Dan Palmer, exjugador australiano de rugby ha confesado en una carta abierta publicada en el The Sydney Morning Herald su lucha lo largo de 25 años para aceptarse como homosexual. Esta estrella deportiva de un deporte rudo y exigente reconoce que tuvo que descender al infierno de las drogas y la autodestrucción para encontrar el camino de la aceptación personal y la reivindicación de su sexualidad.
La carta de Palmer vuelve a arrojar luz sobre esa ley del silencio que sigue mandado en el mundo de las principales ligas deportivas internacionales. La presión de los medios, la sociedad, de los equipos y de los propios compañeros juegan un papel fundamental para que la homosexualidad siga siendo un tema tabú en los equipos de cualquier deporte profesional.
Palmer reconoce que no fue hasta su llegada a Francia en 2013 cuando empezó a sentir la necesidad de romper con el silencio que mantenía oculta su identidad sexual. Cuenta que fue "después de una sobredosis de analgésicos y de despertarme en un charco de comida del día anterior, cuando tuve claro que me estaba autodestruyendo rápidamente y que algo tenía que cambiar".
Fue un momento en el que "fantaseaba con desaparecer, cambiar de nombre y comenzar mi vida de nuevo. No es una exageración decir que prefería morir antes de que alguien descubriera que era gay".
Tras ese episodio, Palmer fue consciente de que "era la primera vez en mi vida que realmente me sentía libre" y que "necesitaba dejar de jugar al rugby y comenzar el próximo capítulo de mi vida".
Palmer regresó a Australia dónde seguía siendo una leyenda del rugby, pero allí se enfrento a una realidad con la que no contaba: su vida estaba ligada al deporte y no tenía otra habilidad más allá que su voluntad de romper son su pasado como deportista profesional. Por eso comenzó a estudiar en la Universidad hasta licenciarse de Ciencias y Psicología.
Su confesión pública busca, según reconoce "construir una cultura, tanto dentro como fuera del deporte, donde las personas se sientan cómodas siendo ellas mismas, sean lo que sean".
Por eso, ahora confiesa que "me enferma saber que en el año 2020 todavía hay personas que se torturan a sí mismas como yo lo hacía, tanto dentro como fuera del deporte; tenemos que ser mejores".
Palmer es consiente de que aún queda mucho trabajo por realizar para lograr que el respeto sea una moneda común en nuestra sociedad y concluye que "si esta carta puede impulsar una conversación, crear un espacio para que las personas se sientan más cómodas siendo ellas mismas o ayudar a alguien a comprender mejor por lo que puede estar pasando un ser querido, habrá sido un éxito".