró la policía y me dijeron que no podía ir”, cuenta, sonriendo.
En febrero de 2018 lo volvió a intentar, pero el control fronterizo nuevamente volvió a pararle al comprobar que su pasaporte no era válido. Le llevaron a la cárcel. Pasó tres meses entre rejas en una prisión griega, donde, como relata y denuncia, se dio cuenta de que junto a él había “muchas personas en la cárcel solo por no tener papeles”.
Al salir de la cárcel, Salman tenía claro que no iba a desistir. “Yo me voy a España como pueda”. Ese era su pensamiento, y a él se aferró con determinación. Cogió un autobús de Atenas hasta una ciudad de Grecia llamada Ióanina. De ahí fue hasta la frontera de Albania "andando 70 kilómetros”, donde nuevamente se encontraría con las autoridades que operaban en el lugar. “Me paró la policía. Me dijeron: dame un poco de dinero. Hay un bosque. Te tienes que sentar aquí y por la noche te tienes que ir”. Siempre con una sonrisa, Salman cuenta que en ese momento les dijo que todo cuanto llevaba encima eran “5 euros”, y eso fue lo que les dio. Lo aceptaron, y durante la noche, tal como le dijeron, se marchó para llegar hasta Tirana, capital de Albania.
Tras ello, su siguiente destino fue Montenegro, pero antes de llegar, otra vez se encontraría con la misma escena: la de los agentes fronterizos pidiéndole dinero, esta vez para salir. Hubo de darles 50 euros para poder marchar, lo que le dejó sin dinero y ante un problema inminente: ahora tocaba lidiar con la entrada a Montenegro. En su cabeza no dejaba de rondar una pregunta “¿Y ahora qué voy a hacer? Su solución fue “echar a correr subiendo a lo alto de una montaña” cuando los agentes fronterizos empezaron a perseguirle. Le buscaron durante “media hora” con sus linternas, pero él logró permanecer escondido, acurrucado “detrás de unos árboles”. Pasó “toda la noche en el bosque”. Por la mañana, “no había policía, no había nada”. Fue entonces cuando salió y vio que abajo había unas vías de tren, emprendiendo de nuevo la marcha: 91 kilómetros hasta Bosnia. Aquí, dijo que iba de camino a España y le dieron “un papel” para que no le cogiese la policía, y se fue a Sarajevo y después a Bihac. “Es una ciudad muy grande, pero está muy cerca de la frontera”, explica.
Su siguiente periplo lo comprenderían los 320 kilómetros que recorrió a pie desde Bihac hasta Italia. “Este camino fue más difícil que cualquier otro”, cuenta, precisando que dentro de él tuvo que atravesar otros dos países, –Croacia y Eslovenia–, hasta por fin llegar a territorio italiano. “En el camino pasé 11 días andando. Había bosques y animales muy peligrosos”, relata Salman.
El 1 de noviembre llegó a Italia. Allí estuvo 4 o 5 días. Después cogió un autobús con destino a Francia. En su trayecto, primero paró en Suiza y después llegó a la capital francesa. “París está bien. Hay mucho trabajo”, recuerda, subrayando que él, no obstante dijo ‘no’. “Yo me voy a España”. Lo tenía claro.
Cuando el autobús por fin llegó a la frontera con España, la policía le paró y le preguntó que dónde iba. “Yo no entendía nada porque no hablaba Español”, explica, añadiendo que finalmente en Irún, País Vasco, donde se puso en contacto con miembros del partido Por Un Mundo Más Justo, le dieron “un papel para poder marchar”.
Jesús Barcina, portavoz territorial de la formación, fue quien acudió al encuentro de Salman, a quien conoció en Grecia. Con “la policía al lado”, el 16 de noviembre de 2018 cogió un coche y bajó con él a Madrid. Fue gracias al traductor del móvil como se comunicaron en un viaje que recuerdan con especial emoción. “Entramos los dos chillando a Madrid. Fue para mí el mejor viaje que hecho a Madrid en toda mi vida, y no creo que vuelva a tener un viaje como ese”, asevera Barcina.
El día siguiente Salman participó en una asamblea de M+J, donde fue presentado ante todos los presentes. Jorge Serrano, perteneciente a la formación, le acogió en la casa de su madre.
A los 10 días le ofreció ir con él a la universidad junto a los 40 alumnos que había en su clase. Con ilusión, a ellos les contó todo lo que había tenido que recorrer hasta llegar a España, todas las experiencias que había vivido y todo lo que había aprendido en el camino.
Sin embargo, no sería esa la única sorpresa que le aguardaba. Tras una semana, una conocida le llamó para que acudiese a un restaurante: “Cuando entré había seis o siete personas cantándome ‘cumpleaños feliz’. Fue una gran sorpresa. Estaba en España, en mi cumpleaños”, cuenta, explicando que no daba crédito. Su sueño se estaba cumpliendo.
El 24 de diciembre pasó la Navidad en Burgos junto a su amiga Bea, aquella joven a la que conoció en Grecia, y sus padres.
A partir de ahí su siguiente paso fue aprender español. Le enseñó un hermano de Jorge Serrano, –José–, durante el único rato que tenía libre: “El tiempo del desayuno”. Fue así como aprendió. Se convirtió en su profesor para todo.
Con el tiempo se fue al Albergue San Juan de Dios, donde acudía por las noches para dormir. Por la mañana, en diciembre, enero y febrero, lidió en la calle contra el frío. Después pidió asilo y se marchó al centro de refugiados CEAR, “un centro muy bueno”.
Ahora vive con un amigo de su país en una pequeña casa, ha dado un curso de mecánica y sigue persiguiendo su sueño: trabajar como mecánico de coches, como hacía en Pakistán, y conseguir papeles para poder ir a visitar a su familia.