“El impacto de los atentados genera xenofobia, pánico colectivo e incertidumbre global porque no sabemos de dónde viene. Se invisibilizan las causas, la geopolítica… Parece que vienen de la nada”, explica Igor Sádaba, profesor de Sociología de la Universidad Complutense. Y en esa incertidumbre, en ese caos generado, las víctimas se encuentran en el centro del dolor. Unas víctimas que, un año después, se sienten "engañados, agotados, abandonados".
“Malestar, culpabilización” son algunos de los sentimientos que aún pueden experimentar las víctimas del atentado, especialmente si deben superar el doble duelo de perder a un familiar y perder la seguridad y la confianza como víctimas directas del atentado, explica Miriam González de Pablo, psicóloga del equipo de Coordinación de Emergencias del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid.
“Ver expuesta tu seguridad, tener que huir de un atropello masivo que genera caos” es traumático para cualquiera que lo viva, especialmente por “la aleatoriedad” del atentado que “se dirige contra una estructura social, hacia una ciudad, hacia la ciudadanía”, pero lo es especialmente para los niños, que tienen “menos experiencias de alto impacto en la vida, menos estrategias” para superar un trauma como este.
La pérdida en estos casos no es solo una pérdida física, sino también “intangible, una pérdida de la seguridad, de la confianza, de la zona de confort”, señala la psicóloga.
Los homenajes “ayudan a las familias para no sentirse solas”. En algunos casos, las víctimas también pueden sentirse indignadas porque se sienten “desprotegidas”. El homenaje “es un hecho puntual que sirve de memorándum para toda la sociedad, que comparte con las víctimas el dolor. Pero las víctimas y los familiares viven la pérdida 365 días al año”, subraya.
Miriam González también destaca que las víctimas que no solo perdieron la salud, sino también la cotidianidad, las relaciones sociales e, incluso, laborales en muchos casos. “Aquellos que no tienen secuelas físicas sino psicológicas, que son más difíciles de ver, pueden sobrellevar la situación con dificultad porque no encuentran respaldo social”.
“Sentir pánico, exponer la vida al peligro… procesar todo eso es difícil porque se sigue teniendo esa herida, tanto física como psicológica”. La psicóloga recomienda, ante estas personas, “respetar sus espacios, los tiempos… Acompañarlos, preguntarles si necesitan algo”.
El sociólogo Amando de Miguel recalca el impacto “lógico” y la “gran pesadumbre” que se apodera no solo de la comunidad donde se produce el atentado, sino también en todo el país e, incluso, en toda Europa, donde se han producido atentados semejantes.
Cree que no hay que evitar el dolor, que “hay que aceptar el dolor y la rabia” y es partidario de homenajes espontáneos, concentraciones y manifestaciones de la gente sin autoridades. Para De Miguel, los homenajes suponen “darle más relevancia al terrorismo”.
Para Sádaba, “los homenajes son una especie de catarsis colectiva, necesarios para hacer tolerable el miedo, el dolor. Son rituales para hacer tolerable el dolor social, para conjurar el miedo. En la medida en que sean abiertos, plurales, no manipulados ni politizados, serán beneficios para el tejido social”.
Miriam González sí recomienda que las víctimas vuelvan al lugar del atentado donde sufrieron el trauma porque, si vuelven a mostrar síntomas de estrés postraumático, es señal de que deben seguir tratándose.
Respecto a los familiares de los terroristas, Miriam González considera que las propias familias fueron víctimas del suceso, primero porque perdieron a sus hijos y, segundo, porque descubrieron que sus hijos habían asesinado por una ideología fundamentalista. “Posiblemente, a día de hoy, las familias sigan estigmatizadas en sus municipios”. Recomienda tender lazos desde las instituciones y “fortalecer la coexistencia desde la diversidad”, destacando las diferencias entre practicar una fe y utilizar una confesión religiosa para implantar ideas políticas. “La psicología comunitaria puede tender esos puentes”, observa.
En este sentido, Igor Sádaba apunta que “el tejido social se construye en lo cotidiano, en el día a día, con mucho cuidado, intentando propiciar climas de convivencia y procesos participativos”.