Uno de los grandes cambios que ha impulsado la pandemia en los centros escolares ha sido la instauración de la jornada continua, normalmente, de 9 de la mañana a dos de la tarde. Actualmente, el 73% del alumnado de los colegios de infantil y primaria tiene este horario por el cual reciben las clases de un tirón, sin apenas pausas. Luego, se marchan a comer con su familia o bien se quedan a comedor, pero no regresan más al aula.
Hasta la fecha no ha habido un consenso de si es mejor académicamente la jornada partida que la continua, aunque ciertos estudios apuntan a que los resultados mejoran con la primera.
Un nuevo informe, Jornada escolar continua: cómo la pandemia está acelerando un modelo social y educativo regresivo, elaborado por el Centro de Políticas Económicas de la Escuela de Negocios Esade (EsadeEcPol), concluye dos ideas principales: que la jornada continua es contraproducente para los alumnos a nivel socioemocional -como consecuencia de pasar menos tiempo en la escuela- y que supone una pérdida de dinero para las familias, especialmente para las madres, de 8.048 millones de euros anuales, por tener que salir antes para ir a recoger a sus hijos.
NIUS ha hablado con Marta Ferrero, una de las coautoras del estudio. Ferrero, que ha ejercido de maestra y de orientadora, es actualmente profesora de la Facultad de Educación de la Universidad Autónoma de Madrid.
Pregunta. ¿Fue una medida acertada que se extendiera la jornada continua en las escuelas durante la pandemia? ¿Debería revertirse y volver a la partida?
Respuesta. Desde el momento en que se tomó la decisión atendiendo a criterios médicos, prefiero abstenerme, porque no soy experta en temas epidemiológicos. Si así, dicen los expertos, se minimizaron los contagios, bienvenido sea. Donde sí creo que hay que tener en cuenta otro tipo de criterios es a partir del curso que viene, siempre que no haya nuevas olas y se mantenga la misma prevalencia de contagios y ocupación hospitalaria que los que tenemos ahora. La toma de decisiones debería ser diferente.
P. Ahora mismo la mitad de los colegios están tomando la decisión de si seguir con la jornada continua o volver a la partida.
R. En Madrid, por ejemplo, en muchos centros se ha abierto el proceso de votación de si permanecer en la partida como han estado siempre o si se pasa a continua, en la que excepcionalmente están muchos de ellos.
P. Parece que no hay consenso en si académicamente es mejor una jornada u otra, sin embargo, en vuestro estudio concluís que la jornada continua es negativa para el alumnado a nivel socioemocional.
R. La falta de evidencias del impacto en el rendimiento académico se debe a que los estudios que se han hecho en España han sido de tipo correlacional, es decir, no permiten establecer una causa-efecto entre el tipo de jornada y el rendimiento académico. De ahí que haya que hacer un llamamiento a la prudencia, como decimos en el informe. Se deberían hacer estudios causales que permitieran responder a esta pregunta con cierta robustez. Hay, además, otras variables que entran en juego. Si hablamos del impacto socioemocional, desde la Asociación Española de Pediatría a la Sociedad Valenciana de Pediatría se apunta, apoyándose en estudios internacionales, que no parece conveniente que las comidas de los escolares tengan lugar más allá de las dos de la tarde. Al parecer, hay indicadores de que estas comidas tardías se asocian a ciertos trastornos de salud.
P. Defendéis, además, que es importante la presenciabilidad de los alumnos en la escuela para reducir las desigualdades sociales entre el alumnado más desfavorecido.
