Lara (nombre ficticio) tenía 17 años el 16 de diciembre de 2016. Estuvo estudiando en la biblioteca hasta las once y media de la noche. Luego se puso el abrigo y salió a la calle. Un hombre la abordó repentinamente y la intimidó con una pistola. Llevaba la cabeza cubierta con gorra y pasamontañas y, extrañamente, usaba gafas de sol. Ella le ofreció aterrada su cartera y su teléfono móvil. Pero no era eso lo que él deseaba. Quería que se montase en un coche y ella se resistió. El atacante la arrastró hacia el interior del turismo, al tiempo que decía que iba a llevarla "a un lugar cerrado y seguro". Afortunadamente otros viandantes fueron testigos y ayudaron a la víctima. El hombre se dio a la fuga.
Lara acudió a una comisaría del Cuerpo Nacional de Policía para interponer una denuncia. Un encapuchado armado había intentado raptarla. Las investigadoras de la UFAM (Unidad de Atención a la Mujer, compuesta sobre todo por mujeres del Cuerpo Nacional de Policía) abrieron una investigación para localizar al agresor.
Dos meses después la historia se repetía. La medianoche del 19 de febrero de 2017 Carla (nombre también ficticio) era asaltada por un hombre armado con una pistola. Según relató ella a la policía "le tapó los ojos, le ató las manos por la espalda con unas bridas y la obligó a tumbarse en el suelo de los asientos traseros del coche". Pasó más de una hora hasta que llegaron a su destino.
Carla no sabía dónde estaba. Pensaba que en la sierra de Madrid, aunque en realidad era Segovia. Con los ojos vendados bajó del turismo y pudo intuir que ella y su agresor se encontraban en el interior de un garaje comunitario. Subieron dos tramos de escaleras y llegaron al primer piso. El captor abrió una puerta y entraron en un domicilio. Maniatada, sin poder ver, Carla fue violada en cinco ocasiones durante esa madrugada. Al día siguiente, el agresor la obligó a lavarse para no dejar vestigios, a vestirse y a montar de nuevo en el coche para llevarla a Madrid.
El violador paró el coche en una calle. Pidió a Carla que abriese la puerta trasera y se fuera. Después dio marcha atrás con su vehículo y se marchó en sentido contrario. Una cámara de seguridad captó esta secuencia, pero él no se dio cuenta.
Carla estaba aturdida, con algunas lesiones. El violador le había arrebatado su teléfono móvil. También sus auriculares y cincuenta euros que llevaba en el bolso. Acudió a la Policía y de ahí al hospital de La Paz, muy cerca del lugar donde su agresor la abordó. Tomaron muestras y activaron el protocolo para agresiones sexuales. Agentes de científica también recogieron la ropa que llevaba puesta para analizarla. La joven sufrió hematomas en la columna, en la rodilla, escoriaciones en las muñecas, en las inglés, en los genitales y un eritema orbicular, además de estrés postraumático.
La Policía intentaba buscar la relación entre estos dos casos: un encapuchado armado que actuaba en la zona norte de Madrid, introducía a sus víctimas en un coche y las trasladaba a una vivienda para agredirlas sexualmente. Comenzaron a llamarle 'el violador de La Paz'.
Con ese sobrenombre también se le dio a conocer a través de las redes sociales. Las víctimas eran universitarias que salían tarde de la biblioteca de la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma. Empezaron a cundir entre las jóvenes mensajes advirtiendo del peligro; mensajes que se fueron rebotando de unas a otras generando gran alarma social y en los que se describía al detalle la forma de actuar de un psicópata que andaba suelto, muy cerca de ellas. Muchos chicos comenzaron a ofrecerse como acompañantes de estas universitarias para que no regresasen a casa solas.
El 2 de abril de 2017 este depredador sexual volvió a actuar. El modus operandi era exactamente igual. En esta ocasión eligió a Celia (nombre ficticio). Engañándola con una pistola le exigió que montase en su coche. Ella intentaba escapar. El agresor comenzó a golpearla fuertemente en la cabeza con la culata a la vez que la empujaba. Pero Celia fue más fuerte y consiguió librarse de él.
En su declaración ante la Policía esta estudiante hablaba de un coche negro, algo que rompió los esquemas de las investigadoras. Las otras dos víctimas se referían a un coche blanco de cuatro puertas. Fue la última víctima la que resolvió este misterio.
La pesadilla de Tamara (nombre ficticio) data del 14 de abril de 2017. Faltaban unos minutos para las once de la noche. Andaba sola por la calle cuando el violador la agarró fuerte de un brazo. Llevaba el rostro cubierto y empuñaba un arma de fuego. A empujones introdujo a la chica en un turismo, en el asiento del copiloto. Ella estaba aturdida, su agresor le golpeó varias veces en la cabeza, le ató las manos con una brida y le tapó los ojos.
