Cada vez que Natalia Fabra se sube a su coche lo pasa fatal. “Es un diesel de hace ocho años y contamina mucho”, explica en el jardín de su casa de Madrid. “No sé cómo no lo tuve en cuenta”, prosigue esta catedrática en economía en la Universidad Carlos III y experta en temas de energía y regulación. “Es una prueba de lo rápido que cambia nuestra mentalidad. Hace unos años las emisiones de un vehículo no era un dato que tuviéramos muy en cuenta a la hora de comprar”.
Esta profesora dirige ahora un grupo de investigación financiado con fondos europeos para tratar de averiguar cómo pueden los consumidores contribuir a la transición energética. "España es el único país con contadores de luz con discriminación horaria. La teoría dice que un usuario reaccionaría a los cambios de precios. Lo que vemos, con datos de cuatro millones de consumidores, es que esto no ocurre", explica. "Esto significa que tendremos que seguir apostando renovables, redes y almacenamiento para equilibrar el sistema".
Europa camina hacia un modelo mucho más dependiente de las renovables y eso plantea toda una serie de nuevos desafíos. Estas cuestiones centran parte la investigación de esta economista. "Me encanta mi trabajo", contesta cuando se le pregunta si lo no le han tentado para pasarse a la política.
La pandemia ha acelerado muchos de los planes.Hace unos días, por ejemplo, el Consejo Europeo acordó elevar del 40% al 55% la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero para 2030. Europa quiere convertirse en la referencia mundial de la economía verde y sostenible. Fabra sostiene que hay un poderoso motivo que explica todo este cambio: el precio. “Los costes de producir energía con fuentes renovables han caído muchísimo”. Llegar a este momento de desarrollo de la tecnología parecía impensable hace 30 años.
Pregunta: En la pandemia hemos oído hablar de salvar vidas o la economía. Usted sostiene que tampoco existe una disyuntiva entre clima y economía.
Respuesta: Es un dilema falso y además nos ha hecho mucho daño porque ha evitado que hayamos apostado antes por inversiones para mitigar el cambio climático. Ahora parece que los distintos organismos se han dado cuenta. Como suele ocurrir en economía y política hay ideas que están volando... y de pronto se genera un consenso que todo el mundo repite.
P: ¿Por qué ahora?
R: Creo que hay un interés legítimo por parte de los gobernantes de que el cambio climático es un problema y hay que atajarlo. Pero eso ya lo sabíamos. Lo que ocurre ahora es que apostar por estas políticas genera también un beneficio económico. Ya no es sólo una cuestión medioambiental. El cambio en la tecnología nos ha permitido reducir los costes de actuar y eso es lo que está haciendo que esté cambiando el paradigma.
P: Ha sido una cuestión de costes al final…
R: No es que de repente seamos todos buenos y nos hayamos despertado con mayor conciencia medioambiental. Creo que la fuerza motor de lo que estamos viendo es que nos hemos dado cuenta de que hay unos beneficios muy potentes a los que no queremos ni podemos renunciar.
P: Usted habla de un multiplicador verde del 2,3. ¿Lo explica?
R: Quiere decir que si invertimos 1.000 euros hoy dentro de dos o tres años se habrán convertido en 2.300 euros. Significa que somos capaces de multiplicar nuestra inversión inicial. ¿Por qué? Porque generamos empleos, se utilizan recursos en la economía y se contribuye a aumentar la productividad en otros sectores.
P: La apuesta verde parece clara en Europa, pero el Gobierno ha retirado finalmente esa subida del impuesto al diésel de los presupuestos… ¿Mala señal?
R: Me parece muy grave. Hablábamos de igualar los impuestos con la gasolina teniendo en cuenta los efectos contaminantes del diésel y ni siquiera eso se consigue. Creo que puede tener un efecto negativo mucho más allá del tema concreto de los carburantes porque hace menos creíbles los planes de lucha contra el cambio climático del Gobierno.
P: Es un reflejo quizá de lo difícil que es cambiar las cosas y del dilema otra vez entre economía y clima, ¿no?
R: Cuando seguimos protegiendo a la industria automóvil convencional lo que estamos haciendo realmente es frenar su transformación hacia la dirección que tiene más futuro: vehículos menos contaminantes, eléctricos, hidrógeno… En realidad no es que estemos favoreciendo la economía frente al clima; favorecemos unos intereses creados muy concretos y que simplemente se centran en el hoy y ahora.
P: La transición energética traerá irremediablemente perdedores…
R: En todas las decisiones de política energética hay impactos negativos sobre determinados colectivos que no se tienen que desatender. Por justicia social y también porque no queremos que se opongan a los cambios.
P: Como hemos visto en Francia con los chalecos amarillos.
R: Hay medidas que a lo mejor son positivas para el conjunto de la sociedad pero tienen un impacto negativo sobre colectivos muy específicos y si no les compensa esas reformas no va a tener lugar. Ahora mismo se están cerrando centrales térmicas en España. ¿Queremos abocar a la miseria a esas comarcas? No, tienen que ser objetivos principales de la reindustrialización. A lo mejor el tema automovilístico requiere soluciones semejantes.
P: Las renovables tienes un problema: son muy baratas. ¿Está de acuerdo?
R: Es un problema si no se le dan las soluciones regulatoria adecuadas.
P: De ahí la importancia, según usted, del diseño de las próximas subastas para instalar más renovables.
R: Hay que determinar el precio que se va a pagar por esos megavatios en el momento en el que se toman las decisiones relevantes. Para las renovables eso es antes de realizar la inversión.
P: ¿Significa que ya no habrá primas?
R: Ya no hay primas a las renovables. En estos momento los costes de la energía solar o eólica han caído tanto que es más barato producir electricidad con ellas que con gas natural. En Portugal han hecho dos subastas de nuevas instalaciones de renovables y los precios que se han fijado oscilan entre 16 y 20 euros megavatios hora. El precio en el mercado español está en torno a los 40 euros, para que nos hagamos una idea...
P: Es decir, si instalamos más renovables, ¿dentro de unos años los precios de la electricidad no serán tan elevados?
R: Vamos a pagar menos. Los precios van a bajar si se adopta la regulación adecuada.
P: ¿Estamos en ese camino?
R: Nosotros todavía no hemos hecho nuevas subastas. Pero el diseño ya se conoce y me parece el correcto.
P: ¿Los objetivos de producción renovable para 2030 se pueden conseguir? Un 70% de electricidad de origen renovable.
R: El Gobierno ha hecho algo que me parece positivo: un calendario con todas las subastas. Es positivo porque no solo se trata de invertir en energías renovables para producir electricidad libre de carbono también se trata de que todas esas inversiones se traduzcan en tejido empresarial para nuestro país. Con un calendario claro conseguimos que el sector empresarial planifique.
P: ¿Hasta qué punto el almacenamiento de la energía condiciona el desarrollo de las renovables?
R: Es fundamental y tienen que ir de la mano. Si seguimos invirtiendo en renovables llegará un momento en el que habrá vertidos: se producirá más de lo que se demanda y si tenemos sistemas de almacenamiento estaremos dando valor a esa energía que en caso contrario se tiraría. Pero las renovables también aportan valor al almacenamiento. Como son intermitentes (no siempre hace viento o sol) hay variaciones en el precio y eso es lo que le da el beneficio al que almacena. Hay una simbiosis entre ambas.
P: El hecho de que haya una cosa infinita como el sol o el viento es algo casi impensable en la economía...
R: Sí, lo que pasa es que para aprovecharlos hay que hacer inversiones… Y eso no es infinito.