R. Aunque en principio el tema de permanencia en la escuela debiera ser el mismo con la jornada continua que con la partida, la continua va acompañada de un menor uso de los comedores escolares. Es decir, los alumnos permanecen menos en la escuela y más en el hogar. Esto para una buena parte de la población escolar no tiene mayores consecuencias, pero para otra, sí, ya que fuera de la escuela están expuestos a situaciones de cierto riesgo social, violencia, o de que no sean atendidos de la mejor manera por las familias. Esto hace que la jornada continua ponga más en peligro o dificulte más el bienestar del alumnado porque maximiza las posibilidades de que esa población esté expuesta a situaciones de mayor riesgo. Aunque no sea la población mayoritaria, la escuela pública debe atenderla con mayor atención, porque lo que se busca es la equidad. Y, en este caso, los que necesitan estar más arropados son precisamente los niños expuestos a más desventajas, y la jornada partida para ellos es más deseable.
P. Señaláis que los colegios concertados han mantenido la jornada partida y al final esto ha hecho que los que se lo puedan permitir acudan a estos centros, lo que aumenta también la segregación entre el alumnado de la pública y la concertada.
R. Sí, y eso significa que a las diferencias que ya existen entre la pública y la concertada hay que sumarle ahora el tipo de jornada. Es un motivo más por el que muchas familias están optando por la concertada, a veces, en contra de su deseo inicial, que era la pública, por motivos de conciliación laboral o de recursos para cubrir los gastos que supone un cuidado fuera de la escuela.
P. En cuanto a las pérdidas económicas, calculáis que la jornada continua supone una pérdida anual de ingresos que asciende a 8.048 millones de euros para las familias, de los que un 66,4% corresponden a las madres.
R. Sí, parece que son ellas las que hacen un mayor esfuerzo por adaptar su jornada laboral al horario escolar de sus hijos. Las madres se están reduciendo su jornada para poder llegar a recoger a sus hijos a tiempo.
P. ¿Se puede decir que a la mayoría de profesores les interesa la jornada continua?
R. No me atrevería a decir que son a los únicos a los que les interesa. Seguro que hay familias, sobre todo las que se lo pueden permitir, para las que la jornada continua tiene muchos beneficios, como recoger a sus hijos, comer con ellos y no tenerlos que volver a llevar al colegio.
P. Los padres que más se quejan de la jornada continua son los de alumnos más pequeños, sobre todo, porque no les permite echarse la siesta.
R. Aunque es posible que se echen la siesta, es más difícil, porque coincide la hora de la siesta con la recogida de los niños cuyas familias pueden hacerlo y se producen interrupciones. En el tema descanso, los más pequeños son los más perjudicados, porque son los que más lo necesitan. Son niños que estaban acostumbrados a comer a las 12 o 12.30 y ahora lo hacen a las 14 horas. Han pasado de poder echarse la siesta durante dos o tres horas a tener una escasa hora para hacerlo. La diferencia es muy grande para ellos.
P. Los docentes alegan que después de comer es muy difícil que los alumnos se concentren.
R. Es delicado, porque, por supuesto, que se puede ver cansancio y fatiga en los alumnos a esa hora, pero también a las 13.30 cuando llevan desde las 9 de la mañana en el aula. La cuestión es que es muy difícil poder establecer, sin tomar medidas objetivas, si el cansancio es mayor con una jornada u otra. Y aquí sí tenemos datos objetivos, en términos atencionales, con pruebas estandarizadas y llevadas a cabo por personas neutrales, que muestran cómo las fluctuaciones de la atención de los escolares, aunque varía a lo largo de las edades, en general, sí muestra unos patrones para los que la jornada partida se adapta mejor que la continua, muy especialmente en los preadolescentes y adolescentes, donde las primeras horas del día son muy poco aprovechadas por ellos. Y aquí sí hay datos robustos de cómo sus niveles atencionales a esas horas son mínimos. A esas edades, las fases más activas del organismo se van desplazando a lo largo de la tarde, y están mucho más despiertos a última hora de la tarde que a primera hora de la mañana. Y, curiosamente, en secundaria la jornada empieza muy pronto por las mañanas. Tradicionalmente, se ha confundido la somnolencia con que esos alumnos estaban más atentos, cuando estaban más dormidos en las aulas.