La violencia de género no comienza con la primera bofetada que recibe una mujer de manos de su pareja, ni tampoco con la primera paliza que deja su piel marcada con las huellas del odio y la violencia. Mucho antes de que los comportamientos agresivos se manifiesten de forma física hay toda una serie de síntomas que ya muestran la peor cara de los malos tratos. Se trata de "cicatrices silenciosas" que según Susana Álvarez-Buylla, trabajadora social experta en comunicación no verbal, "no se ven si no tienes ojos para verlas".
Álvarez-Buylla será una de las protagonistas de un evento que la Asociación de Analistas Expertos en Comportamiento No Verbal, ACONVE, organiza en Barcelona a finales de este mes. Su conferencia aborda cómo las víctimas de violencia de género muestran las "cicatrices silenciosas" que el maltrato deja en ellas mucho antes de que sean capaces de verbalizar el horror cotidiano que soportan.
Para esta experta en Integración Cerebral (TIC) y Morfopsicología, "se trata de una violencia verbal y psicológica que puede ser social desde el momento que te aisla, económica desde el momento que no te da dinero y que tiene muchísimas vertientes y todo ello sin que necesite tocarla".
Describe también a estos agresores como "lobos", "locos que están al acecho de las mujeres" porque aunque "luego pueda llegar la bofetada o la violencia más extrema, normalmente empiezan de esa forma tan insidiosa de que "te quiero tanto...pero esto no te pongas esa falda o no salgas sin mí".
Es un proceso, asegura, que acaba "separando totalmente a la mujer de su familia, perdiendo todo el soporte de la red social que le brindan amigos y parientes y quedando a merced de un agresor".
Los hematomas, las magulladuras o las contusiones son señales fáciles de detectar que apuntan directamente a episodios de malos tratos más o menos habituales. Pero hay otros indicios que suelen estar en la génesis de estos comportamientos agresivos y que hay que saber ver para ayudar a las víctimas de violencia de género mucho antes de que sus vidas corran peligro.
Unos de los signos más evidentes que delatan la condición de una mujer como víctima de malos tratos, antes incluso de que la violencia deje su huella es "la ausencia de expresión emocional". Asegura esta representante de ACONVE "cuando las miras ves una página en blanco" y esto ocurre porque "no pueden expresar emoción alguna". "Esto nos habla de un dolor interno tremendo, añade, porque "si la muestran sus emociones "tienen que recordar todo el sufrimiento así que la forma de evitarlo es ocultándolo: haciendo que ni sienten ni padecen".
El rechazo de las emociones o la contención de estas también se manifiesta a través de una verbalización deficiente por parte de estas víctimas. Álvarez-Buylla cuenta que "normalmente la mujer que ha sufrido estos malos tratos su habla tiene un tono medio, más bajo que el normal. Una velocidad de locución muy lenta pero, sobre todo, y para mí es lo más impactante, cuando una mujer es maltratada y se pone a hablar de la situación de maltrato, sobre todo si viene de la infancia, de repente aparece una voz de una niña que te sorprende y asusta. Y es que en ese momento se disocia y está hablando la niña que ha sufrido tanto pero no lo puede hacer desde adulta. Y esto es muy importante, este paralenguaje de la mujer maltratada hay que tenerlo muy en cuenta ya que utiliza unas entonaciones dependiendo de la emoción.
Otra de estas "cicatrices silenciosas" que deja la violencia de género es la pérdida de la "háptica", es decir, pierden o se anulan "todas las sensaciones maravillosas que se perciben a través del tacto". Y es que "una mujer que ha sido maltratada no soporta que la toquen. Es algo muy complicado para ella. Por eso se pierde el contacto piel con piel que cala y da placer y soporte emocional" como consecuencia "de lo que ha sufrido".
Tampoco soporta la proximidad física, lo que se conoce como "proxemia". Por ello, estas víctimas "no permiten que te acerques demasiado a ellas; cuando lo haces, en seguida, se separan ya que viven en un auténtico "estado de terror" y ello a pesar de que "el ser humano necesita el calor del otro".
Las víctimas de estas agresiones machistas suelen también ser parcas "en gestos corporales y normalmente van con espalda y hombros caídos, la cabeza baja y no se visten para gustar o para gustarse sino por que no le queda otro remedio".
Álvarez-Buylla reconoce que cuando estas mujeres víctimas de malos tratos comienza a ser atendidas, no reconocen ser víctimas de violencia de género, tampoco usan este tipo de términos para referirse a ello, "vienen diciendo --asegura--*, que no están bien de la cabeza, que les dicen que están locas o que no saben qué les pasa", pero cuando reconocen las huellas y cicatrices que esta violencia ha dejado en ellas entonces empiezan a sentirse liberadas "porque ven que ya no son culpables y que no han hecho nada sino que el único culpable es el agresor".