El secuestrador arrancó el motor y condujo durante unos veinte minutos. Hasta que detuvo su vehículo en una gasolinera y forzó a Tamara para mantener relaciones sexuales. Luego prosiguió su camino hasta llegar a un domicilio, en el que, durante más de seis horas estuvo agrediendo a la víctima. El día siguiente repitió la operación que había hecho con Carla. Las cámaras de seguridad volvieron a grabarle, haciendo la misma maniobra.
Su relato era exactamente igual que el de Carla y coincidía con las otras dos víctimas en las características físicas del agresor y en el modus operandi. Pero Tamara dio la principal pista: el coche era blanco y no de color oscuro.
Las investigadoras parten de esa línea de trabajo. Buscan la matrícula de ese turismo blanco. Solicitan a la Dirección General de Tráfico las imágenes captadas en la zona donde se producen los raptos y donde son abandonadas las chicas, en los días que se produjeron los hechos, en una horquilla de varias horas.
Así logran ver el Toyota Auris que el sospechoso conduce. Piden a la DGT que les facilite información sobre todos los coches de esa marca que hay en España. Obtienen 75.000 matrículas. Pero no saben a quién buscan. Los agentes de la UFAM siguen tirando del hilo. Solicitan a la Policía Municipal de Madrid que les facilite toda la información recogida durante los días de los asaltos por las cámaras de seguridad, en esos lugares y a las mismas horas. Cruzando los datos consiguen llegar hasta el turismo que buscaban y hasta su propietario: se llama Eliseo Gutiérrez.
Eliseo es un hombre mayor, casado, padre de dos hijos. Su perfil no coincide con el del sospechoso. Pero también miran sus números de teléfono y dan un gran paso: el fijo de su casa es el mismo número que otro hombre aportó en 2014 a la Policía, cuando fue a denunciar el extravío de su DNI. Eliseo está casado con una mujer apellidada Gallego Fernández. Al rastrear esos apellidos en sus ordenadores, dan con un hombre con numerosos antecedentes por violación.
'El violador de La Paz' por fin tiene nombre propio: Pedro Luis Gallego Fernández, de 61 años. Las investigadoras se quedan petrificadas al descubrir quién es este monstruo: un psicópata que pasó 21 años entre rejas por asesinar a dos chicas y violar a otras 18, antecedentes demasiado graves.
Había que ponerle freno cuanto antes. La instructora de la Policía iba recabando cada vez más pruebas: las cámaras de seguridad habían captado el Toyota Auris a un kilómetro de distancia de donde intentó secuestrar a Lara, también en la calle en la que obligaba a bajar a sus víctimas del turismo y las abandonaba, la localización de los teléfonos móviles de las chicas perdían la línea en la autovía A-6, mientras que el teléfono de Gallego reflejaba traslados entre Segovia y Madrid los días de los hechos.
Fundamentales fueron los análisis de las muestras recogidas por los agentes de científica: semen en los genitales de las víctimas, en la cremallera de un pantalón y en unos calcetines. Así obtuvieron su perfil genético. También algunas fibras que podrían relacionar con esa casa maldita.
Los agentes comienzan a vigilar a Gallego Fernández, que pasa un fin de semana en Benidorm de vacaciones junto a una mujer. Al obtener su nombre descubren que ella tiene su residencia fijada en Segovia y allí acuden, camuflados. Vigilan la vivienda, pero la descripción de este inmueble no coincide con el que dan las víctimas... hasta que ven a Pedro llegando con su coche. Cuando el sospechoso se marcha, le colocan una baliza para controlar sus movimientos.
De este modo, el violador les lleva hasta su guarida. Un bloque de pisos naranjas, con un garaje comunitario. Una de las víctimas estudiaba arquitectura y dibujó un plano magistral del lugar en el que fue violada repetidas veces durante una madrugada. Ordenaron la detención de Gallego Fernández y pidieron a la jueza que autorizase la entrada y registro en el piso.
Además inspeccionaron el vehículo en el que encontraron bridas, las gafas de sol y las prendas con las que cubría su rostro el agresor. Las víctimas le habían señalado en reconocimientos fotográficos pero, al verle de nuevo de frente y en persona, no tuvieron ninguna duda.
Gallego Fernández se resistió a que tomasen muestras de su ADN pero acabó cediendo y ahí se encontró la prueba definitiva. Este jueves, en el juicio por estos hechos en Madrid, lo ha confesado todo. Ha sido condenado a pasar 25 años entre rejas y otros 10 de libertad vigilada, además de 35 años en los que tampoco podrá pisar Madrid.