Reposabrazos en los que tienen que encajarse; bancos que se han convertido en sillas; pivotes para que ni se acerquen a las casas; pinchos en zonas que se usaban como asientos, o incluso debajo de los puentes; bordillos llenos de piedras; decorados diseñados para ser incómodos… Cada vez hay más arquitectura enfocada a impedir que los vagabundos duerman en estas zonas.
“Si sin los barrotes se metían cuatro, ahora con los barrotes se meten dos”. “Hay que dejarles un poco que vivan; qué lástima. Eso no se puede hacer”, denuncian algunos ciudadanos.
Pero a veces queremos ser ajenos a la exclusión social: “La gente que suele dormir en la calle también trae consigo unas consecuencias, como puede ser basura o residuos psicológicos”, opinan otros. Por eso, a quien tan solo tiene un rincón en la calle para pasar el invierno, también en la calle no dejan de ponerle impedimentos.
No debemos engañarnos. Todos esos cambios en la arquitectura no responden a nada relacionado con la modernidad, sino a una terrible falta de empatía.