Lograr la mejor versión de tu hijo. Ahí es nada el reto que nos lanza Francisco Castaño en su libro 'La mejor versión de tu hijo' (Plataforma Editorial). Lo hace, eso sí, con un manual de instrucciones donde las normas, los límites y el cariño están en el centro. Cierto que en el viaje hacia esa independencia, que hay padres que desean y otros que no asimilan, hay aterrizajes forzosos, alguna tormenta y no pocos momentos serenos, incluso gratificantes, a qué negarlo. Francisco lo sabe y por eso deja claro que educamos a los hijos para Disneyland cuando la vida es The Walking Dead. Y no, no es bueno que esa realidad se descubra de golpe. El impacto es peor. Tampoco conviene olvidar que educamos al hijo que tenemos y no al que nos gustaría tener y que decir no, padre colega, también es educar. En el camino nos vamos a equivocar seguro, pero intentemos ser coherentes entre lo que predicamos y hacemos delante de nuestros vástagos.
Tan importante como esto es saber que las normas no se hacen para que los padres vivan más cómodos, ni tampoco que sobrepreteger provoque beneficio en ellos, los que más queremos. No te engañes, no lo haces por él sino por ti. Y no vale confundir interrogar con comunicarse. En la adolescencia tendremos que asimilar cierto hermetismo del otro lado, pero hay que buscar esa complicidad, estar preparado para escuchar incluso los reproches y reservar tiempo para estar con los hijos. No hay mejor manera para generar complicidad. Y si hay que comer y cenar juntos con la televisión apagada que se haga. Es más fácil sentirse culpable, pero quién dijo que la tarea fuera fácil.
Sí, es la lucha interna de siempre. Pero no hay que rendirse. Los deberes son cosa suya (el chat de padres se puede apagar, es sano), y nuestros hijos no son héroes, también tienen derecho a equivocarse o fracasar siempre que el esfuerzo haya estado presente en la ecuación. Porque la vida, pronto lo sabrán, es más una supervivencia a los The Walking Dead que un sinfín de cuentos con final feliz a los Disney. Al menos, que estén preparados para afrontar ambos mundos. Así lo ve al menos Francisco Castaño, profesor de educación secundaria desde 1987, asesor y orientador familiar. Y sí, tanta experiencia se nota a la hora de enfrentarse a cada una de las preguntas.
Yo creo que un gran porcentaje. Cuando son pequeños es cuando más cosas aprenden y asimilan. Y a su vez es cuando más tiempo pasan con los padres. Por otro lado educamos más con lo que hacemos que con lo que decimos. Hay una frase de Umberto Eco que me encanta que dice: nosotros somos lo que nuestros padres nos enseñaron, cuando no nos enseñaban nada.
Bueno está claro que todo lo vivido en la infancia se queda grabado en la memoria y todo lo aprendido, bueno y malo, así como lo sentido o recibido, se queda integrado. Pero a mi me gusta decir que todo se educa. Y siempre se puede dar la vuelta a conductas, comportamientos y formas de actuar cuando son más mayores. De hecho en la asesoría familiar que tenemos para familias que tienen problemas de comportamiento con los hijos, trabajo en cambiar la forma de hacer de los padres y por ende cambia la conducta de los hijos.
La personalidad es innata en cada uno. Por lo que cada uno tenemos la nuestra. Lo que debemos a los padres es la forma de comportarnos. Lo más importante es entender y aceptar a los hijos y no generarnos expectativas con ellos. Por ejemplo si se tiene un hijo introvertido, no vas a conseguir que sea el alma de la fiesta. Pero sí que le has de educar para que salude, responda cuando le pregunten y diga adiós cuando se vaya. Por otro lado si se tiene un hijo extrovertido, hay que tener cuidado de lo que se dice delante de él, porque ya se sabe que cuando esté fuera de casa lo contará. Pero se le ha de educar para que sepa que se puede comentar fuera de casa y que no.
La emancipación de la mujer es algo bueno, sobre todo les ha enseñado algo importante que es la igualdad. Los divorcios son circunstancias que ocurren en algunas parejas. Está claro que puede afectar en la educación de los hijos. Pero no necesariamente de forma negativa. Si se educa con sentido común y sobre todo, en el caso de los divorcios, lo importante es tener presente que aunque se separe la pareja, no se ha de romper la familia. Si padre y madre van a la una y se marcan como objetivo la educación de sus hijos, no ha de haber problema. En cuanto a si les ha hecho más independientes, esto no depende de la situación de los padres, sino de si los padres les dan responsabilidades o por el contrario les hacen todo. Y para responder a la última cuestión, bajo mi punto de vista, todavía queda mucho camino por andar, en general, para que se iguale la implicación y responsabilidad de ambos progenitores. Las mamás todavía llevan la mayoría del peso educativo. Aunque como digo está cambiando a mejor.
Sí que era más fácil. En la genética social había implantado el gen del respeto, de la obediencia y el de diferenciar el rol de padre y el de hijo. Ahora esto ha cambiado. Por suerte, no es una sociedad tan autoritaria. Pero por otro lado esta genética social ha cambiado y cuesta más hacer que los hijos cumplan con sus responsabilidades, es una sociedad en la que prima la inmediatez, tienen de todo y en muchas familias no está claro el rol de padres y el de hijos. Esto hace que los padres y madres nos tengamos que formar para educar. La responsabilidad más importante que vamos a tener en la vida. Y para ello necesitamos herramientas, estrategias y pautas. De hecho eso es lo que doy en este libro.
Yo no diría que ha hecho daño a una generación pero sí que hay padres que son amigos de sus hijos. Para educar son necesarios dos ingredientes, la firmeza y el cariño. Los hijos necesitan el cariño, diría yo, que incluso más que la comida. Pero este cariño no está reñido con la firmeza. A veces se confunde esto, ser cariñoso o bien tener una buena relación con los hijos, no está reñido con marcar límites. Por eso el problema es que como he dicho en la pregunta anterior, no podemos confundir los roles. El de padre y el de hijo.
En general si, los padres quieren evitar que sufran a toda costa y que sean felices. Pero solventándoles todo, concediéndoles todos sus deseos y defendiéndoles a capa y espada, solo se consigue que cuando vayan creciendo no sepan hacerlo ellos. Y esto además hace que responsabilicen de todo lo que les ocurre a sus padres. Suelo decir que educamos a los hijos en Walt Disney y la vida es The Walking Dead.
Todos que tenemos hijos tenemos problemas. Pero cuando estos sobrepasan unos límites y se comienza a ver que hay conductas que no nos gustan, antes de enfocar hacia el niño, hemos de plantearnos si lo que estamos haciendo como padres es el detonante de la conducta de los hijos. Cuando trabajo con familias que tienen problemas de conducta con los hijos, tengan estos la edad que tengan, trabajo la parte conductual con los padres y si no hay patologías, que es en la mayoría de los casos, estos cambian su comportamiento.
La mayor angustia de los padres suele ser el sentimiento de culpabilidad que tienen en diversas circunstancias. Porque se les dice que no. Por el trabajo y la falta de tiempo para dedicar a los hijos. Porque se les dice que si. Cuando se enfadan. Porque no se les da todo lo que piden. Falta de paciencia. Porque nos equivocamos. Por querer dedicarnos tiempo a nosotros. Cuando se les grita. Por como actuamos con los hijos delante de otras personas. Y por los comentarios de otros padres con respecto a cómo se han de hacer las cosas. Esto es una pequeña lista, pero es importante intentar hacer lo mejor que se pueda con el objetivo de educar a nuestros hijos y eso nos ha de disminuir las angustias y dudas.
Está claro que la pérdida de autoridad de los profesores y la falta de valoración hacia estos por parte de los alumnos, viene por los mensajes que reciben directa o indirectamente en casa. Si desde casa se desautoriza o se ningunea el trabajo de los profesores, los hijos no respetan y no hacen caso a los docentes. Está claro que los profesores y profesoras nos equivocamos, pero nadie estudia cinco años de carrera y lleva unos cuantos en la docencia para coger manía a un alumno o alumna. Hay que pensar que todo lo que se hace es lo que se cree que es lo mejor para los alumnos. Es importante que todos vayamos a una en la educación de los hijos. Y si hay algún desacuerdo, se habla entre padres y profesores y se arregla.
Lo que expresa el título del libro es la filosofía que este recoge. Y es que educar es conseguir que los hijos lleguen a dar su máximo. A veces nos generamos unos objetivos que los hijos no llegan a cumplir. Por ello hay que intentar sacar el potencial del hijo y no hacer comparaciones con otros ni pretender que sea lo que a los padres nos gustaría. Sino que llegue a ser su mejor versión.
Cada uno adolecemos de alguna cosa y nos sobran otras. Una madre o un padre permisivos adolecerán de firmeza y les sobrará cariño, por el contrario a unos padres autoritarios les ocurrirá lo contrario. Esto en cualquier faceta. Por ello lo mejor es intentar adquirir las máximas habilidades educativas posibles, añadirle sentido común, valores y sobre todo mucha paciencia y podemos asomarnos a lo que sería el ideal de madre o padre. Y de eso se trata, si somos la mejor versión de nosotros como padres y madres, llegaremos a conseguir la mejor versión de nuestras hijas e hijos.